era chilena del salitre 1-43

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Era chilena del Salitre

Tras la Ruta del Trabajo1880-1979

Pedro Bravo Elizondo Judy Berry-Bravo Wichita State University Pittsburg State University

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© Pedro Bravo Elizzondo© Judy Berry-Bravo

© De esta edición Revisada y aumentada:Librería y Editorial Ricaaventura [email protected]

2da. Edición, agosto 2012.

Diseño y diagramación de esta segunda edición:Jenny Contente G.

Registro de Propiedad Intelectual Nº 197.185ISBN: 978-956-332-984-1

1era. Edición, abril 2011.Producción grafica: IMAGINA (IQUIQUE-CHILE)[email protected]

Impreso en:Maval Impresores.

“Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier me-dio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquiera otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de Editorial Ricaaventura”.

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Era chilena del Salitre

Tras la Ruta del Trabajo1880-1979

Pedro Bravo Elizondo Judy Berry-Bravo Wichita State University Pittsburg State University

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Dedicado a Vicenta Peric’ Ostojic’ Quinteros,

madre de Ivor y Hrvoj Ostojic’ Peric’,

dos enamorados del glorioso pasado nortino.

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La Nueva Marsellesa

Yo he visto en el infierno de aridez de la pampaal roto, a pecho abierto junto a la abierta rampa,hender el vientre enorme de esa opulenta tierraque sembró de cadáveres, otro tiempo la guerra; hender aquella tierra pródiga de tesoroy arrancarle el salitre, que vale más que el oro.

Víctor Domingo Silva

Coplas por la muerte de Pampa Unión Pero la pampa se nos fue muriendonunca creímos que estuviera enfermaque el ripio fuera insuficiente y sucio.

Que se pudrieran las bateasque se acabara el propio vagabundoque el sindicato desaparecieraque no se explotara ya la dinamita.

Que no humearan las altas chimeneasque se vaciaran las esquinasque se quedaran solas las viviendasque el viento entrara por los patios muertos.

Que los perros se fuerany cayera una gris, triste mortajasobre las calcinadas salitreras.

Nicolás Ferraro

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“Es útil recordar que la Historia es a la nación, lo que la

memoria es al individuo. Así como las personas que pierden su memoria se desorientan y sienten perdidas, no sabiendo dónde han estado ni a dónde van, así también si una nación niega el concepto de su pasado, estará incapacitada para enfrentar su presente y su futuro”.

Arthur M. Schlesinger Jr., Historiador, The New York Times,

1 de enero de 2007

Oficina Alianza, Taltal.

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ÍNDICE

Introducción .............................................................................. 13

Ambiente político y social a nivel popular .................................. 44

Iquique y la Pampa Salitrera en relaciones históricas y literarias .. 62

Relación de José Toribio Medina sobre la Pampa Salitrera .......... 94

Las salitreras en los tiempos de James T. Humberstone .............. 100

Elaboración del salitre en la Pampa ............................................ 110

Informe británico sobre los Puertos Salitreros: 1907 .................. 117

Pampinos y Labriegos ................................................................ 126

El Enganchador ......................................................................... 132

Relato periodístico: “Impresiones de un ‘enganchado’: 1917” ..... 137

Un enganchado en la familia ..................................................... 157

Sinceridad: Chile Intimo en 1910

Consecuencias en la región salitrera ............................................ 160

Tras del espejismo de la Pampa .................................................. 168

El negro destino de Hans Kuttz ................................................. 174

El obrero chileno en la Pampa Salitrera ...................................... 189

Mujeres de Iquique y la Pampa .................................................. 194

Las empampadas ....................................................................... 200

El ‘Taita’ de la Oficina ................................................................ 202

La Salitrera ................................................................................ 206

Notas de la Costa Norte ............................................................. 214

Geografía humana de Chile ....................................................... 227

Una “mirada contemplativa” del Norte Grande de 1910 ............ 230

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Relación del salitre para niños norteamericanos .......................... 242

Antofagasta hacia 1920 ............................................................ 245

Otro visitante de Antofagasta en los 1920 ............................... 250

El Norte Grande: su medio y su gente ...................................... 256

De Iquique a Pisagua en el Ferrocarril Salitrero

Lady Vincent, 1893 ................................................................. 259

Notas económicas

Sir Howard Vincent ................................................................ 268

Visita a la Oficina Agua Santa

Marie R. Wright ...................................................................... 274

Poetas de la Pampa Salitrera

Willy Zegarra .......................................................................... 276

Canto a las Salitreras del Norte

Fernando Marttell Cámara ...................................................... 286

De vuelta de la Pampa

Carlos Pezoa Véliz ................................................................... 288

Canciones marineras en los Clippers del Salitre ....................... 294

La Canción del Salitre ............................................................. 298

Oficina Victoria: Treinta años del cierre del último enclave

salitrero en Tarapacá ................................................................. 302

Oficinas Salitreras del Norte Grande ....................................... 307

Conclusiones ........................................................................... 315

Bibliografía ............................................................................... 316

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INTRODUCCIÓN

El propósito del presente trabajo es rescatar una parte de la historia del obrero chileno en el Ciclo del Salitre en el Norte Grande, del obrero que emigró voluntariamente tras la ruta del trabajo sin duda mejor remunerado, como así los inmigrantes de los países vecinos Perú, Bolivia, Argentina, sin nombrar los del resto del continente y otras tierras.

Los embarques en Iquique durante la Segunda Guerra Mundial, pro-porcionó trabajo a “todo full”, con sobre tiempos que triplicaban el sala-rio: de 6:00p.m. a 12:00 a.m., doble; de 12:00 a. m. a 6:00 a. m., triple. De acuerdo con estadísticas registradas, desde 1936 a 1945, se embarcaron 8.310.200 toneladas de salitre por los puertos de la zona norte. Esto nos da un promedio anual de 1.325.455 toneladas. El ritmo se mantuvo con pe-queñas variaciones hasta 1966 en que se observa un descenso paulatino que se registra casi al mismo nivel hasta 1984, con 712.600 toneladas anuales. Otra fuente nos proporciona estadísticas hasta el 2004, en que se nota un alza en la producción. Entre el 2001-2004, el promedio fue de 1.127.600 toneladas.

Habría que revisar el concepto de Era del Salitre en cuanto a fijarle una fecha de término, pues sabemos que la llamada “Crisis” de los 1930 tuvo que ver con el término.

Los estudiosos han fijado fechas convencionales, 1830-1930 para ana-lizar el Ciclo Salitrero, aunque insistimos, se dio un fuerte impulso en los puertos salitreros de la zona norte, entre 1939-1945, no sólo en Iquique y Antofagasta, sino en Caleta Buena, Junín y Pisagua. En este período se estu-dió la construcción de un muelle mecanizado en Iquique, lo que fructificó en los 1950. En esa época, aún funcionaban Oficinas. La última de ellas fue Victoria que apagó sus fuegos en 1979. De allí nuestras fechas en el título de esta investigación.

En Chile, la emigración de los trabajadores ocurrió por razones eco-nómicas. Queremos decir, que no obedeció en su mayoría al romántico re-moquete de que el chileno era “pata’e perro”, término empleado por nuestra

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aristocracia y clase media para desconocer e ignorar el modo de producción existente en nuestro país y las periódicas crisis económicas que obligaban al hombre común a buscar nuevos derroteros. Agréguese de que el sitio de trabajo, no es el único aliciente, si no reúne la calidad de vida que se busca. Alberto Cabero señala que “El primer aumento rápido de los salarios se pro-dujo durante la administración Balmaceda (1886-1891) por el vasto plan de obras públicas que desarrolló aquel mandatario; los peones que ganaban 40 centavos diarios abandonaron las haciendas para acudir a las faenas fiscales”1. Lo que no destaca el autor es que la explotación salitrera entregaba los mi-llonarios ingresos que permitieron la construcción de ferrocarriles, caminos carreteros, puentes, líneas telegráficas, edificios para hospitales, cárceles, es-cuelas, gobernaciones, Escuela de Medicina, Militar, Naval, Normal, mue-lles, dique de Talcahuano, etc. Todo esto obligó a la creación del Ministerio de Obras Públicas en 1887, codiciado puesto fiscal. Un dato ilustra la riqueza producida por el salitre y sus trabajadores y empresarios: “De hecho, en los veinte años desde la conquista de las regiones salitreras (1879) hasta el fin del siglo, el valor bruto de las exportaciones de salitre de Atacama y Tarapacá era de casi tres billones de pesos” (Nuestro énfasis)2. Este derrame de dinero puede ser mejor apreciado por la siguiente comparación que hizo un investi-gador, refiriéndose al crédito de Chile en Londres y su recuperación después de 1891, bajo el régimen de Jorge Montt. “Desde entonces, sin embargo, su conducta después del último préstamo ha sacudido la fe pública, y los capi-talistas agitan las cabezas en incredulidad sobre un Estado con la población de Nueva Zelandia llevando en sus hombros el mantenimiento de una flota más grande que la de los Estados Unidos”3.

El historiador Gonzalo Vial enumera las causas del nomadismo del peón chileno, en especial al concluir la centuria: “El peón había tomado el gusto de su libertad semisalvaje y del pago en dinero, relativamente alto.

1 Alberto Cabero Chile y los chilenos. (Santiago: Lyceum, 3ª edic., 1948) 329-330. Historiadores y economistas están de acuerdo en que después de 1880 la era artesanal dio paso a las manufacturas y la industrialización siguió a la par las fluctuaciones en el sector de la exportación del salitre. Véase Charles Bergquist, Labor in Latin America. Comparative Essay on Chile, Argentina, Venezuela, and Colombia. (California: Stanford University Press, 1986) 32 y ss. Véase de Julio Pinto Vallejos y Luis Ortega Martínez, Expansión minera y desarrollo industrial : Un caso de crecimiento asociado (Chile: 1850-1914). (Santiago: Universidad de Santiago, 1991). Braun, Juan Ll et al. Economía Chilena 1810-1995. Documento de Trabajo No 187. Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Economía. Santiago: Oficina de Publicaciones, 2000.

2 Bruce W. Farcau, The Ten Cents War: Chile, Peru, Bolivia in the War of the Pacific, 1879-1884 (Westport, CT: Praeger, 2000) 194.

3 W. Anderson Smith, Temperate Chile (London: Adam and Charles Black, 1899) 56.

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Diversos factores acentuaron, hasta hacerla irreversible, la inclinación nomá-dica. Fueron los mismos que provocaron —en otros contingentes humanos, también rurales— el éxodo hacia las ciudades”4.

Veamos algunas causas:La “emigración” de los patrones agrícolas a los núcleos urbanos,

precediendo la de sus trabajadores y que rompió las antiguas lealtades “feudales”. (Santiago, Concepción, París. Nuestra observación)5.

Los reclutamientos bélicos (1879 y 1891) y el servicio militar obligatorio (desde 1900). (Los reclutamientos bélicos eran levas o reclutamiento a la fuerza para la guerra. No era una opción para el hombre común).

El campesino conoció otros modos de vida. Las obras públicas —ca-minos, puentes, ferrocarriles— que ofrecían una mejor remuneración, fugaz pero elevada. (Faenas fiscales a las que se refería Cabero).

La inseguridad rural por el bandolerismo, haciendo peligroso e inestable cualquier arraigo, cualquiera posesión. (De los patrones obviamente. Nuestra acotación)6.

4 Gonzalo Vial Correa, Historia de Chile (1891-1793) Vol. I, Tomo II (Santiago: Santillana, 1981) 750. 5 Los grandes terratenientes no eran muy fijados en cuanto a residencia. Alberto Blest Gana nos dejó

en su novela Los trasplantados (1904) la dolce vita en París. Eduardo Balmaceda Valdés en De mi tierra y de Francia (1932) comenta sobre los chilenos en París.

6 Maximiliano A. Salinas, “El bandolero chileno del siglo XIX. Su imagen en la sabiduría popular”, Araucaria 36 (1986) 57-75.

Trabajadores.

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La monotonía rural, la carencia de horizontes no só1o económicos, sino también educativos y recreacionales. (En lo educativo, recuérdese el relato de la hacienda de Tancredo Pinochet-Lebrún).

Referente a la carencia de horizontes educativos, veamos cuál es la per-cepción sobre el tema en 1891. De acuerdo con el corresponsal inglés de The Times, Maurice Hervey: “La educación se eleva a una estimación merecida-mente alta entre los que tienen las ideas más avanzadas y modernas; entretan-to los Conservadores y, sobre todo, la clerecía la mira con bastante recelo por ser radicalmente inconsistente con el Gobierno por las clases y para las masas. Hasta ahora, con relación a la mayoría de los ciudadanos, puede decirse que la educación apenas ha echado raíces; sin embargo, las clases altas son, por regla general, increíblemente bien informadas”7.

Si se busca el denominador común, de las causas del nomadismo del peón, el lector podrá colegir que no había incentivo para que el individuo se arraigara en una actividad que no le proporcionaba el mínimo de seguridad, bienestar y tipo de vida a que toda persona tiene derecho. Tal vez algún patrón trató como ser humano a sus inquilinos y peones, pero conociendo la mentalidad aristocrática de los viejos hacendados, resulta difícil imaginarlo. Esto nos conduce a la cuestión social, tema ignorado por políticos y gobernantes durante mucho tiempo. Pero hay un hecho irredargüible: una vez que el campesino, peón o trabajador conoció y descubrió nuevos modos de vida tuvo la oportunidad de escoger y emprender nuevos caminos. Ya no era más el siervo de la gleba, el horizonte se amplió gracias a su decisión de abandonar la miseria. Un testigo de la época, Víctor Contreras Tapia nacido en 1906, recordaba que:

la mayoría de los obreros hacia 1920 provenían del campo. Emigraban a las salitreras del norte o a las fábricas de Santiago o Valparaíso. Fui el penúltimo de mis hermanos. Mi padre murió antes que yo naciera. Y mi madre debió trabajar para toda la familia (…) Todos trabajábamos en los predios vecinos, que eran de pequeños agricultores (…) La jornada de trabajo en el campo se prolongaba de siete de la mañana a siete de la tarde y los salarios eran miserables. Por eso mis hermanos decidieron emigrar al norte, a las salitreras. Fue el comienzo de mi futuro como obrero.

¿Por qué? ¿Cómo sabían que les iría mejor en las salitreras?

Otros campesinos de nuestro lugar habían emigrado antes a las salitreras. Regresaban a visitar a sus mujeres, a sus hijos en mejores condiciones

7 Maurice H. Hervey, Dark Days in Chile (London: Edward Arnold, 1892) 328-329.

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que cuando salieron. Aparecían bien vestidos, hablaban de los salarios que allí ganaban y de horarios de trabajo que no eran de sol a sol8.

El Norte salitrero chileno empezó el 14 de febrero de 1879 con el desembarque de tropas chilenas en Antofagasta, continuó con la toma de Pisagua el 2 de noviembre, la batalla de Dolores el 19 y el combate de Tarapacá el 27 del mismo mes, el cual fue “un desastre para las armas chilenas, cuyos efectivos quedaron reducidos en un 32%” pero “la campaña de Tarapacá dejaba en poder de Chile la rica provincia salitrera del mismo nombre, cuyas entradas sirvieron para financiar la guerra”9.

Adelantémonos unos años en nuestro recorrido para observar los cambios que se dieron en el aspecto cultural y social en Chile y cómo ellos se corresponden con lo económico. Eugenio Pereira Salas comenta en su artículo “Las postrimerías del siglo”:

Después de la amarga fatiga de la Revolución de 1891 y la angustia de los excesos, la reacción psicológica fue de abandono y laxitud (…) Había cambiado el tipo de explotación económica y con ello comenzaban a desaparecer las costumbres tradicionales. El país renegaba de lo agrario y se dejaba arrastrar por la tentadora voz de los negocios bursátiles, la fiebre de la transacción o el espejismo del salitre.

El país se bifurca en áreas diferentes. El norte minero de Antofagasta y Tarapacá forma una clase desconocida en nuestra historia. Es un ambiente frenético, cuna de la conciencia del individualismo capitalista, frente a las concepciones tradicionales del resto del país. Un tipo nuevo de sociedad, sin arraigo colonial, sin encomienda o latifundio, más liberal en sus concepciones, más realista en su conducta, iba surgiendo allí, al borde de la pampa, donde a su vez el proletariado naciente ensaya sus primeras reivindicaciones10. (Nuestro énfasis).

Otro historiador sostiene que en Iquique, “a la fecha (marzo de 1880) la población es en su mayoría chilena, siguiendo después las nacionalidades

8 Luis A. Mansilla, “Recuerdos de sesenta años. Conversación con Víctor Contreras Tapia”, Araucaria de Chile 17 (1982) 79-97. Contreras Tapia fue alcalde, senador y ministro.

9 Francisco Frías Valenzuela, Manual de Historia de Chile (Santiago: Nascimento, 16ª edic., 1978) 359-367.

10 Eugenio Pereira Salas, “Guión cultural del siglo XIX”, Atenea 434, (1977) 136-137.

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siguientes: italiana, alemana, inglesa, española, asiática, etcétera”11.Volvamos a Pereira Salas: “Había cambiado el tipo de explotación

económica” nos dice el autor y las cifras lo corroboran. En 1860 la explotación minera representaba el 61% de las exportaciones y la agricultura el 13%. En 1905 alcanzaron a 80% y 8% respectivamente. Chile adquiere progresivamente su carácter urbano. La industrialización avanzaba lenta pero segura. La producción agrícola en manos de algunos pocos propietarios, permanecía estática e indiferente a los cambios. En 1865, el 68,8% de la población vivía en la Zona Central; en 1885, el 61,5% y en 1907, el 55%.

En su estudio sobre la evolución institucional en Chile, el profesor Heise anota que, “este notable desenvolvimiento de la vida económica transformará la fisonomía y la mentalidad de nuestra clase alta. Junto a la aristocracia tradicional de tipo agrario se formará una burguesía financiera que fundamentará su poder en el comercio de exportación y en la industria minera y bancaria”12.

El Norte Grande, Tarapacá y Antofagasta, que en 1885 contaba con menos del 1% de la población total del país, tenía un 1,2% en 1907. En la misma fecha, Antofagasta aumentó sus habitantes en un 250% y Tarapacá, 150%. Las emigraciones periódicas produjeron un proceso de desarraigo violento hacia los centros laborales mineros de plata, cobre, carbón, salitre, construcción de ferrocarriles, tanto nacionales como extranjeros. En los trabajos del ferrocarril de Valparaíso a Santiago, Henry Meiggs utilizó alrededor de 8.000 trabajadores. Entre 1868 y 1872, más de 25.000 chilenos fueron con Meiggs a levantar ferrocarriles peruanos13. En mayo de 1868 apareció el siguiente aviso en El Mercurio de Santiago:

Enganche para el ferrocarril de Mejía a Arequipa (República del Perú). Se necesitan para esta obra todos los mineros y peones que desean engancharse bajo contrato. Para imponerse de las condiciones, sueldos y demás pormenores, pueden concurrir los interesados a la calle Cochrane Num. 144. Los que se enganchen aquí darán principio a su trabajo en el puerto de Mejía, el clima de cuyo lugar es inmejorable y enteramente sano.

11 Francisco Vidal Gormaz, El Puerto de Iquique (Santiago: Impta. Nacional, 1880) 13.12 Julio Heise González., 150 años de evolución institucional (Santiago: Andrés Bello, 1976) 72. 13 Henry Meiggs presentó su propuesta en 1868 al gobierno peruano para construir el ferrocarril de

Mollendo a Arequipa (en aquel entonces Mejía a Arequipa); la que fue aceptada casi de inmediato. Luego presentó otros proyectos. Para el principal decidió enganchar obreros chilenos con los cuales había trabajado anteriormente.

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Ya para el 28 de agosto el anuncio de trabajos adquiría otro tono cuando salió en El Mercurio de Valparaíso:

Peones. Para el Ferrocarril de Mejía a Arequipa. En estos trabajos, que deberán durar como tres años, se paga al peón chileno sesenta centavos diarios en moneda de Chile a más de casa y comida. En caso de enfermedad que les impida trabajar, se proporcionará a los trabajadores casa, comida, médico y medicinas, sin costo alguno, mientras dure la enfermedad. Además, habrá capellanes que oficiarán todos los domingos y días festivos. Los que quieren dirigirse al lugar de los trabajos, pueden concurrir en Valparaíso para que se les proporcione pasaje en los vapores, a la casa Num. 311 ½, Calle de la Victoria.

El ya citado estudioso norteamericano Bruce W. Farcau nos informa más a fondo sobre el tema:

Chile entró en un período de descenso económico en la década de 1870 que seguiría hasta el comienzo de la guerra (del Pacífico) (…) La deuda nacional subió doblándose entre 1860 y 1870. Esto ocurrió al mismo tiempo que hubo grandes sequías y epidemias recurrentes a lo largo del país (…) más de 50.000 chilenos se vieron obligados a emigrar en busca de trabajo, la mayoría al Perú para trabajar en la construcción de ferrocarriles, muchos a laborar en los inicios de la construcción del Canal de Panamá, además de los miles que fueron al Norte a las salitreras de Atacama. (27).

La inmigración chilena se prolongó hasta 1872. Según historiadores como Michael Monteón, el salario, los enganchadores y la personalidad de Meiggs atrajeron al gañán chileno. Su desplazamiento posterior, debía ser obligadamente hacia la zona salitrera que ya había iniciado por esa fecha su auge económico14. Destaca un hecho interesante en la inmigración hacia el Pe rú. Los peones en gran número también se dirigían a la Ar gentina. Así lo afirmaba El Ferrocarril publicado en Santiago el 1º de julio de 1871. Ante este drenaje de brazos, la industria, los grandes hacendados y el gobierno quisieron ponerle atajo a la inmigración. El intendente de Valparaíso, Francisco Echaurren Huidobro presentó a la Municipalidad el 3 de julio

14 Véase Michael Monteón, “The Enganche in the Chilean Nitrate Sector, 1880-1930”, Latin Ame-rican Perspectives 6/3 (1979): 66-79.

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de 1871, un proyecto que al ser aprobado fue remitido al Gobierno. El articulo 1° contemplaba que, “ningún individuo de la clase proletaria podrá ser contratado en calidad de sirviente, peón, trabajador o industrial para ser trasladado al extranjero, sin firmar una contrata que dé garantías de su fiel cumplimiento por ambas partes y sin que esa contrata sea visada por la autoridad correspondiente, previa la comparecencia personal del contratado”. (Nuestro énfasis). Tal preocupación legalista, apuntaba al quid del asunto. Léase el artículo 3°:

El contratista, agente o compañía que contratare algún individuo de los clasificados en el artículo 1° para algún punto fuera del país, deberá rendir fianza suficiente para responder de las obligaciones civiles y demás responsabilidades que afectaren al individuo contratado. Esta responsabilidad se extiende principalmente a los casos en que se contratare a un padre, hijo o esposo que tuviera obligaciones civiles que satisfacer para con su familia, no permitiéndose entonces el embarque de dicho padre, hijo o esposo, sin que el agente o compañía con la que contratare asegure una pen sión, que se apreciará según las circunstancias, a dicha fami lia”.

El mismo periódico puso el asunto en el tapete cuando denunció como inconstitucional tal proyecto. En Chile no existía, de acuerdo con la Constitución, la clase proletaria y el inciso 4° del artículo 12 de la Carta Fundamental aseguraba a todos los habitantes de la república, “la libertad de permanecer en cualquier puesto de la república, trasladarse de un puerto a otro o salir de su territorio”. (Nuestro énfasis). Para el presente estudio interesa destacar que tal proyecto no fructificó.

El paso de esta sociedad agrícola a minera obviamente obedeció al ciclo histórico y social. Pero, ¿qué otros motivos empujaron al trabajador campesi-no, al de la ciudad y pequeños villorrios a emigrar? Un viajero periodista nor-teamericano Theodore Child que visitó Chile en 1890, opinaba que “Aparte de Inglaterra, no hay país donde la distinción de clases sea tan marcada como en Chile. Hay hombres blancos y el rebaño humano, los criollos y los peones: los primeros, señores y amos indiscutidos; los segundos, esclavos resignados y sumisos. Es un hábito en Chile no dar siquiera las gracias a un doméstico o a un peón después que hayan prestado un servicio; se le considera como un

15 Theodore Child, The Spanish-American Republics (New York: Harpers & Brothers 1891) 92.

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ser absolutamente inferior”15. Como su carrera en el periodismo ya lo había llevado a lugares como Rusia, Alemania, Francia y Argentina, son notables sus descripciones del carácter chileno. Sobre el comportamiento del peón, continúa Child:

Es verdad que el peón es un excelente minero, aunque meta a su bolsa los más bellos trozos de mineral de oro o de plata. Es verdad aunque es un trabajador infatigable, que se adapta a todas las necesidades en general y a los cuidados agrícolas en particular; que es muy dócil cuando se le trata con justicia y que se le conduce fácilmente cuando se le sabe llevar. Cierto, tiene sus defectos y sus insuficiencias, pero no carece de inteligencia. Si los socialistas se ponen a predicar en el país, pueden estar seguros de hacer de cada uno un buen discípulo; y se verá entonces una bonita demolición del estado de cosas en general y en particular de la oligarquía que forma actualmente la raza blanca (136-137).

Nuestro énfasis apunta a la certera predicción de Child, pues en Santiago y Valparaíso, ya el socialismo y el anarquismo estaban comenzando a desplegar su actividad política y social, precedida por las cofradías artesanales y sociedades mancomunales.

El escritor y periodista Tancredo Pinochet-Le Brun (1880-1957) recorrió el país por diez meses, desde Santiago a Punta Are nas, “para completar el examen de la vida nacional desde uno a otro confín de la Republica”. Sus observaciones tienen validez por la contemporaneidad de los hechos y por ser realizadas en el terreno mismo, no a través de narraciones ni documentos. Cuando Pinochet-Le Brun efectuó su investigación, había “medio millón de inquilinos en Chile”. De regreso de Magallanes el autor llegó a la “conclusión desalentadora de que el inquilino chileno es una bestia de carga, un animal, no un ciudadano consciente de una Republica Democrática”16. ¿Por qué escoge la hacienda del Presidente como sitio para su reportaje? Porque el propietario de ese fundo debía ser, “no un viejo del siglo pasado, no un analfabeto gruñón y recalcitrante del progreso. Ha de ser un hombre moderno, un hombre que haya viajado por el extranjero, que sepa de una vida superior para los titanes

16 Fue publicado en 1970 en Antología Chilena de la Tierra, editada por Antonio Corvalán (Santiago, ICIRA, 1970) con el título “Inquilinos en la Hacienda de Su Excelencia” (págs. 83, 85, 97, 98, 102, 105). El escritor Luis Durand (1895-1954) nacido en Traiguén, conoció a fondo la vida cam-pesina. En su colección de cuentos Alma y cuerpo de Chile (1947), la narración “El país del patrón y del sirviente” nos entrega el tema de fondo. Su obra maestra es Frontera (1949).

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de la gleba. Si es posible, ha de ser un hombre que haya tenido que meditar honradamente en los graves problemas sociales de la patria”. Pinochet-Le Brun describe la vida familiar de los inquilinos en estos términos:

Las casas de esas familias de inquilinos, que todos los viajeros ven desde las ventanillas del tren, tienen un exterior agradable que está por encima del rancho tradicional, que es una caricatura de la ruca araucana. Se compone de un dormitorio, donde duerme en promiscuidad toda la familia, y otra pieza que es una especie de bodega, donde se revuelven en confuso montón, monturas, frenos, ollas. Las piezas no están entabladas ni en el piso, ni en el cielo; las murallas no están ni pintadas, ni empapeladas, ni siquiera enlucidas. El dormitorio es obscuro, sin ventilación, de mal olor. La gente come en el suelo; los chiquillitos, semidesnudos, pululan como animalitos domésticos.

El contraste entre el “exterior agradable” que “todos los viajeros ven desde las ventanillas del tren” y las condiciones miserables en que viven los inquilinos, permite que el lector deje de lado los preconceptos sobre la vida diaria de esos ciudadanos. Luego Pinochet-Le Brun y su ayudante un abogado, se disfrazan de gañanes en Talca para ir en busca de trabajo a la hacienda de Su Excelencia en Camarico. Sostienen la siguiente conversación con un lugareño:

—¿Habrá trabajo aquí?—No, están despidiendo afuerinos.—¿Cuánto ganan?—Nos pagaban uno treinta. Ahora nos dan uno.—¿Qué dan de comer?—Una galleta en la mañana, un plato de porotos a mediodía, y otra

galleta en la tarde.—¿Dónde duermen? —Allá—¿Dónde? —AlláY mostró el montón de paja al lado de la trilladora.—¿Cuántos duermen allí?—Como veinte.—Así, ¿a pleno campo?—Claro.

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El narrador se dirige en seguida al dueño de la hacienda:Así es, Excelencia. Se trabaja en vuestra hacienda de sol a sol. Se come un pan de desayuno, sin café, ni té, sin agua caliente; un plato de porotos a mediodía, sin pan; y otro pan al concluir el día. Después de esto, la bestia humana de vuestro campo no va a un dormitorio a desnudarse; se tira en un montón de paja a toda intemperie, y al día siguiente se levanta, sin lavarse, desperezándose y principiando de nuevo a trabajar de sol a sol y comer una galleta en la mañana, otro plato de porotos a mediodía y otra galleta al declinar la tarde.

Luego el escritor visita la escuela de la hacienda y conversa con la profesora. No tiene muchos alumnos en su clase, “porque trabajan hasta los más chicos, aun los de seis años ya que es tiempo de faenas. Recordemos que “están despidiendo a los afuerinos”. La profesora le explica lo que había ocurrido:

Un día vinieron varios inquilinos a pedirme que les hiciera clases de noche; querían aprender. No tuvieron ocasión antes. No tenían tiempo en el día. Querían clases nocturnas. Me ofrecieron pagarme dos pesos al mes cada uno. Yo acepté. Se alcanzaron a juntar treinta y dos en mis clases. Venían con mucho gusto. Pero... tuve que cerrar esa escuela porque el visitador, después de hablar con el administrador de la hacienda, no le gustó la idea. Los inquilinos lo sintieron mucho, pero no se pudo17.

Lo notable en esta parte de la entrevista es el deseo por la educación entre padres e hijos, aun después de un largo día de trabajo físico. Tal actitud no fue un hecho aislado.

El viajero alemán Eduard Poeppig (1798-1868), médico e interesado por las ciencias naturales, estuvo en Chile entre 1826-1829. El traductor de su obra Carlos Keller asegura que no vino a Chile en misión oficial y su contacto fue con el pueblo y la recolección de plantas y animales. Poeppig nos dejó un claro retrato del mayorazgo de ese tiempo que se mantuvo incólume por generaciones:

17 El historiador Anson Uriel Hancock informa sobre la educación hacia el año 1893: “Probablemen-te hay alrededor de tres cuartos de un millón de niños en Chile entre las edades de seis y quince años que deben asistir a la escuela, sin embargo sólo una proporción menor -quizás un niño de cada seis- se aprovecha de la oportunidad. De los tres millones de chilenos, es un estimación libe-ral decir que un millón sabe leer (…) En cuanto a la clase alta, son bien educados, bien informa-dos y aculturados”. A History of Chile (Chicago: Charles H. Vergel and Co., 1893): 416.

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El número de jornadas impagas variaba de una hacienda a otra, y también la manera cómo se exigían las prestaciones dependía únicamente de los patrones. La mayor o menor benevolencia de éstos podía ser adivinada por el número de inquilinos de que disponían. Las condiciones en que vivían los inquilinos explican que sus posesiones fueran siempre inciertas, pues aun cuando la ley prohibía que se les despidiera sin más trámites (al menos, no se lo podía hacer antes de haber cosechado el inquilino lo que había sembrado), estaban expuestos a este peligro cada semestre. Y Poeppig nos presenta su teoría con respecto al tema que permea la

narración del salitre, y no olvidemos que estamos en 1826. Observe el lector:

De este sistema se ha derivado, seguramente con razón, la manifiesta inclinación que tiene el chileno por la vida errante, en su preferencia por vagar sin ocupación, a menudo sujeto a grandes privaciones, sin plan y sin sentido. Se explican por la misma razón la pobreza y el desaseo de las viviendas de la clase inferior en el campo, pues nadie se tomará la molestia —y menos lo hará bajo un cielo que no exige mucha previsión angustiosa— de instalar una casa cómoda y destinada a una permanencia prolongada cuando no puede saber cuánto tiempo se le dejará sin molestarlo en su posesión18.

En 1907 en Iquique los obreros ganaban de $4 a $4,50 al día; Santiago y Temuco $3 a $3,50; Concepción, Valdivia y Llanquihue $2,50 a $3,50. Estos son cálculos promedios y cabe advertir que aunque el iquiqueño tiene más dinero en sus manos, el valor adquisitivo es diferente al de sus congéneres en el resto de la República, pues los productos esenciales para la subsistencia provienen de fuera. Los campesinos de S. E. ganan un peso, antes les pagaban $1,30. Pinochet-Le Brun sigue dirigiéndose al latifundista dueño de la hacienda para resumir la situación económica de los trabajadores:

El inquilino de vuestro abuelo ganaba catorce peniques y diecinueve décimos, y vuestro peón gana cinco peniques diez décimos. Gana ahora vuestro inquilino, Excelencia, casi un tercio de lo que ganaba dos generaciones antes. ¿Lo véis bien claro? Económicamente no hay

18 Eduard Poeppig. Un testigo en la alborada de Chile (1826-1829). Traducción, notas e lustraciones de Carlos Keller R. Santiago: Zigzag, 1960: 125.

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esperanzas para el subhombre de la gleba. Su destino está fijado: su curva es de descenso, de inflexible descenso. Han sufrido esas bestias, han tenido hambre, han dormido y comido botadas en el suelo, sin esperanzas de que se junte bastante dinero en caja para que los nietos compren pañuelos de narices o peinetas. En ese mismo espacio de tiempo, el agricultor chileno, el hacendado, ha llenado a Santiago de palacios y automóviles, no como fruto del talento conque ha trabajado sus hacien das, sino de la forma en que ha explotado a los esclavos de la gleba.

Más aun, Excelencia, no sólo hay degeneración económica entre vuestros inquilinos. Hay también degeneración física. Vuestros inquilinos comen peor y menos que los inqui linos de vuestros abuelos. En aquellos tiempos se daba porotos o lentejas dos veces al día; ahora se da en vuestra hacien da só1o una vez al día.

Según el consenso aristocrático de la época, esta plebe a fuer de iletrada, era ignorante, floja y estúpida19. A pesar de que nuestro estudio se atiene al obrero chi leno, no debe dejarse de lado la heterogénea masa de obreros de diferentes nacionalidades que por las mismas razones que sus congéneres poblaba el Norte Grande, en espe cial nuestros vecinos limítrofes, peruanos y bolivianos. Ellos escribieron la página más hermosa de solidaridad obrera cuando, rodeados en la Escuela Santa Maria de Iquique el 21 de diciembre de 1907, se negaron a abandonar el recinto al ser requeridos por los cónsules de sus respectivos países. La prensa obrera reconoció esta realidad y las fricciones limítrofes no alteraron el trabajo en la Pampa.

A raíz de las declaraciones de Agustín Edwards sobre el tema de traer inmigrantes, los obreros refutan sus argumentaciones en El Trabajo de la Mancomunal Obrera de Iquique en un artículo titulado “Inmigración” 20:

Esta es la palabra del día. Tenemos inmigrantes “gringos” (ingleses), tenemos holandeses, austríacos, italianos, japoneses y hasta chinos; ahora el Congreso nos quiere mandar más inmigrantes. No hallamos a dónde colocar

19 Tal concepto seguía vigente en la década de 1950. Alain Girard y Raúl Samuel realizan un estudio en el Gran Santiago (25% del total nacional), Situación y perspectivas de Chile en septiembre de 1957 (Santiago: Universidad de Chile, 1958). Los miembros de la clase alta consideran que los obreros son flojos, viciosos, irresponsables, negligentes, inseguros, manirrotos y apáticos. Debe-mos recordar al mismo tiempo que los sectores medios urbanos tienden a asumir actitudes de la clase alta. Véase Federico G. Gil, El sistema político de Chile (Santiago: Andrés Bello, 1969): 45.

20 Agustín Edwards Mac Clure (1878-1941) empresario, político y diplomático, fundó en 1900 El Mercurio de Santiago.

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brazos desocupados y nuestros apoderados, los señores congresales, se matan buscando la manera de atosigarnos de hombres para llenar faenas ya repletas de personal. Esta es la verdad. Don Agustín Edwards, diplomático aristócrata (...) y hombre de negocios que, por lo tanto no puede opinar independientemente, ha dicho que los italianos hacen falta a las industrias chilenas (…)

No sabe el señor Edwards que el salario en Chile es mezquino; no sabe el señor Edwards cuánto cuesta ganar la ración de hambre (...) En Chile hay brazos de sobra, lo que falta es buen salario. Pague veinte centavos más el señor Edwards a sus inquilinos en el campo y tendrá numerosos ope-rarios. Pague el salitrero una ficha más de veinte centavos al día y tendrá también gente de más para sus faenas21.

La situación chilena en cuanto a inmigrantes, era muy diversa al compararla con países como Argentina y Brasil, según lo afirma un historiador norte-americano radicado en Inglaterra, Hill Albert:

En contraste con Brasil o Argentina, la inmigración jugó un papel menor en el crecimiento del proletariado chileno. En 1907 sólo el 4.1 % de la población era extranjera, comparada con la de Argentina que alcanzó el 30 % siete años más tarde (…) Los obreros peruanos y bolivianos comprendían el 40 % de la fuerza laboral en Tarapacá y el 15.7 % en Antofagasta en 1907. Sin embargo, eran esencialmente inmigrantes temporales, los primeros en salir para sus países cuando la industria sufría uno de sus descensos frecuentes. Es interesante notar que a pesar de sus números menores, y el hecho de que los líderes obreros eran chilenos, cuando ocurrieron incidentes mayores de disturbios sociales, siempre se les echaba la culpa a agitadores extranjeros. No quiere decir que los inmigrantes no tuvieron un impacto enorme en la sociedad chilena, sólo que esto fue más que nada como empresarios y no como obreros. Por ejemplo, en 1914, los inmigrantes eran dueños de más de 30 % del comercio del país y alrededor de 50 % de las empresas industriales22.

21 “Inmigración”. El Trabajo de Iquique, 28 de noviembre de 1906.22 Bill Albert, South America and the First World War (Gran Bretaña: Cambridge University Press,

1988) 272.

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El ya citado periodista Theodore Child nos provee un retrato de la diversidad pampina al describir a los pasajeros que lo acompañaban una mañana en el tren largo y concurrido de Iquique a la Pampa:

Los pasajeros son de diversas razas, aun en los coches de primera clase porque los que trabajan en la Pampa no tienen la costumbre de ahorrar y mientras tienen dinero quieren lo mejor que se puede comprar. Los sentados más cerca de mí son ingenieros ingleses, algunos en ropa ligera del corte más correcto al estilo londinense, otros se visten con pantalones para montar a caballo, botas largas y cascos; italianos y austríacos que tienen licorerías y tiendas en algunos de los pueblos; peruanos y chilenos que trabajan en las Oficinas; dos o tres mujeres con sombreros modernos y mantillas; unas mujeres indígenas de piel oscura en- vueltas en chales negros, silenciosas y pensativas; mientras la mayoría de los pasajeros consisten en trabajadores de todos los colores y nacionalidades, incluyendo japoneses que han venido desde Perú, unos chinos que se han establecido en la Pampa como vendedores o dueños de tiendas y despachos, y un grupo de indígenas bolivianos, las mujeres cargadas de cestas y listas para vender sus productos (157).

Child observó que de los casi 13.000 obreros en la Pampa salitrera de Tarapacá en enero de 1890, había 8.267 chilenos, 1.282 peruanos, 2.719 bolivianos y que el resto era de otras nacionalidades.

El campesino chileno arraigó en el desierto, pero no olvidó jamás la tierra nativa. José Santos González Vera (1897-1970) escritor y Premio Nacional de Literatura en 1950, relató, “Uno me contó que cierto trabaja-dor sureño (convertido en calichero) vio a los pocos años de su llegada a la pam pa, descargar en la oficina unos fardos de pasto. Todo fue verlos, abatirse sobre ellos y prorrumpir en sollozos”23. Pa ra el calichero nacido en el Sur, el fardo era el campo en que naciera, la otra geografía, su familia, sus amistades.

Aclaramos que para el nortino de esos años, el Sur era lo que estaba más allá de La Serena y Coquimbo, donde aparece la vegetación típica del Valle Central. La abuela materna de Pedro Bravo-Elizondo, María Dolores Reyes Antén, quien llegó a Iquique en 1900 no olvidó jamás su tierra maulina, sus leyendas e historias que nos trasmitiera en momentos de tertulia y descanso. De ella hablamos en este libro en el capítulo “Un enganchado en la familia”.

23 José Santos González Vera, Cuando era muchacho (Santiago: Nascimento, 1951) 243.

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La historia de nuestros países latinoamericanos se ha desarrollado en compartimientos estancos. Nos parece que los enganchados e inmigrantes hubiesen sido un fenómeno chileno. Nuestros hermanos del Perú no nos dejaron solos en tal hecho. La escasez de mano de obra fue una de las más pesadas herencias que los siglos de la dominación española legaron al Perú re-publicano. Los hacendados del siglo XIX resumieron esta situación en una ex-presión bella y paradójica: “la agricultura peruana es como la Venus de Milo, hermosa, pero sin brazos”. Para remediar este problema trajeron a esclavos africanos en la Colonia, semiesclavos chinos en el siglo XIX y posteriormente a partir de 1880 recurrieron al “enganche” de las poblaciones indígenas de las vecinas zonas alto andinas24.

El enganchado asiático merece todo un estudio aparte. De acuer-do con Fernández Montagne y Grande Alva, los aspectos más relevan-tes que favorecieron la inmigración china fueron fundamentalmen-te el conocimiento que se tuvo de los buenos resultados obtenidos en la agricultura en Cuba, Panamá y Brasil; la creencia que este tipo de in-migración no acarrearía dificultades diplomáticas con las potencias extranje- ras “defensoras del respeto a la dignidad humana; el bajo nivel de vida a que estaba sometido este poblador chino, lo que le hacía aceptar fácilmente cualquier contrato que pudiese ofrecerle un mejoramiento de su status; la estabilidad que el chino ofrecía en el trabajo y por último el hecho de que esta inmigración resultaba ser la que más se adecuaba a la mentalidad de los grandes hacendados, principales gestores de la ley de 1849”25. Los centros de enganche fueron los puertos de Cantón y Macao, esta última entonces colonia portuguesa. El contrato fue el medio con el cual se legalizó la esclavi-tud de los culíes. Agregan los investigadores que “la manera cómo se llevaron a cabo estos contratos mereció el calificativo de ‘enganche’, pues los corre-dores se valían de la persuasión, promesas y hasta engaños para lograr sus objetivos”. Según los investigadores citados, el Perú trajo a 89.638 “colonos” chinos entre 1849 y 1874. Henry Meiggs utilizó alrededor de 6.000 en la construcción del ferrocarril de Lima-La Oroya.

24 Manuel Burga y Alberto Flores G. Apogeo y crisis de la Republica Aristocrática (Lima: Ediciones Rikchay, 2ª ed. 1981)160.

25 Ernesto Fernández Montagne y Germán Granda Alva, Tesis Bachillerato en Economía, “Apuntes socio económicos de la inmigración china en el Perú 1848-1874 (Lima: Universidad del Pacífi-co: 1977):16, 18, 22, 83. El estudio seminal es del profesor Watt Stewart quien publicó Chinese Bondage in Perú. A History of the Chinese Coolie in Perú, 1849-1874 (North Carolina: Duke University Press, 1951).

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Con el transcurso del tiempo, los chinos lograron integrarse a la sociedad peruana y sus actividades económicas lindaron en propiedades agrícolas en la zona de Pacasmayo y Chiclayo; en la industria pesquera de Trujillo y Huacho hubo capitales chinos. En Lima las renombradas “chifas” y negocios de diversa índole dan cuenta del espíritu empresarial de los descendientes y emigrados en años muy posteriores al comercio esclavista del enganche.

En Chile, según el censo de 1907, había 1.920 chinos residentes, presumimos que muchos de ellos en la zona norte. Los chinos, como otras comunidades nacionales, dejaron en Iquique muestras de su laboriosidad. La escuela primaria “Centenario” fue obsequio de la comunidad china residente en 1910. Los clubes deportivos e instituciones culturales recibieron de ellos el apoyo financiero y hasta el día de hoy queda memoria de los cobijados en el “Chung Hwa”.

Retornemos al enganchado en Chile. El periodista iquiqueño A. de Guafra en su narración “Impresiones de un enganchado (1917)”, siente conmiseración por los sueños e ilusiones que despierta en los enganchados El Dorado del salitre, representado por Iquique, y la pampa en este caso particular. Señalemos que en 1899, en cuanto a porcentajes de exportación, Iquique figuraba en primer lugar con el 43.75 % y Valparaíso segundo, con 10.67 %. Le seguían Pisagua y Tocopilla. Séptimo en el ranking estaba Antofagasta. Según el historiador Roberto Hernández, “Iquique era considerado como el primer puerto de la zona salitrera y como el centro productor de las mayores entradas para las arcas de la nación”26. Hernández nos recuerda que:

“desde los tiempos de la guerra de 1879, hasta el año de 1917, el valor del salitre salido para el extranjero representaba la maravillosa suma de seis mil millones de pesos oro de 18 peniques, contra seiscientos millones de igual moneda, como exportación del mismo período en productos agrícolas y derivados de la agricultura. La situación de Tarapacá y Antofagasta en la economía y finanzas nacionales, era para maravillarse” (166).

El puerto era la sede de la burocracia administrativa, del servicio de ferrocarriles —el Ferrocarril inglés de la trocha ancha— maestranzas,

26 Roberto Hernández. El Salitre (Resumen histórico desde su descubrimiento y explotación) (Valparaíso: Fisher Hnos., 1930) 149. El énfasis es de Hernández.

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fundiciones, servicio telegráfico y cablegráfico a Valparaíso, Lima y Galveston (USA), periódicos, escuelas primarias y secundarias, hospitales, servicio de policía y regimientos, etc. En la Pampa y pueblos estaban las estaciones del ferrocarril de Iquique a Pintados, escuelas primarias en al- gunos pueblos, pulperías en las Oficinas salitreras, tabernas y prostíbulos que se concentraban en lugares cercanos a una concentración de Oficinas o Cantón. Los campamentos servían de alojamiento y vivienda para los trabajadores. Algunos llegaron a ser pueblos. Huara es un ejemplo clásico.

En el Norte afloró en esta masa proletaria arraigada en el desierto, el sentido de justicia y rebeldía social27. El peón de siervo de la gleba, se convierte y se transforma en un luchador con dirigentes que surgen de la necesidad de expresar tales ideas y organizaciones ya definidas políticamente. La expresión que utilizamos siervo de la gleba no es al acaso. Según el ya citado Michael Monteón, en el censo de 1907 la fuerza laboral en Chile alcanzaba a 1.150.000, “dentro de este censo hay más sirvientes domésticos, 86.000 que obreros en las fábricas, 80.000; y más mujeres lavanderas 68.000, que obreros salitreros, 40.000” (67).

El trabajo minero en la Pampa salitrera dio origen al pampino, un chileno diferente en su modo de ser y mirar la existencia y quien, como lo anticipara Child, fue un buen discípulo de las enseñanzas políticas que afloraron allí a fines y comienzos de siglo, el anarquismo en especial. Mario Bahamonde describe el génesis de tales ideas: “las ideas anarquistas de rebeldía, descontento y destrucción se incorporaron al torrente pampino a través de los marineros alemanes, muchos de los cuales desertaban de sus veleros y debían ser amparados por la Unión Marítima Internacional (fundada en Iquique en 1892). Y las ideas socialistas se incorporaron al país por la vía natural de Argentina y Europa, a través de la capital”28.

El proletariado pampino avanzaba lentamente por el camino de las reivindicaciones sociales. El que lograba quedarse en Iquique podía ahora aprender a leer en las escuelas nocturnas que administraban sus hermanos de suerte. El que trabajaba en la Pampa reconocía la realidad social de la Pampa y el puerto mediante la prensa obrera que otros comentaban y leían. La indoc-trinación social y política, el darse cuenta de lo que acontecía, era labor de los llamados “agitadores” que arriesgaban sus vidas internándose en las Oficinas,

27 Julio Pinto Vallejos, Trabajos y rebeldías en la Pampa Salitrera (Santiago: Universidad de Santiago, 1998).

28 Mario Bahamonde, Pampinos y Salitreros (Santiago: Quimantú, 1973) 62.

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cuidadas por los “serenos” y guardianes del orden. Gracias a Bahamonde tenemos lo que informaba el Gobernador y Comandante de Armas Suplente de la Gobernación de Tocopilla en nota del 14 de septiembre de 1920:

Da cuenta de una conferencia verificada en la pampa y hace un denuncio.N° 766

Con motivo de una conferencia dada a los obreros federados de la Oficina Prosperidad, un agitador cuyo nombre se ignora se expresó en sus puntos principales en la siguiente forma, más o menos:

1. Que en las Oficinas Pan de Azúcar y otras de Tarapacá habían despedido a ochenta obreros por no haber admitido que los administradores les quitasen de su jornal $ 9,00 para Fiestas Patrias, con el fin de hacer fondas y beber hasta que el vino corra por el suelo, como también la sangre de sus hermanos.

2. Que estas tierras eran extranjeras, porque los capitalistas tenían compradas todas las riquezas y cuando se les ocurría desalojaban a los obreros chilenos.

3. Que las riquezas que tenían acumuladas los capitalistas eran el sudor y lágrimas de todos los obreros que viven en la miseria, dando sus pulmones a los acaparadores del tesoro.Lo cual me permito poner en conocimiento de US para que se sirva resolver lo que estime conveniente. Dios guarde a US. (74-75).

El uso del término agitadores, “persona que provoca conflictos sociales o políticos, sinónimo de instigador y revolucionario”, implica que sus palabras podrían conllevar la fuerza de la acción colectiva.

Cuando Alberto Cabero era Intendente de Antofagasta ocurrió el siguiente hecho, como lo recuerda en su libro ya citado:

Corría el año 1919. Gobernaba el señor Sanfuentes (Juan Luis, 1915-1920) y era Ministro del Interior uno de los grandes duques que dirigían antes el país, caballero de voz campanuda, sangre azul, corta vista y finos modales.Había una huelga general en el departamento de Antofagasta, escasos carabineros y policía mal armada. El ferrocarril a la Pampa estaba

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interrumpido desde hacía un mes; comenzaba el hambre en las Oficinas.El Intendente recibió dos hombres que traían una nota privada del Ministro, en la cual le recomendaba cooperar en el cumplimiento de la reservada misión que llevaban. Interrogados sobre el objeto de su encargo, dijeron con tranquilidad y pasmosa frescura: “Somos carabineros disfrazados. Mi coronel nos manda para deshacernos del caudillo socialista y de los cabecillas de la huelga”. El Intendente que ignoraba este medio persuasivo y discreto de terminar la huelga, los hizo regresar a Santiago, pidió permiso y renunció a su cargo (341).

(En nota al pie agregó Cabero: “Era Intendente de Antofagasta el autor de este libro y el caudillo socialista, D. Luis Emilio Recabarren, después diputado”.)

Como el lector podrá colegir, los medios para silenciar a los revoltosos eran variados. Pero el obrero ya no estaba en la hacienda de Su Excelencia y la Pampa ofrecía no sólo un espacio abierto, inmenso, radiante de luz, sino el empuje y la decisión necesarios para responder al reto del sistema con las enseñanzas que provenían de lejanos países que ya habían conocido y experimentado el encuentro con el capitalismo industrial en boga en la pampa salitrera29. No deja de llamar la atención el párrafo final del cablegrama fechado el 23 de enero de 1908 en Iquique, que el consulado alemán en el puerto, envió a su gobierno luego de producida la masacre de la Santa María en 1907: “Se había causado la muerte de 1.600 muertos y heridos. Aparece, a primera vista del punto de vista humano, como un medio algo brutal. Pero en el trato con el generalmente bestial y semisalvaje roto chileno, no se puede conseguir nada por otros medios”30.

El lector entenderá las causas de esta visión burocrática de los adeptos a las teorías en boga de la época, en especial del francés Joseph de Gobineau con su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853 -1855). Europa es la civilización y por contraste América Latina, la barbarie, lo bestial. Pero A. de Guafra y cierta prensa obrera también reflejarán el pensamiento aristocrático y de la clase media chilena con respecto al desdén que sienten

29 Esto no significa desconocer las luchas del proletariado rural. Véase de Jorge Barría S. El movimiento campesino chileno. Temas Laborales (Santiago: INSORA, 1969). Además Elizabeth Reiman y Fer-nando Rivas, La lucha por la tierra (Santiago: Quimantú, 1971).

30 La Estrella de Iquique, 17 de diciembre de 2007.

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por aquéllos que se dedican al comercio y a otros servicios. A. de Guafra, en su crónica sobre el enganche describe Iquique y nos dice que “es un puerto sucio, invadido por una raza extraña que tiene inundada la ciudad de cafetines, peluquerías, lavanderías, carnicerías y mil negocios de iniciativa de pigmeos”. La referencia es explícita para la época, se refiere a los chinos y japoneses residentes en al área. Ellos, como ya lo dijimos, dejaron no sólo en Iquique muestras de su laboriosidad. Afortunadamente para A. de Guafra, el director de El Despertar ya no era Luis Emilio Recabarren.

Cuando De Guafra se queja amargamente de la burguesía de la época y del robo de las elecciones con candidatos de impecable jerarquía, no cabe duda que se está refiriendo al líder obrero Luis Emilio Recabarren, quien fuese despojado de su triunfo en 1906 como candidato a diputado por Antofagasta. De soslayo menciona los resquemores existentes entre Chile y Perú al hablar sobre la actitud de los marinos que sirven en el Mantaro, el barco donde viajaban los enganchados hacia el Norte. El conflicto con el Perú permanecía latente debido al debate en torno a Tacna y Arica. Sólo en junio de 1929 se logró firmar el tratado que permitió la incorporación definitiva de Tacna para el Perú y de Arica para Chile.

La visión de Iquique, fin del camino para los enganchados y comienzo de una nueva experiencia, produce en el narrador una actitud sombría y desesperanzada. Y no deja de tener razón. Según De Guafra, “los movimientos obreros eran acallados por la fuerza. La prensa obrera era clausurada, cuando a los mandatarios indignos se les arrojaba a la cara sus delitos. En la época eleccionaria triunfaba el matonaje”. Como el enfoque de su relato son los enganchados, no hace referencia alguna a la corrupción administrativa reinante en Tarapacá, producto de los impuestos y otras gabelas que dejaba el salitre.

La corrupción en Tarapacá —producto de la riqueza generada por el salitre— llegó a tales extremos que el escritor y periodista Víctor Domingo Silva (1882-1960) inició una cruzada en 1914 por la Pampa salitrera denunciando en el periódico El Tarapacá de Iquique la explotación de los obreros, el abuso de las fichas y pulperías, las autoridades vendidas a las compañías salitreras, etc. El Tarapacá suspendió tales reportajes por la presión de los avisadores salitreros. Silva consiguió el dinero necesario y publicó el periódico La Provincia, donde continuó sus denuncias31. Entre 1915 y 1918, fue diputado por Copiapó, Chañaral, Vallenar y Freirina. Silva, con su periódico

31 Víctor Domingo Silva, Lo que visto i oído en Tarapacá (Iquique: Imprenta Caras y Caretas, 1913).

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fue un instrumento valioso en la campaña senatorial en 1915 de Arturo Alessandri Palma (1868-1950). Durante su diputación inició la campaña contra la corrupción en la Municipalidad de Iquique, a que se refiere De Guafra. Pocos años después el periódico La Patria de Iquique ofrecía noticias acerca de su persona y actividades: “V. D. Silva en comisión a Europa. Los diputados, hermanos Briones Luco han conseguido que el Gobierno envíe en Comisión a España, al poeta don V.D. Silva a fin de que éste no regrese al Norte a continuar la campaña que ha iniciado contra la Municipa lidad de Iquique. Nada se sabe aún si el señor Silva ha aceptado la comi sión” (La Patria, Iquique, 14 de enero de 1920). Importa anotar que Silva recibió el apodo de “El León de Tarapacá” por su actitud combativa y justiciera, apelativo que perteneció primigeniamente al comandante Eleuterio Ramírez (1836-1879). Durante la campaña senatorial de Alessandri, en 1915, Silva delegó tal honor en Alessandri, quien lo aceptó y así fue reconocido hasta el final de su vida.

Los enganchados que llegaron a la Pampa cambiaron el hábitat y, en la medida de sus esfuerzos lo lograron, comenzando con la creación de “Sporting Clubs” como llamaron a las instituciones para practicar fútbol y disputar campeonatos con Oficinas cercanas. Luego aparecieron las Filarmónicas con sus actividades sociales, principalmente bailes. Seguiría en este orden, el teatro tanto obrero como de los empleados salitreros. En este orden ascendente, arribarían al plano político. En 1912 el Partido Obrero Socialista fundado en Iquique, tenía dos representantes pampinos: Ladislao Córdova dirigente de la huelga de 1907 y Vicente Olivos. En la misma fecha de 1912 los pampinos de la Oficina Cholita se habían organizado como Partido Socialista y en la Oficina Abra con iguales fines que la entidad política de Iquique el mismo 6 de junio se reunían los obreros para tal propósito. Todavía no hemos mencionado la labor anónima de quienes antecedieron a nuestros ahora reconocidos líderes obreros. El siguiente relato fue hecho por dos ingenieros alemanes que visitaron la Pampa en 1901, Semper y Michels a quienes volveremos a citar:

Los operarios salitreros de Tarapacá se dividieron en dos campos socialistas a fines de 1901, cada uno de los cuales sostenía su órgano de propaganda: ElPueblo y El Calichero. Un partido soñaba con la participación en las ganancias; y el otro, con el lema de ‘la pampa para los pampinos’, llegó hasta recolectar fondos para que los mismos trabajadores pudieran adquirir oficinas salitreras y explotarlas32.

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Al referirse De Guafra a que “la prensa obrera era clausurada, cuando a los mandatarios indignos se les arrojaba a la cara sus delitos”, no deja claro que esa prensa era levantada nuevamente. Elías Lafertte por su parte insiste que así fue porque “Recabarren nos había enseñado que si el enemigo mil veces nos destruía, nosotros mil veces teníamos que levantarnos para seguir adelante. Nuestra clase, nos decía, es la más fuerte. Sólo necesita unirse, organizarse, engrandecerse”33. Según Lafertte, ésa fue la actitud cuando los militares, “oficiales del Carampangue y del Granaderos (regimientos de Iquique), armados de mazos y combos, rompieron las máquinas, destrozaron los rodillos, vaciaron las cajas de tipos y destruyeron todo lo que era susceptible de ser destruido”. La imprenta en cuestión, la de El Despertar de los Trabajadores. El periódico se levantó de entre las ruinas, más de una vez.

De Guafra aprovechó el motivo de la llegada del barco a Taltal para rememorar su pasado como obrero mecánico en esa región. Taltal se distinguía de otras zonas del salitre en que los alemanes eran los propietarios de varias Oficinas. De esta manera se entiende la cesantía que se produjo en 1914 al declararse la Primera Guerra Mundial (1914-1918), entre otras razones. Veamos algunas.

Durante la Primera Guerra Mundial, el Presidente Ramón Barros Luco (1910-1915) mantuvo la neutralidad del país. Recordemos que para 1913, las exportaciones alemanas de salitre, excedían a las de Inglaterra o cualquier otra nación, aunque los ingleses eran los principales inversionistas y propietarios en la industria salitrera34. Como la marina mercante chilena no participaba del comercio interoceánico, Chile dependía enteramente de los barcos británicos35. Tres meses después de comenzada la guerra, la economía

32 Edwin Semper y E. Michels, Die salpeter industrie Chile (Berlin: Wilhem Ernst & Sohn, 1904), una monografía de la Revista Oficial de Minas, Metalurgia y Sustancias Salinas, Vol 52. Incluye 123 páginas con 12 láminas. Traducida del alemán y considerablemente aumentada por Javier Gandarillas y Orlando Ghigliotto Salas, La Industria del Salitre en Chile (Santiago: Imprenta Barcelona, 1908) 105.

33 Elías Lafertte. Vida de un comunista. 2ª. ed. (Santiago, Imprenta Horizonte, 1961) 144-145.34 La importancia del salitre como materia prima en la dinamita, fue destacada por C. E. Munroe en

The Nitrogen Question from the Military Standpoint: “Si no hubiese sido por el descubrimiento y explotación de la pampa salitrera, la industria de explosivos como la conocemos ahora, hubiera sido imposible y el desarrollo en minería y transporte que ha caracterizado los últimos cincuenta años del siglo diecinueve, no se habrían producido”. Citado por Stephen R. Brown, A Most Dam-nable Invention. Dynamite, Nitrates and the Making of the Modern World (New York: St. Martin’s Press, 2005) 162.

35 En 1914, “La destrucción de un navío cargado con salitre significaba más que la pérdida de un barco de guerra para los Aliados”. De allí la incursión en aguas territoriales chilenas del Almirante von Spee quien derrotó a la armada inglesa a la altura de Coronel, el 1º de diciembre de 1914. (Brown, 187).

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chilena se tambaleaba peligrosamente. Las exportaciones salitreras sufrieron una depresión durante 1914 y comienzos de 1915, pero luego vino el alza en 1917. Las exportaciones de salitre de Tarapacá y Antofagasta alcanzaron al 86 % de todo el país, con lo cual se explica el proceso de enganche que nos describió A. de Guafra.

En el período citado de la guerra, el Norte fue el epicentro de este desastre. Cincuenta por ciento de los obreros de las Oficinas salitreras fue despedido. El gobierno acudió en ayuda de los salitreros. El 3 de septiembre de 1914, se pasó la ley de Auxilio del Salitre gracias a los ajetreos y manipulaciones de la Sociedad Nacional de Minería.

Para evitar protestas y desordenes, el Gobierno negó a fines de 1914 los mitines o reuniones que no contaban con el visto bueno oficial. Debido a la guerra, Chile perdió 25 millones de pesos oro en impuestos derivados del salitre y del yodo. La falta de capacidad e iniciativa de los regímenes anteriores, dejó a Chile a merced de los Bancos privados —no existía un Banco Nacional— en manos de extranjeros. La disipación de la riqueza salitrera, que no se empleó para crear nuevas industrias, llevó a los chilenos al borde de la desesperación como lo describe De Guafra en su relación. La Asociación Salitrera que se enriqueció con el trabajo de los pampinos, los dejó abandonados a su suerte. Esto se repitió en otras crisis económicas de 1919, 1921 y 1925. La diferencia fue que en esta última, por las leyes ya dictadas en favor del trabajador, la Asociación Salitrera por lo menos utilizó parte de sus ganancias, exactamente $ 957.030 en pasajes, hospederías y auxilios en dinero para los desocupados. El historiador Bill Albert nos da un cuadro vívido del desajuste social producido en esos años:

Para el 13 de agosto (1914) había 8.000 obreros desempleados en el área de Iquique y una semana más tarde se agregaron dos mil más. Cientos de obreros y sus familias dormían en los muelles esperando transporte al sur provisto por el gobierno (…) El gobierno les ofrecía subsidios y préstamos a los dueños de las salitreras para mantener abiertas las Oficinas, pero la idea tuvo poco éxito igual que sus programas de obras públicas. Para mediados de septiembre 14.000 obreros y sus familias habían sido embarcados para el Sur. Dentro de tres meses esta cifra llegó a 30.000. Al relocalizar a los obreros en las provincias sureñas quizás se prevenían hambrunas y disturbios violentos en el Norte, pero era difícil encontrar trabajo para ellos en el Sur. Durante los tiempos de prosperidad nunca hubo previsiones para tratar el desempleo y cuando ocurrió la crisis el

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gobierno no era capaz de responder económicamente de una manera adecuada (…) el obrero que había producido la mayoría de la riqueza del país fue sacrificado por la inestabilidad de los mercados mundiales (50).

Nuestro planteamiento básico es que el hombre nuevo que llegó a la Pampa padeció el sistema como cualquier otro chileno o trabajador de la época, pero transformó esa realidad no sólo con sus manos sino con su inteligencia, perseverancia y dedicación a una causa que estimó justa. Algunos regresaron al terruño con sus ahorros, otros murieron en la jornada, los más fueron conquistados por el desierto y allí permanecieron. Cuando las crisis y huelgas los empujaron a abandonar sus trabajos, volvieron al Sur o se quedaron en los puertos y caletas aprendiendo el oficio de pescador, mariscador, lanchero, jornalero o tiznado. El concepto de trabajo implicó lo que hacía posible la vida, aunque el medio ambiente fuese hostil —la Pampa—. El trabajar, comer, dormir, alimentar la familia era lo fundamental. Pero también disfrutaron su mundo.

Hernán Rivera Letelier (1950), comentando su primera novela La Reina Isabel cantaba rancheras (1994), nos ayuda a entender algo de la fuerte personalidad del pampino que lo hizo sobrevivir los malos momentos:

Yo que había trabajado en la pampa, que me había criado allí y era hijo de un minero que murió de silicosis, yo sabía que era un explotado y que la situación era fuerte, dura. Entendía a la vez que también teníamos días amables, que también teníamos días alegres, que también amábamos. Es decir, en medio de la explotación de alguna manera nos habíamos hecho un pequeño mundo y éramos a nuestra manera felices. Entonces por qué contar la historia en un tono trágico, en un tono de lamentación, de auto-conmiseración, cuando el pampino en sí es un tipo de mucho humor y se ríe de su propia tragedia. Me propuse contar la vida de los pampinos con el humor que ellos poseen. Y eso fue un poco lo que hice36.

Muy anteriormente, otro narrador nortino Nicolás Ferraro (1921) nos había presentado la dualidad amor-odio entre el Trabajo y el Capital que se dio a diferentes niveles en la Pampa. En su cuento “Hacia el mar”,

36 Guillermo García Corales, “La narrativa chilena del período de la transición democrática y el debate cultural: el caso de Hernán Rivera”. Confluencia 21/1 (2005) 230-238

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hombres y mujeres deben abandonar la Oficina y dirigirse al puerto donde la administración ha buscado trabajo para los despedidos:

Voy a llorar —dijo mi padre— contra el muro de la casa. Ahora mismo. Voy a llorar hasta quedarme sin pestañas. Contra la puerta de esta casa. Aquí vivimos veinte años. ¡La pucha! Me la dieron desde que me casé. Aquí me acosté con mi mujer noche a noche los veinte años. Aquí nació Jacinto. Y la Elenita, que en paz descanse. Hasta el Jecho nació aquí. Trataron de darme una casa mejor. No quise. ¿Qué otra casa podía ser mejor? Aquí mi mujer parió estos críos, celebramos cumpleaños y soportamos penas y duelos … Quiero llorar, Luchito, por la madre37.

Conocedor de la Pampa, nació en Pampa Unión, Ferraro nos presenta el ciclo de despidos producidos por los altibajos del precio del salitre. El padre en el cuento lo expresa claramente cuando dice que pese a sus treinta años en la Pampa, “algún día tendríamos que habernos ido (…) Todo eso está bien”. Lo que realmente le duele es que son empujados por otros, “sin voluntad. Sin poder decir que no”. Y el pensamiento de Nicolás Ferraro, se nos hace claro en cuanto a la situación en que vivieron los pampi- nos38. Dependían del Gobierno, de las Compañías, de fuerzas externas e internas en las que el trabajador no tenía control alguno. El padre continúa sus lamentaciones, pero no despotrica de la Pampa misma: “Es una porquería lo que hacen. Una maldita porquería sin razón —se inclinó y recogió un puñado de tierra seca y fina. Se la pasó por el pelo, por la cara. Sollozando— Esta tierra nos sostuvo… ¡la puta!”

Otra visión del trabajador pampino nos la entrega Marcial Figueroa (1878-1963) en su estudio sociológico de los obreros en la región del salitre. La fecha de la edición es sintomática, 1931, época de la crisis económica y el período de declinación de la industria salitrera. Figueroa considera que,

Hasta ayer, de 70 oficinas salitreras más o menos en explotación, muy contadas eran las que mantenían sus campamentos en mediano estado

37 Nicolás Ferraro, “Hacia el mar”, Antología del cuento nortino, ed., Mario Bahamonde (Antofagasta: Universidad de Chile, 1966) 353-363.

38 Nicolás Ferraro en 1948, a los veintisiete años de edad fue relegado a Pisagua con la dictación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia establecida durante el gobierno de Gabriel González (1946-1952) quien eliminó la participación política no sólo del Partido Comunista, sino de cualquier persona simpatizante de las ideas de izquierda en todo Chile. La relegación recayó principalmente en el puerto de Pisagua y otros lugares extremos del país.

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de higiene y comodidad. Entre éstas pudieran mencionarse en el cantón a Bolivia, las oficinas Francisco Puelma, Chacabuco, Cecilia, Vergara, Brac —en Tarapacá— Vigo y algunas otras. En iguales condiciones puede considerarse el campamento grande de María Elena, ex Coya Norte, cantón de Tocopilla39.

Sus investigaciones encuadran dentro de la historia del salitre, sus inicios, el trabajo y los procesos de elaboración. Como lo observará el lector, lo referente al enganchado lo circunscribe al personaje llamado Cirilo de la región de Ñuble, con el cual literariamente engloba el colectivo del peón agrícola. Insistamos en que los centros de enganchamiento se concentraron en Santiago, Valparaíso y Chillán a los que debemos añadir el Norte Chico, Perú y Bolivia. En este último, se destaca la zona de Cochabamba con el mayor aporte de bolivianos, hecho reconocido tempranamente por cronistas como Antonio H. Ciar en 189740.

Alejandro Venegas (1871-1922), egresado del primer curso del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, ejerció como profesor en los liceos de Valdivia, Chillán y Talca y es autor de Sinceridad, Chile íntimo en 1910. Con el seudónimo de Dr. Julio Valdés Canje analiza y comenta los dos Chiles de su época: el oficial al que caracteriza como de “bombos y platillos” y el otro, el Chile íntimo al que tipifica como el de “la charca cenagosa” entre otros epítetos. Recorrió el país desde la Frontera Araucana, a la otra, la del Norte de las Salitreras. En sus ensayos retrató específicamente al territorio “que se encuentra en situación más lastimosa que la Frontera: me refiero a las provincias del Norte, Antofagasta, Tarapacá i Tacna”41. No olvide el lector que Tacna todavía está bajo el control de Chile y no se han dirimido las cuestiones limítrofes creadas por la guerra contra Perú.

Su libro contiene veintiséis cartas dirigidas al presidente Ramón Barros Luco. Hemos seleccionado dos de ellas, pertinentes al Norte salitrero de la época. Sus impresiones del Iquique de 1910 no son tan diferentes a los que vivieron su infancia y adolescencia los viejos iquiqueños, a los cuales no

39 Marcial Figueroa, Tras del Espejismo de la Pampa (Santiago: Talleres Gráficos “Chile Film”, 1931) 133.

40 Antonio H. Cíar, El Defensor del Pampino (Iquique: Imprenta y Encuadernación Sud-Americana, 1897) 9. Véase de José Antonio González Pizarro “La emigración boliviana en la precordillera de la región de Antofagasta, 1910-1930. Redes sociales y estudios de casos”, Revista de Ciencias Sociales 21 (Iquique: Ediciones Campvs, Universidad Arturo Prat, 2008).

41 Alejandro Venegas, seudónimo Dr. Julio Valdés Canje, Sinceridad: Chile íntimo en 1910 (Santiago: Ediciones CESOC, 1910) 176.

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creemos les molestaran las calles de tierra de lo barrios populares como La Puntilla, El Colorado, El Matadero o Cavancha, regadas con agua salada, como le ocurrió a Valdés Canje. Lo que en aquel tiempo era la calle exclusiva de la clase media alta, Baquedano hoy Avenida Baquedano, no le llamó la atención a nuestro profesor. Observará el lector que incluso achaca la existencia de “vinchucas” y otros bichos de la Pampa a la despreocupación de los salitreros. Su interés era destacar los conventillos de las ciudades, los ranchos de los inquilinos, las viviendas de los mineros, los campamentos salitreros, las grandes diferencias sociales que provocarían los cambios políticos que desembocarían en la elección del “León de Tarapacá” en los años veintes y el de Pedro Aguirre Cerda en 1938 con el Frente Popular.

Como profesores de literatura, conocemos muy bien la estrecha relación entre sociedad y literatura. Debido a ello hemos incluido relatos que en este aspecto están íntimamente ligados con el asunto entre manos. Ellos nos dan una vívida presentación de una época y período que resiste el paso del tiempo y del olvido, como el ya nombrado de uno de los grandes indagadores de nuestra historia social salitrera a través de la ficción y la poesía, el antofagastino Andrés Sabella (1912-1989). El cuento de Carlos Pezoa Véliz (1879-1908), como lo califica un critico “no pasa de ser, en verdad, una ajustada semblanza de un trabajador pampino, típico en la centuria pasada. Aspera y realísticamente presentado, el viejo salitrero resume con su vida toda la historia convulsionada y fragorosa de la pampa durante la segunda mitad del siglo XIX”42. Joaquín Edwards Bello (1887-1968) en “La salitrera” se preocupa de rescatar a los “futres” de las Oficinas y su afición al buen whisky escocés, hecho no de ficción como lo experimentó Santiago Humberstone y lo relató en su Autobiografía. No sólo los obreros eran adictos al alcohol en esos parajes que alguien llamó la Siberia Caliente. Mario Bahamonde (1910-1979) a quien ya conocemos, nos dejó en su narrativa un cuento del área de Taltal “El negro destino de Hans Kuttz” 43. Lo incluimos por retratar la historia de un alemán, reclutado a la fuerza como marinero y que se ve forzado a desembarcar en Taltal en 1911. El entorno geográfico nos da otra dimensión de los tiempos del salitre en el área de Antofagasta.

De Pezoa Véliz recuperamos su poema “De vuelta de la Pampa” que nos presenta un aspecto no reconocido en las historias del salitre, el retorno del

42 Yerko Moretic, El relato de la pampa salitrera (Santiago: Ediciones del Litoral, 1962) 19.43 Mario Bahamonde, “El negro destino de Hans Kuttz” en De cuán lejos viene el tiempo (Antofagasta:

Ediciones Grupo Letras, 1951) 61-86.

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“huaso” hecho pampino, quien con sus ahorros tras cinco años, regresa a su tierra natal. “Willy” Zegarra nacido en la Oficina La Palma (Humberstone), actor y poeta popular quien vivió parte de la Era del Salitre, con sus poemas sobre la Pampa nos deja otra visión del período. Las mujeres de Iquique y la Pampa merecen ser recordadas. Homero Bascuñán en sus crónicas las recuerda con admiración y simpatía.

Las canciones marineras entonadas en los veleros y los Clippers, un arte perdido para siempre, rinde homenaje a los otros hombres del salitre, a quie-nes lo transportaban a los mercados europeos, a los conocidos como los Cape Horners, los que tenían que cruzar el Cabo de Hornos para llegar a los puertos chilenos y emprender el regreso a casa. No se era reconocido como verdadero marinero, si no se había experimentado tal aventura.

Baldomero Lillo (1867-1923) nuestro cuentista de la zona del carbón, visitó la zona del salitre con la idea de escribir una novela sobre lo ocurrido en la Escuela Santa María de Iquique, la cual no fructificó, pero nos dejó sus impresiones sobre el modo de vida del pampino. Mariano Latorre (1886-1955), el criollista por excelencia, en sus recorridos por el país, no es ajeno a la geografía nortina. Gabriela Mistral (1889-1957) quien fue profesora secundaria en el Liceo de Antofagasta en 1911, retrata metafóricamente la Pampa Salitrera.

Estos elementos literarios nos permiten vislumbrar un cuadro más acabado de la época, así como los relatos de viajeros como la inglesa Lady Ethel Vincent quien en 1893 viajó en el Nitrate Railway desde Iquique a Pisagua, observando el trabajo en las Oficinas y reconociendo la maravilla tecnológica del tendido del ferrocarril de Iquique a Pisagua. Otros viajeros cronistas añaden con sus observaciones un retrato caleidoscopio de la Pampa e Iquique y puertos salitreros de comienzos del siglo XX.

El recuento de las Oficinas salitreras nos asoma a la geografía de la Pampa que en los años de elaboración y trabajo intenso, era el ansiado destino de los desplazados por falta de oportunidades laborales más promisorias. Era el lugar que les permitía a hombres y mujeres, no olvidar a los niños, ganar el sustento, el pan y la comida de cada día como seres humanos en una labor compartida dentro de límites de libertad, y horarios no dictados por la aparición y puesta del sol44.

44 Ver Sergio González Miranda. Hombres y mujeres de la Pampa: Tarapacá en el Ciclo del Salitre. (Iqui-que: Ediciones Especiales Camanchaca, 1991).

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Como este trabajo se refiere al Norte Grande y la época salitrera, debemos agregar que gracias a los enganchados, emigrantes e inmigrantes y buscadores de un mejor destino, somos lo que hemos llegado a ser. Como lo dijo Jorge Luis Borges en su cuento “El Etnógrafo”, la historia “cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles o invisibles, vivos y muertos”45. Cada uno de nosotros nos debemos a todos ellos, visibles o invisibles, vivos y muertos, a los que nos antecedieron, a los que abrieron camino. De ellos descendemos los hombres y mujeres que logramos superar la escala social de nuestros progenitores y antecesores. En el caso de los chilenos, la oportunidad que les brindó la Era del Salitre, les permitió emprender nuevas rutas y caminos para avanzar en esa lucha permanente por la existencia.

George Orwell en su novela 1984 dice que en las civilizaciones fundadas por esclavos, no quedó registro alguno de sus nombres y agrega que sólo podía pensar en dos: Espartaco y Epicteto46. El catálogo de nombres que nos dejaron los que laboraron en la zona salitrera y en los puertos, Luis Emilio Recabarren, Elías Lafferte y Víctor Contreras Tapia (ambos senadores de la república), Teresa Flores, Aída Osorio, María Segovia la muchachita de quince años del Campamento Boer quien usó de la palabra en el meeting del domingo 15 de diciembre de 1907 en Zapiga, preámbulo de la Gran Huelga que culminaría en Iquique el 21 de diciembre, Juan Chacón Corona, líder sindical a nivel nacional, Sixto Rojas Acosta, Ladislao Córdova (dirigente provincial en Iquique y Arica), Pedro Regalado Núñez (iquiqueños participantes del movimiento en la Santa María) y muchos más que prueban nuestra afirmación: los hombres y mujeres del salitre fueron trabajadores, no esclavos de nadie, ellos elevaron al movimiento obrero a un nivel no logrado en el historial del país. Es un deber cívico recordarlos, ellos son nuestros héroes inolvidables. Además rendimos un homenaje a los escritores que citamos, quienes conocieron y escribieron sobre la Pampa Salitrera y su gente. Se atrevieron con el Norte Grande y no fueron los únicos.

Esta investigación quiere entregar a las nuevas generaciones una historia que merece ser recontada desde diversos puntos de vista, en especial por aquéllos que más objetivamente pueden vernos, los viajeros, los de afuera, incluso los de Chile mismo que se interesaron por el salitre y nuestra gente. Aclaramos que todas las traducciones son nuestras e insistimos en ello por la responsabilidad involucrada.

45 Jorge Luis Borges, “El etnógrafo”. Elogio de la sombra (Buenos Aires: Emecé Editores, 1969) 59.46 George Orwell, 1984 (London: Secker and Warbug, 1949).

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Largando el caldo.