el fondo del cielo - rodrigo fresan

Download El Fondo Del Cielo - Rodrigo Fresan

If you can't read please download the document

Upload: chacondh

Post on 04-Jan-2016

263 views

Category:

Documents


21 download

DESCRIPTION

Dos jóvenes unidos por el amor a otros planetas y a una chica de poderosa belleza. Alguien que nos mira y que no puede dejar de mirarnos. Una novela legendaria. La nieve, las estrellas, y esa noche definitiva en la que todo termina para que así comience la historia secreta del universo.Bienvenidos al fin de los finales del mundo.'Rodrigo Fresán es un escritor maravilloso, heredero directo de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, pero con su propia voz y de su propio tiempo, con una fértil imaginación, atrevido y dotado de una visión tan divertida como profunda.'John Banville.

TRANSCRIPT

El fondo del cielo

RODRIGO FRESN

Barcelona, 2009

Fresn, Rodrigo

El fondo del cielo - 1* ed. - Buenos Aires: Mondadori, 2009, 272 p.; 23x14 cm, {Literatura Mondadori)

ISBN 978-987-658-030-4

1. Narrativa Argentina. I. Ttulo

CDDA863

Primera edicin en la Argentina bajo este sello: noviembre de 2009

Cubierta: Marta Borrell / Random House Mondadori

Ilustracin: Getty Irriages

2009, Rodrigo Fresn

2009, de la presente edicin en castellano para Espaa, Estados Unidos y Amrica Latina:

Random House Mondadori, S.A.

Travessera de Grlcia, 47-49. 08021 Barcelona

2009, Editorial Sudamericana S.A.

Humberto I 531, Buenos Aires, Argentina

Publicado por Editorial Sudamericana S.A. bajo el sello Mondadori con acuerdo de Random House Mondadori S A.

Quedan prohibidos, dentro de los lmites establecidos en la ley y bajo los percibimientos legalmente previstos, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrnico o mecnico, el tratamiento informtico, el alquiler o cualquier otra forma de cesin de la obra sin la autorizacin previa y por escrito de los titulares del copyright.

Impreso en la Argentina.

ISBN: 978-987-658-030-4

Queda hecho el depsito que previene la ley 11.723.

Fotocomposicin: Fotocomp/4, SA.

www.rhm.com.ar

Esta edicin de 2.500 ejemplares se termin de imprimir en Grafinor S.A., Lamadrid 1576, Villa Ballester, Bs. As., en el mes de octubre de 2009.

Para Daniel, en brazos de Ana, sealando a las estrellas

La realidad (como las grandes ciudades) se ha extendido y se ha ramificado en los ltimos aos. Esto ha influido en el tiempo.

ADOLFO BIOY CASARES

Uno puede ser un amante del Espacio y de sus posibilidades [...] Tambin soy consciente de que el Tiempo es un medio fluido para el cultivo de las metforas [] El Espacio es un hormigueo en los ojos, y el Tiempo un cantar en los odos.

VLADIMIR NABOKOV

Las distancias son slo la relacin del espacio con el tiempo y varan con l [...] Hay errores pticos en el tiempo como los hay en el espacio [...] El nico viaje verdadero, la nica fuente de juventud, no sera ir a otros pases, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otros, de cien otros, ver los cien universos que ve cada uno de ellos, que es cada uno de ellos.

MARCEL PROUST

Uno no se puede ver a s mismo fuera del universo.

KURT VONNEGUT

Imagino que esta nocin de que cada criatura ve el mundo de una manera diferente al de las otras criaturas no ser compartida por muchos de ustedes [.,.] Conseguir un planeta que no exista. Ese es el primer paso.

PHILIP K, DICK

Nunca me he acostumbrado a estar en esta tierra. Creo que nuestra presencia aqu es un error csmico. Estbamos destinados a algn otro planeta lejano, al otro extremo de la galaxia.

JOHN BANVILLE

Oh, corramos a ver este planeta!

JOHN CHEEVER

I

ESTE PLANETA

Te encuentres donde te encuentres, cerca o lejos, si puedes leer esto que ahora escribo, por favor, recuerda, recurdame, recurdanos as.

Recurdanos, recurdame, recuerda que entonces los habitantes de nuestro planeta, de nuestro tan pequeo universo, se dividan en viajeros interplanetarios y en criaturas de otros mundos.

El resto eran, apenas, personajes secundarios.

Los annimos constructores del cohete.

O los hombres y mujeres esclavizados por seres distantes de anatoma imposible pero que, sin embargo, misterio inexplicable, siempre hablaban a la perfeccin nuestro idioma.

O los humanos que practicaban la lengua de los extraterrestres y que, misterio ms inexplicable an, era tan parecida al ingls cuando lo habla un extranjero de apenas dos o tres pases ms all.

Y ni astronauta ni alien eran, an, trminos de uso comn.

No estaban, como ahora, presentes tanto en la boca de los nios como en la de los ancianos. Esas palabras como un sabor familiar y fcil de reconocer al primer mordisco por los primeros dientes nuevos o los ltimos dientes falsos.

No es, como hoy (pensar en la jerga tecnolgica como nueva forma de pornografa, en la carrera armamentstica y domstica por gadgets de todo tamao y utilidad, en los rostros y los cuerpos modificados por operaciones lser, en la vida ms all de la vida y en las existencias alternativas enredadas en la red de las pantallas de pequeas computadoras) cuando hay das en los que me invade la sospecha de que todos los habitantes de este planeta son, sin ser conscientes de ello, escritores de ciencia-ficcin.

O, por lo menos, son personajes de ciencia-ficcin creados por escritores de ciencia-ficcin.

Entonces, en el principio, era diferente.

Entonces, en aquella hoy vieja Nueva Era, el espacio era verdaderamente oscuro y, al mismo tiempo, pgina en blanco a llenar con los relmpagos de nuestras plegarias y promesas y splicas.

Entonces nos pagaban por imaginar lo inimaginable y el futuro quedaba siempre tan lejos, a siglos, a milenios de distancia.

Y estaban los que preferan escribir sobre terrcolas trepando a cohetes para despus trepar ms alto an.

Y estaban tambin los que optaban por el camino inverso y preferan a esos extraterrestres que llegaban aqu para arrasarlo todo perdonando a un ltimo testigo para que lo dejara todo por escrito. As, el fin de su historia superponindose y anticipndose en el principio de la nuestra con pginas desde las que instruir a aquellos que, si haba suerte, llegaran ms tarde para volver a empezar. Una nueva tribu de individuos de look cientfico batas de laboratorio y gafas y hasta pipas siempre encendidas dentro de los trajes y cascos espaciales edificando entre restos y despojos e intentando comprender quines eran todas esas estatuas sin brazos ni cabezas que alguna vez haban sido hroes o villanos. Futuros hombres amnsicos de centurias caminando entre restos inmortales, sin poder precisar lo sucedido pero imaginando tanto acerca de lo que pudo haberle pasado a los antiguos moradores de esos palacios y mausoleos y as crear, sin quererlo pero acaso sospechndolo, una nueva forma de ciencia-ficcin en reversa. Una ciencia-ficcin que no sera otra cosa que los mitos, los supuestos y, finalmente, la Historia. Porque la Historia de lo que fue toda teora novela o ensayo histrico es tambin una novela de ciencia-ficcin.

Lo que sucedi es algo tan fantstico como lo que suceder.

El pasado nunca deja de moverse aunque parezca algo inmvil.

Como la nieve.

Y, s, estaba la nieve y estaban los muecos de nieve, los hombres de nieve.

Y estbamos nosotros yo y Ezra en la nieve.

Y nuestro planeta nunca es ms otro planeta nunca se siente tan ajeno y distante, nunca parece ms nuevo y diferente que luego de una nevada larga y poderosa.

Y aquel ao recurdalo, recurdanos as nev como nunca haba nevado.

Y nosotros bajo la nieve, al frente de todos esos muecos de nieve y de esa gigantesca esfera. Y era como si fusemos nosotros, Ezra y yo, los que ascendamos entre la nieve, detenida pero viva en la luz plida del da recin encendido. Y era como si cada copo de nieve diferente de los dems fuese una estrella nica. Y la nieve ver y sentir la nieve nos vuelve a todos poticos y, en mi caso, un psimo poeta.

Y una rfaga de viento y t en la ventana.

Y era como si el viento hubiera sido inventado nada ms que para soplar entre tus cabellos y as proclamar , que, aunque invisible, l tambin tena forma: la forma de tu melena despeinada, en el aire de ese amanecer oscuro, era la forma del viento.

Y los copos de nieve que entonces se movieron empujados por una descarga de energa y nosotros ah, como si habitramos en uno de esos globos de plstico y vidrio que un ser superior, o apenas un gigante, agita para crear una tormenta blanca y prisionera.

Una tormenta que cabe en la palma de la mano que la invoca y la sostiene.

Y nosotros yo y Ezra ah dentro, felizmente atrapados, entre tus dedos.

Nosotros, nosotros dos, que nos hacamos llamar Los Lejanos y que empezbamos y terminbamos en nosotros mismos.

Aunque, s, hubiera otros que se sentan tambin Lejanos prximos a nuestra singularidad apenas plural, una singularidad tan slo de dos nada ms que por cercana. Por orbitar cerca nuestro hasta que inevitablemente se cansaron de hacerlo y de nuestra indiferencia y partieron a la bsqueda de atracciones ms amables y camarillas ms pobladas.

Y es que los dos Ezra y yo nos sentamos tan diferentes.

Y preferamos considerarnos como seres distantes, de configuracin familiar, pero aun as impelidos por una voluntad decididamente extranjera. La voluntad de sabernos intrusos y sujetos al mandato ntimo de viajar lejos, de cruzar el espacio, de llegar al fondo del cielo, y de dar la vuelta y regresar al punto de partida. Y recin entonces volver a un hogar que ya no reconocamos ni nos reconoca.

Entonces, caminaramos sin direccin por calles y parques.

Nuestro linaje se habra agotado o nos resultara imposible reconocerlo en la mezcla de nuevas sangres.

Nos habramos convertido en extraos a los que slo les quedara el consuelo de escribir sobre exactamente eso: sobre no pertenecer a ninguna parte luego de haberlo visto todo.

Y seramos felices.

(PAG)

Alguien afirm alguna vez que detrs de todo escritor de ciencia-ficcin (al menos detrs de los primeros, de los originales escritores de ciencia-ficcin) haba, siempre, un cientfico frustrado.

No estoy del todo seguro de que fuera as y ah est el caso de Ezra: primero cientfico de xito, luego agente de expediente classified y cuando el futuro slo le interesaba como rampa de lanzamiento hacia un pasado a modificar por siempre escritor de ciencia-ficcin frustrado.

Ezra, quien decidi renunciar a todo en nombre de la exactitud cuando t desapareciste sin explicacin lgica, luego de la nevada de aquella noche, sin siquiera dejar atrs un buen relato de despedida, una amazing story o un weird tale o un astonishing travel.

Pero me estoy adelantando sin tener del todo claro cul es el curso de esta historia: dnde est su cabeza y dnde termina su cola sangrando por tantas heridas inflingidas por los propios colmillos.

Los Lejanos, por lo contrario, sostenamos que detrs de todo fsico o astrnomo yaca el cuerpo inerte pero no muerto tan slo en animacin suspendida de un contador de historias que haba sucumbido a la tentacin csmica de cifras y frmulas. Pero aun as, en el fondo de todo eso, apenas escondida, top-secret, la posibilidad cierta de un escritor a la espera de ser activado por una nerviosa clave no en la punta de la lengua sino en la punta de los dedos. Alguien que, impotente e incapaz de alcanzar el xtasis de la especulacin sin lmites, acaba resignndose simulando ese incierto orgullo de quienes quieren creerse privilegiados a las paredes inoxidables de un laboratorio de ambiente controlado.

Un cdigo. Una combinacin de nmeros y letras. Una frmula. Una pesada puerta de metal que se abre con el mismo mecanismo de un libro y que va a dar a uno de esos recintos a cuyo centro slo puede accederse mediante el uso de ms y sucesivas contraseas implantadas en las bandas magnticas de taijetas de acero que te guan a travs de pasillos blancos vigilados por soldados sin prpados y por cmaras insomnes. Los ojos de unos y de otras clavados en un puro presente, alimentados por la paranoia de que un Apocalipsis ms evolucionado y eficiente sea creado y activado en otros laboratorios o en cuevas donde se presionan otros botones para que comience el fin de todas las cosas de este mundo.

Y el desafo reside, siempre, en quin ser el primero en empezar el final.

(PAG) - 22

Pero mi historia, la historia de Los Lejanos, recin empieza o, mejor dicho, recin comienzo a empezarla, aqu y ahora. Me disculparn tantas palabras previas. Me excuso diciendo que son los cautelosos balbuceos de alguien que no se atreve del todo a presionar ciertos interruptores para activar ciertos recuerdos.

La memoria como esa inexplicable mquina del tiempo y el pasado como cuarta dimensin y planeta alternativo con vida un poco ms inteligente que aquella que lo habita en el presente.

Y es que en el pasado llegando all tanto tiempo despus, porque lo terrible del pasado es que slo podemos verlo desde el futuro todos somos ms sabios.

Viajando a lo que ya fue, comprendemos sin esfuerzo y contemplamos claramente errores que, es cierto, ya no podemos ni podremos corregir. Pero al menos accedemos al premio consuelo o al desconsolador castigo de saber exactamente cmo lo habramos hecho mejor, cmo habran cambiado para bien los resultados de haber podido alterar ciertos factores o tomado otras decisiones. De ah que sean muchos los que, antes de hacer uso y, tal vez, volverse adictos a la poderosa droga del pasado, optan por otra droga: la del olvido.

Y entonces, supongo, son felices habitando una eternidad de atardeceres siempre primeros y nicos.

As, la vida durando lo que dura un da y despus volver a empezar.

No es, no ha sido ni ser, mi caso.

La fina percepcin de los trastornos de la memoria, de las intermitencias del corazn de las palpitaciones del tiempo que ahora se arrastra, enseguida corre y de pronto vuela han sido, siempre, mi placer y mi privilegio y mi condena.

La memoria es un astronauta que trabaja duro para establecer relaciones duraderas entre las estrellas, muchas de ellas muertas; pero su recuerdo todava enciende luces en un espacio que, por exterior e inalcanzable, no significa que no forme, tambin, parte de las tan cercanas pero igualmente inasibles nebulosas de los pensamientos. Recordar es encontrar sin dejar de buscar. No sabemos si un recuerdo es aquello que a la vez que lo recordamos lo damos por perdido o aquello que estaba perdido y que de pronto se recupera.

Y tal vez lo ms curioso de todo (o quiz lo ms normal; porque las distorsiones del espacio-tiempo son uno de los ms habitados lugares comunes del gnero) es que ahora, cuando me duele la memoria con el dolor agudo y palpitante de comenzar a perderla, intento recordar por escrito lo que ya no recuerdo sin usar las manos.

Y no lo hago con el funcional y casi telegrfico idioma de la ciencia-ficcin.

Me refiero a ese estilo que tiene la ausencia de estilo y donde lo que en realidad importa es la trama, la buena idea, la profeca novedosa. El inters constante en el futuro, pero con una escritura tan primitiva

No: ahora son lneas largas y sinuosas (los parntesis funcionando como las tenazas de crustceos agrandados y ensoberbecidos por la accin de Rayos psilon) ms propias de un experimental y poco experimentado caballero decimonnico en los filos del nuevo siglo.

El pasado otra vez.

El modo en que se escriba en el pasado cuando los libros contaban con todo el tiempo de sus lectores y todo el tiempo del mundo caba en esos libros de los que costaba tanto salir; porque pasaban tantas ms cosas ah adentro que ah afuera. Libros para uso de un lector de una era que acababa para que comenzara otra era ya dispuesta a fundar la idea y la teora del futuro lejano.

Y, as, el novedoso y paradjico convencimiento de que, al prolongarse las vidas, el futuro no slo poda quedar ms lejos sino que, tambin, se poda llegar hasta l.

As, un lector mutante, flotando entre dos estadios.

Un lector Lejano con acceso a todo.

Alguien que pronto descubriraentre las explosiones de una Gran Guerra que supuestamente sera nica y ltima que no slo el futuro se expanda sino que, adems, el tiempo se aceleraba.

Alguien que a pesar de jams haber tenido las herramientas apropiadas para imaginar complejas mquinas teletransportadoras o autopistas galcticas con el pavimento castigado por agujeros negros pronto era arrojado al continuum de una poca de engranajes y palancas y de ingenios dispuestos a hacer lo que se le exigiese en la realidad para desobedecer y rebelarse en las ficciones.

Entonces, imagino, el aire era inflamable y los enamorados lanzaban chispas al unir sus labios, porque hasta los besos eran histricos y elctricos. La energa esttica movindose por todas partes y todo era, de pronto, un buen motivo para combustiones externas e internas.

Insisto: qu hago yo escribiendo estas oraciones largas y serpenteantes, estas imgenes borrosas de adjetivos, por qu estoy pensando as, qu sucede, qu me sucede y

Paciencia, paciencia, ser lcito pedir paciencia como quien pide piedad jurando que pronto todo se ordenar o que, al menos, morir en el intento de ordenarse?

Aqu y ahora tal vez de eso se trate, quiz por eso escribo de este modo yo tambin soy un poco asi: las frases largas y los breves pensamientos de alguien que se ha rendido al reinado de las mquinas sin comprenderlas pero beneficindose de ellas. Usarlas sin que ello signifique olvidar que jams entender qu es exactamente la electricidad (animal o vegetal o mineral?) o cmo funciona el motor ms sencillo. Alguien para el que los aviones siempre sern como ascensores sin cables. Un hombre en el lmite, un fronterizo, alguien que no est exactamente en ninguna parte y, sin embargo, puede contemplarlo todo desde una perspectiva ms mutante que privilegiada aunque...

Escribo todo esto en el fragor inaudible de una batalla secreta que s perdida de antemano.

Escribo esto para intentar vencer al olvido que avanza sobre m como una marea negra, como un manto de estrellas. Estrellas que se apagan una a una, como nombres que se agotan de tanto haber sido dichos y usados y, con ellos, se desdibujan sus correspondientes rostros. Una oscuridad que me cubre y me ahoga y yo primero intento mantenerme a flote pero despus, al poco tiempo, comprendo que no tiene sentido resistirse al llamado de las profundidades y del olvido, y me dejo ir, me hundo, burbujas de aire lquido escapndose por los labios de mi escafandra.

Escribo para que todo esto funcione como los restos del naufragio que se las arreglan para ascender hasta la superficie mientras al otro lado del ro se eleva una columna de humo negro bailando la msica de sirenas rojas en una ciudad donde nadie dormir esta noche.

Fragmentos dispersos, s, pero parte de un mismo casco y de una misma cabeza que tal vez puedan dar una idea de aquello que se hundi o, por lo menos, sirvan para indicar el sitio ms o menos exacto donde yace, inmvil, todo lo que alguna vez naveg guiado por brjulas, compases y constelaciones.

Escribo para dejar algo y no para que aclare lo sucedido ni me ayude a recordar (casi puedo verme de aqu a un tiempo, si hubiera decidido quedarme en lugar de partir, leyendo estas pginas sin comprender nada de lo poco que contienen y poco de la nada que intentan explicar).

Escribo como quien se despide.

Escribo todo esto que no pensaba escribir. Buena parte de ello no lo escribo sino que lo pienso, con esa forma inasible y pura de la escritura que es la memoria sin adulterar, rara energa nostlgica, incomprensible su funcionamiento, antes de ser puesta por escrito y reducida a palabras desenchufadas. Escribo impulsado por el combustible reactivo de una visita inesperada.

Escribo y abro y cierro parntesis (tal vez, tomando prestados esos parntesis que abrazan nmeros y letras pero no palabras, aproximar m incierto lenguaje a cierta precisin matemtica, a la exactitud a la que se entreg Ezra para intentar definir los contornos de lo difuso) y cerr la tapa de mi escritorio cuando o que llamaban a la puerta.

Y me puse de pie y fui y la abr.

Un joven periodista.

Aunque lo defina como un joven periodista, lo cierto es que no creo que fuera periodista en el sentido ms riguroso y profesional del trmino.

No creo, tal como me anunci, que trabajara para ninguna revista especializada porque, hasta donde yo s, ya no quedan revistas especializadas en ciencia-ficcin y, de haber sobrevivido alguna, no dedicara su poco papel a entrevistar antigedades prefiriendo el intercambio de opiniones de fans ms preocupados por el especial afecto que les producen los efectos especiales toda esa ertica tcnica y digitalizada a la que meterle los dedos de la ltima gran pelcula frgida del verano caliente.

No le cre cuando lleg a casa sin previo aviso; por lo que le ahorr el mal trago de cerciorarme sobre la verdad de sus supuestas credenciales.

Prefer considerarlo, simplemente, como alguien que necesitaba imperiosamente hacer muchas preguntas a alguien (preguntas que l se haba hecho a s mismo tantas veces en silencio y a solas) para, de ser posible, recibir las respuestas justas en la voz de un extrao al que conoca, sin haber hablado nunca con l, demasiado bien.

El joven periodista (tampoco, pienso, era exactamente joven; pero tambin es cierto que yo he alcanzado la edad en que casi la totalidad de los seres vivos son o parecen tan jvenes comparados conmigo) vino hoy a visitarme y me hizo tantas preguntas sobre lo que sucedi hace tanto.

Y lo primero que imagin es que lo que llevaba en un pequeo block de notas, escrito con letra ilegible, en palabras cortadas por la mitad, ms despedazadas que abreviadas, era como sola ocurrir de un tiempo a esta parte, en las raras ocasiones en que yo me dejaba alcanzar y ser atrapado una larga lista de interrogantes alrededor de la figura de Warren Wilbur Zack. Su vida tan diferente a la ma. Una vida opuesta. Una anti-vida. Todo lo que le sucedi a l leyndose bajo la luz de su ltima voluntad como todo lo que no me sucedi a m y...

Aqu, creo, se impone una pausa.

Una pausa como otro de estos parntesis blancos en los que entre prrafo y prrafo creo vislumbrar la verdadera textura del tiempo. Pausas como si fuesen esa materia antimaterial entre uno y otro salto espacio-temporal, como si fuera el momento en que giran piezas y encajan en ranuras del complejo mecanismo de lo que decidimos recordar o de lo que decide que lo recordemos.

Una pausa ms antes de ponerme a pensar en Zack...

(PAG)

... como si se respirara profundamente antes de hundirse en su recuerdo y descender a sus profundidades.

Zack que estaba loco, que se hizo escritor de ciencia-ficcin recin cuando comprendi que nadie publicara sus extraas novelas realistas con parejas siempre discutiendo.

Zack que propuso un futuro casi inmediato donde nada funcionaba bien salvo el artefacto invisible pero tan slido de la paranoia.

Zack (los ojos siempre hmedos de Zack, como de perro triste, la sonrisa dcil y canina, la cara llena de pelos, sus arrebatos de ladridos mordedores en los momentos ms inesperados) que se alimentaba de comida para perro enlatada durante sus das ms duros y pobres y no dudaba en recomendarte las ms sabrosas y mejores marcas.

Zack que se cas demasiadas veces y se divorci demasiadas veces y los demasiados hijos de Zack vestidos con andrajos brillantes, siguindolo en fila por la calles.

Zack quien, en pblico, deca cosas como los escritores de ciencia-ficcin somos seres patticos: no sabemos nada de ciencia y muy poco sobre literatura o no hay nada ms extrao que escribir algo pensando que no es cierto para despus descubrir que era verdad.

Zack que jams dej de soar con un hermano gemelo y telpata que muri durante el parto (y del que, juraba, reciba seales y dictados) y Zack que aseguraba ser la reencarnacin de un antiguo santo cristiano perdido en esta falsa realidad que en verdad no era otra cosa, afirmaba, que un pliegue secreto (una especie de elaborado teln) tras el que todava lata la grandeza invulnerable del Imperio Romano.

Zack que se involucr con grupos de guerrilleros de la West Coast como los Black Drummers y denunciaba que sus archivos haban sido robados por la CIA y el FBI y una organizacin gubernamental tan secreta que no tiene nombre porque en uno de mis libros, sin darme cuenta, revel la naturaleza del ms absoluto y definitivo de los experimentos que estn llevando a cabo los cientficos ms calificados y clasificados del planeta... Me pregunto cul de todos mis libros ser.

Zack que no crea en otros planetas ni en cohetes y cuyos tripulantes siempre acababan presionando el botn incorrecto mientras pensaban en cualquier otra cosa, en muecas de juguete o en drogas psicotrnicas de alto voltaje y densidad.

Zack que muri bajando por una escalera de mano justo en el momento ms ascendente de su carrera, cuando sus fantasas comenzaban a parecerse demasiado a los titulares de los peridicos y a las noticias en los telediarios de la noche.

Zack que, en alguna de las pocas reuniones o festivales a los que asista, sonrea educadamente ante mis pedidos de regresar a las galaxias ms clsicas de la ciencia-ficcin.

Y, s, Zack era mejor que yo (Zack era mejor que casi todos nosotros) y yo me rea de Zack. Despreciaba su oportunismo confeso y su velocidad para escribir novelas que, de acuerdo, no me gustaban y no las entenda; pero eran novelas que no se parecan a ninguna otra.

Zack saba de mi desprecio y se veng de una manera elegante y perfecta: la lectura de su testamento revel que me nombraba su albacea literario y eran tiempos difciles, no' pude sino aceptar estipulaba un generoso porcentaje de los beneficios que se obtuvieran por la venta y adaptaciones futuras de su obra. Apenas unos aos atrs, tal nombramiento hubiera sido nada ms que una broma pesada y un trmite incmodo e impertinente: buena parte de la obra de Zack estaba descatalogada y no le impresionaba a nadie salvo a sus subterrneos seguidores. Pero poco antes de morir, las acciones de Zack haban comenzado a subir. Sus obras empezaron a reeditarse en colecciones de prestigio y su nombre comenz a escucharse cada vez ms seguido en las voces de escritores serios que lo consideraban un profeta secreto o alguien que se atrevi a ver ms all o el filsofo llegado del futuro que nos ayuda a comprender nuestro incomprensible presente. Y lo que ms interesaba de las novelas y los relatos de Zack no eran tanto sus tramas (difciles de adaptar, extraas, como en otro idioma que no era otra cosa que una extica variedad del nuestro) sino sus ideas. Ideas de las que productores y guionistas y directores de cine podan destilar pelculas rebosantes de efectos digitalizados, xitos de pblico y, en ms de una ocasin, de crtica.

Lo primero que se estren lo que puso en movimiento los motores de su mitificacin post mrtem fue una especie de mutacin noir con androides sensibles. Fui contratado en calidad de supervisor y asesor creativo y especialista en las visiones de Zack y cre poder vengarme de su fantasma cuando el director de la pelcula me ofreci escribir el monlogo final de un robot agonizando bajo la lluvia cida de un Los Angeles retrofuturista. Puse en su boca palabras que, pens, Zack despreciara: frases elegiacas honrando la memoria de galaxias a las que los personajes de Zack tan preocupados por su lugar en la Tierra o, a lo sumo, en alguna decadente colonia marciana demasiado parecida a un suburbio industrial jams habra soado con viajar porque nada les atraa menos que viajar lejos. Era un parlamento que desbordaba de lneas poticas fciles de recordar y, enseguida, de ubicar. Muchos las encontraron emocionantes y, me consta, hubo quien llor durante el rodaje de la escena. Pens que, as, yo haba hecho justicia, yo haba conseguido introducir una partcula polizonte y noble. Un llamado a volver a aquel futuro en el que tanto habamos credo en el pasado. Mi idea de la ciencia- ficcin contaminando la idea de la ciencia-ficcin de Zack.

Pero, est claro, no se puede vencer a los fantasmas.

Y mi gesto se perdi y fue tragado por la encandiladora luz de una estrella muerta llamada Warren Wilbur Zack: todos pensaron que la despedida de aquella mquina humanoide bajo l lluvia haba sido escrita por Zack, que haba sido extrada de alguna de sus muchas libretas y manuscritos inditos que pronto dejaron de serlo al ser comprados por cifras astronmicas de las que, ya lo dije, me benefici y que son, hoy, mi nica fuente regular de ingresos, mi modo de supervivencia.

La pelcula se estren, no fue un gran xito de pblico pero, con el tiempo, se convirti en objeto de culto, en casi una religin, en una incesante generadora de dinero y de prestigio, en obra maestra admirada no hay nada ms fenomenal que un artista de culto que adems resulta redituable por jvenes que pronto ocuparon sitios importantes en la industria y se declararon fanticos de Zack y de sus visiones.

As es: Warren Wilbur Zack me mantiene, paga mis cuentas, mi seguro mdico, me ha convertido en un especialista en su vida y obra y hasta escrib la primera de sus varias biografas y anot un volumen de sus cartas alucinadas y una coleccin de sus ensayos meta-filosfico-religiosos.

Y es acerca de Warren Wilbur Zack que me invitan a hablar, a responder preguntas, a mentir.

Pero no.

(PAG)

Esta vez no. Para mi sorpresa, mi joven visitante no quiere hablar acerca de Zack y la leyenda de Zack y los mltiples rumores girando alrededor de la figura de Zack, la clase de cosas que se oyen en convenciones o se leen en pginas de fanzines. Zack... Sobrevalorado, comenta con una sonrisa torcida que no puedo evitar agradecer en silencio.

Mi joven visitante no busca dilucidar ningn misterio acerca de Zack sino conversar sobre Los Lejanos de entonces, y sobre los rumores que circulan alrededor del Ezra Leventhal de ahora y sobre Evasin. (Zack, s, fue uno de los pocos, si no el nico, que jams pens que yo poda llegar a ser el autor en la sombra de Evasin. Zack me explic con esa voz en la que nada sonaba a insulto sino a una rara forma de respeto o, al menos, de inters ante una especie extraa: Tu imaginacin no es tan imaginativa... Tu imaginacin tiene una lgica y un orden para m envidiables. No sabes lo que es tener que vivir con una imaginacin como la ma. Dentro de mi cabeza, todas las ideas gritan al mismo tiempo y levantan la mano para pasar al frente y decir lo suyo. De algn modo, yo escribo para as poder dejar de pensar un poco.)

Para mi asombro, mi joven visitante quera saber no sobre lo que yo haba atestiguado sino sobre lo que yo haba vivido y protagonizado; sobre aquello que hoy resultaba tan distante, ms aos sombra que aos luz, pero descendiendo ahora a toda velocidad, rodando hacia m por los escalones desde el tico del pasado.

Y, tambin, sus preguntas me parecan velos que cubran respuestas a otras preguntas que no se atrevi a hacer o que no saba exactamente cmo formular.

An as, respond a todo lo que me pregunt.

Por qu le respond a l?

Por qu respond a l?

Porque me record tanto a m?

Por sus gafas con grueso armazn de plstico negro (gafas que ahora, parece, estn de moda y que, al quitrselas de tanto en tanto no revelaban la mirada de acero de un sperhroe sino los ojos frgiles y desnudos de uno de esos peces para los que el brillo del sol y el azul marino son apenas un rumor imposible de confirmar)?

Por sus dientes torcidos (entonces todos los autnticos cultores de sci-fi tenamos malas dentaduras)?

Por las imposibles de disimular marcas fsiles en sus mejillas, restos de una adolescencia difcil y todava dolorosa (esos crteres lunares y epidrmicos, piel muerta en la que difcilmente se hubiera posado la visita extraterrestre de algn beso joven)?

Por qu lo sent como una fantasmal visin de Navidades pasadas, como las esporas fugitivas que se han colado por una grieta en las paredes con manchas de humedad de una galaxia tan lejana?

Por qu por momentos la perturbadora sensacin de que las mismas preguntas se repetan con palabras diferentes, como si estuviera asegurndose de que no se produjera ninguna imprecisin?

Por qu, al marcharse, me dej el regalo de una jaqueca con la intensidad de una estrella nova?

Por qu no me resist, por qu sent que me renda a su voz aguda y persistente como el zumbido de ciertos insectos antiguos?

Porqu...?

Digamos mejor si se me pide alguna explicacin para lo sumiso y voluntarioso de mi conducta que me conmovi su entusiasmo y su respeto frente a mi persona que para l no era exactamente una persona sino algo ms parecido a un smbolo. Alguien a contemplar como el souvenir vivo de una poca muerta que l intua, o que necesitaba creer, haba sido gloriosa y que, pens yo entonces, le regalaba esa felicidad particular y solemne que slo se experimenta frente a una gran ruina. Frente a un monumento de otra era. Frente a algo que se desentierra primero y se decodifica despus para convencerse de que se comprende absolutamente todo sin saber prcticamente nada.

Sus hiptesis, supongo, fueron combustible para mi vanidad inmvil desde haca tanto tiempo.

Yo era para l una suerte de deidad.

Uno de Los Lejanos.

El supuesto pero nunca confeso coautor (y no el apenas editor y sincero prologuista cuando deca no conocer ni sospechar la identidad del verdadero autor) de Evasin. El dedicado guardin de esas mil pginas de una novela de ciencia-ficcin legendaria que me haban ido llegando a lo largo de varios aos por correo (sin remitente en los sobres, siempre enviados desde diferentes oficinas) que nadie haba ledo por completo (porque jams haba sido terminada o su final era demasiado abierto para lo que admitan los protocolos del gnero) pero acerca de la que muchos haban escrito y teorizado demasiado siempre a partir de unos pocos fragmentos circulando de manera tan subterrnea como area. Una novela de ciencia- ficcin que no era una novela de ciencia-ficcin y que, posiblemente, ni siquiera fuera una novela. Una novela de ciencia-ficcin en la que a diferencia de lo que suele ocurrir con las novelas de ciencia-ficcin, donde todo el tiempo ocurren cosas no suceda casi nada. Apenas, una coleccin de atardeceres sus muchas variedades descritas hasta el ms mnimo detalle contemplados por el ltimo habitante de otro planeta. Poco ms que fragmentos sueltos y dispersos pensamientos extraterrestres finalmente reunidos por m y ordenados bajo una portada clsica y tipogrfica. Fondo amarillo y letras negras despreciando las ilustraciones caractersticas del gnero que, por lo general, poco y nada tenan que ver con lo que se deca y se contaba dentro. Unos pocos ejemplares editados artesanalmente con mi dinero y (me apresuro a aclararlo, no quiero que haya dudas en este sentido, no con el dinero de Zack) tanto tiempo atrs, en otro siglo, en otro milenio.

Digamos tambin no lo presento aqu como coartada o excusa que entonces, frente a ese joven y a sus preguntas, yo estaba todava conmovido o, mejor dicho, atemorizado, por todo lo que me haba sucedido el da anterior. Por lo que, a falta de mejor nombre pero tan necesitado de nombrarlo (porque las cosas sin nombre son las que ms miedo producen) yo (valindome del tan de moda lenguaje conspirativo, Expedientes Zy todo eso) haba dado en llamar El Incidente.

Pero no le habl al joven de El Incidente y le dije, mejor, que yo estaba deprimido pero que estar deprimido no me angustiaba demasiado: un reciente estudio psicolgico haba probado que la mayora de los escritores tenan personalidades depresivas o que provenan de una estirpe de melanclicos. As que yo calificaba sin problemas dentro de ambos rubros.

Le respond lo que pude y como pude.

Fui sincero pero, tambin, fui parcial, incompleto (to be continued...).

Me reserv para m como lo he venido haciendo a lo largo de todos estos aos, quiero que lo sepas, ests dnde ests la antimateria de tu nombre o del que t nos dijiste que era tu nombre y que ahora se me escapa entre los dedos, como si persiguiera a una lucirnaga en particular por un bosque lleno de lucirnagas.

Aun as, creo, fui generoso y fui egosta: record para l pero, tambin, para m.

Cont y contest y, supongo, complet o mejor o invent algunas zonas oscuras a la vez que activ numerosos escudos protectores de variable intensidad y podero.

Cada pregunta, se sabe, esconde demasiadas posibles respuestas.

Y, de algn modo, todas ellas son acertadas aunque no sean correctas.

La verdad es fractal. Se hace pedazos y se dispersa en infinitas direcciones. As que cmo alcanzarla.

Ah, claro...

Ya s...

Ser progresivamente regresivo.

La memoria como la torre de lanzamiento del cohete del pasado.

No es casual, pienso, que los mismos nmeros necesarios para despertar a un cohete sean exactamente los mismos que utiliza un hipnotizador para conseguir rendir la voluntad del voluntario que se ha ofrecido para subir a escena y bajar al trance.

(PAG)

Asi:

10987654321

0

(PAG)

Cero.

La infancia es el cero.

La infancia es otra dimensin.

La infancia es la atmsfera-cero donde, en el recuerdo, sentimos que fue all donde ms y mejor respiramos. Pero tal vez sta sea una impresin distorsionada consecuencia de demasiados aos de falta de oxgeno y de ah, tambin, todos esos adultos que sbitamente aseguran evocar cmo fueron utilizados para ritos satnicos y orgas secretas por sus adorados padres basta entonces perfectos.

La infancia es radiacin pura que se niega a desaparecer y que hace saltar las agujas de nuestros contadores Geyger en los momentos ms inesperados con un resplandor verde y fluorescente. Ese inequvoco color verde ciencia-ficcin. Verde aliengena. La tonalidad de un determinado momento que pensbamos volatilizado y que, en realidad, lata arropado por un sueo artificial, con electrodos en su cabeza, yaciendo en una camilla de acero inoxidable. Ah, ya lo dije: en un bnker subterrneo al que slo se puede acceder esgrimiendo una palabra mgica o, de golpe, con la ayuda de un estmulo fortuito y caprichoso causando fallos en la hasta entonces inviolable y acorazada seguridad de nuestra mente.

La infancia es ese aorado otro planeta desde el que viajamos hacia este planeta. Hacia nuestra supuesta madurez que, ahora lo sabemos, nunca ser como aquel primer otro mundo en el que sobamos con crecer, con revolucionar los protones de nuestro cuerpo, con vencer las graves leyes gravitatorias impuestas por nuestros mayores y alejarnos de alK volando, rompiendo la barrera de sus sonidos de advertencia, superando la velocidad de sus luces que deban apagarse, con cientfica puntualidad, a determinada hora. Nueve o diez campanadas y se era el momento clave en el que fingamos dormir primero (de golpe me transformo en otra cosa, me pluralizo, no hablo slo de m sino de tantos otros que eran como yo, clones fascinados por un mismo sentimiento y una misma necesidad de futuro) y luego encendamos nuestras linternas bajo las mantas para continuar leyendo. Leer ah, en una cueva, vivir dentro de las aventuras de algn paladn galctico con la boca llena de palabras difciles y la pistola desbordante de rayos y truenos. Y, por supuesto, acaso lo ms importante de todo, junto a las voluptuosas anatomas de las princesas marcianas en las que se enredaban, siempre, los tentculos verdes de seres con mil pupilas giratorias que no se cansaban de devorarlas con sus ojos que no eran y al mismo tiempo s eran, tambin, los nuestros. Su piel escamosa era la metfora de nuestro acn. Porque, aunque ni siquiera nos atrevisemos a pensarlo en la voz ms baja de todas, quiz ellas haban sido el anzuelo y la ilusin de que, en horizontes lejanos no aptos para la vida humana, tal vez alguien pudiera, aunque fuera de la manera ms drstica, acabar en nuestros brazos. Sitios donde nunca nadie antes haba llegado: cianuro en lugar de oxgeno, demasiados soles en el firmamento y das largos como aos. Y tal vez all mujeres como sas se fijaran en nosotros, en gente como el joven periodista que ha venido a visitarme e interrogarme.

El joven periodista se ha marchado, pero su presencia y sus preguntas han alterado radicalmente la atmsfera de mi mundo. Su llegada ha tenido un efecto similar al de una casi indetectable pero decisiva rotura en el uniforme de un astronauta. Poco a poco, el oxgeno se escapa y los pensamientos fluyen y el sonido de los recuerdos es exactamente igual al que hace el aire huyendo por un minsculo orificio.

Un siseo hipntico.Un delirio en aumento.

Y floto.

No hay arriba ni abajo en el espacio.

Y viajo de vuelta al pasado y s, es una travesa peligrosa. Porque basta con que se entrometa en el proceso del transmutador (o como prefieran llamarlo) una cantidad de materia extraa tan pequea como la de una mosca o que se pise una mariposa para aparecer al otro lado del desmaterializador (o como prefieran llamarlo) radical y definitivamente transformado en otra cosa o en un mundo que ya no es el nuestro y que ha cambiado para siempre.

Los recuerdos son material sensible, voltil.

Los recuerdos son partculas en constante y creciente aceleracin.

Los recuerdos han hecho arder neuronas.

Los recuerdos pueden hacer que lo olvides todo.

De ah que yo los maneje con tanto cuidado. Que precinte hermticamente la sala de mandos y revise una y otra vez coordenadas y controles antes de manipularlos. Que los toque con la ayuda de tenazas robticas unidas por cables a mi cerebro. Que los mueva telekinticamente y los acerque a mis sensores pticos y a mi pesada respiracin de almirante de astronave casi fantasma mientras deambulo por la rbita de mi memoria.

Ahora soy una mquina.

Ahora siento me siento como si fuera una mquina.

Y as me he venido sintiendo desde El Incidente, desde que unos pocos das atrs me metieron en una mquina para intentar averiguar qu andaba mal en mi maquinaria.

Y, al salir de all dentro, todo haba cambiado.

Y la gente corra gritando por las calles.

Y los edificios se venan abajo.

Y todos miraban al cielo o tomaban fotografas del cielo con sus pequeos telfonos.

Y ah estaba yo, que no me he acostumbrado a que los telfonos hayan ganado a las calles y la gente vaya por ah, hablando sola pero con alguien distante, como locos cuerdos y enchufados a un mundo donde la tecnologa se ha ido miniaturizando entendiendo a lo cada vez ms pequeo como lo cada vez ms inclusivo y exclusivo. Mltiples funciones en aparatos que caben en la palma de la mano. Aparatos imposibles para m. Para alguien que creci convencido de que las computadoras seran grandes como edificios y slo posibles de ser manejadas por maduros hombres sabios y no, como ahora, por nios que apenas saben hablar y que ya las llevan en sus bolsillos y las usan para irse lejos, con ojos perdidos, con la mnima pero todopoderosa fuerza de sus pulgares.

Ahora me blindo (aunque las historias con computadoras o robots que sbitamente se humanizan ya son casi un subgnero dentro del gnero) y me vuelvo impenetrable y lgico y sin sentimientos.

O al menos eso intento.

Es el nico modo, pienso, en que podr reportar lo sucedido con cierta objetiva frialdad antes de que sea demasiado tarde y llegue la hora del my mind is going...

Tratar de separarme lo ms que se pueda de los de mi especie: seres cambiantes y frgiles y, a diferencia de lo que sabemos de otros animales, tan variables e inestables. Hombres tristes y felices y tontos y sabios y, aun as, tal vez por eso, imposibilitados de llegar a esos acuerdos y pactos colectivos de los que gozan otros organismos vivos. Esos que deciden sonrer o suicidarse, todos juntos, perfectamente interconectados, ajenos a toda duda y a los que nada les importa menos que la hipottica existencia de un responsable encarnado en un dios que ha abandonado la escena o de una inteligencia avanzada con un ms que inquietante sentido del humor.

Me refiero aqu a un dios cientfico.

Un dios que consumi el aire entre txico y exttico de la sinagoga para el que ni el mejor viajero interestelar estaba preparado.Un dios en el que acab creyendo mi padre y el dios que acab con l y con todo lo que mi padre haba credo hasta entonces.

Un dios que termin por enmudecer al idioma hebreo en la voz de mi padre, sonando tan parecido a los lenguajes crocantes y sinuosos de marcianos y venusinas en las primeras y tan baratas pelculas de ciencia-ficcin.

Un dios que destruy a mi padre con su fe y con su amor y con la onda expansiva de un todopoderoso recuerdo.

Un recuerdo que creca y devoraba todo hasta que ya no qued nada salvo ese recuerdo.

El recuerdo de aquella que fue su mujer y que, apenas por un par de aos, fue mi madre.

(PAG)

No recuerdo a mi madre.

Mi madre conocida como La Hermosa Sarah muri cuando yo tena menos de un ao de edad, durante la gran epidemia de influenza. Entonces, yo tambin enferm. Y contra todo pronstico y habiendo sido desahuciado por los doctores, sobreviv sin que nadie se atreviera a atriburselo a un milagro: haban sido tantas las vctimas que mi modesta resistencia era ms una irrepetible anomala estadstica que una singular seal divina.

Mi nombre era Isaac, que en hebreo antiguo significa risa; pero no puede decirse que yo fuera un nio que se riera mucho porque no haba demasiados motivos para rer en mi niez.

Y tampoco recuerdo cmo era mi padre antes de la muerte de mi madre. Pero s recuerdo cmo fue despus de que ella falleciera. Y cmo mi madre pareca haber suplantado el lugar de su sombra y, cosida a sus talones, acompaar a mi padre, al rabino Solomon Goldman, a todas partes, a todas horas.

Recuerdo a mi padre llorando, leyendo de derecha a izquierda, buscando explicaciones en la voz de papel y tinta de profetas antiguos. Palabras que llenasen su garganta que slo albergaba crujidos dolorosos, gritos en voz baja: el sonido de una catstrofe producida por el eco de una catstrofe.

iganlo ahora como lo sigo oyendo yo.

Mi padre persiguiendo una razn para el fin de su mundo en los modales del principio del mundo.

Mi padre que de pronto empieza a detestar el falso consuelo de otras religiones (la multitud de dioses en Oriente y de santos en Occidente y esa idea del Paraso, tan sci-fi, ese otro planeta utpico luego de este planeta, pienso ahora) y se enfurece frente a las iglesias cada vez ms llenas de la Gran Depresin. Antros regentados por falsas sacerdotisas orgsmicas jurando haber sido amadas por el Seor con una regularidad ms que irritante, como si Dios fuese una especie de playboy superdotado y todopoderoso. Y as, de pronto, todos asegurando haber visto algo o a alguien y mi padre que no deja de condenar esa socializacin de los milagros. Las visiones como plaga, cuando se supone que los milagros no deben ser masivos y populares sino individuales y ocasionales y capaces de elegir con cuidado el sitio y los ojos y los cuerpos en los que se posan.

Mi padre comenzando a indignarse por ese estruendo de mentiras y por la incontestable verdad de la ausencia de Jehov. Es entonces cuando lee aquello que escribi el cabalista espaol Abraham Abulafia sobre algo llamado Tikkun Ra, o la reparacin del mundo y advertencia: no estoy del todo seguro del significado de ese trmino y de las dems cuestiones cabalsticas a las que aqu me refiero. Cito de memoria cosas que no recuerdo con exactitud pero que jams podr olvidar.

Recuerdo perfectamente, s, a mi padre leyendo esos smbolos. La rabiosa intensidad de mi padre frente a un libro. La energa que pareca entrarle por los ojos y estremecer su figura que un ilustrador pulp de entonces habra dibujado despidiendo chispas y centellas brotando del cerebro en llamas de un cientfico loco.

Recuerdo aquello que mi padre me contaba que le contaban los libros.

Recuerdo a mi padre explicndome que ley que los msticos aseguraban que en el principio, la Luz Divina de Dios, contenedora de todas las cosas buenas, estaba preservada dentro de una o de varias vasijas sagradas. Pero, como en el mundo ya haban aparecido tambin los destellos y las grietas del mal, las vasijas no pudieron contener ese resplandor y se hicieron pedazos. Y la benfica Luz Divina tambin se rompi en incontables fragmentos que cayeron como una lluvia de cristales sobre el mundo. Y, al dispersarse, barridos por vientos y por la lenta pero implacable inercia de las rbitas del planeta, esos fragmentos divinos invirtieron su signo y se transformaron en todo lo terrible y monstruoso que ha acontecido desde entonces. Enfermedades y guerras y cataclismos. Los msticos, me dice mi padre, sostienen entonces que la tarea de los hombres consiste en reunir esos malignos fragmentos mediante buenas acciones. Reconvertirlos en materia benfica e ir ensamblndolos como si se tratara de una estatua rota hasta recuperar el todo original. El bien perfecto. El resplandor indivisible del creador.

Tkkun Ra, pens mi padre.

Y es entonces, creo, cuando mi padre decidi que yo sera uno de esos pequeos pedazos extraviados: algo malo tan slo en apariencia (porque no poda evitar relacionar mi llegada con la partida de mi madre) pero en cuyo sino y origen viva, apenas escondida para quien supiera verla, parte de la raz primera y absoluta de la mejor y primera buena nueva.

Mi padre ley tambin (y es recin entonces cuando sinti que haba comprendido su verdadero significado e importancia) acerca del Tzimtzum. Esa constriccin se explica en la Kabbalah experimentada voluntariamente por Dios. Dios contrayndose y comprimindose y renunciando a su esencia infinita para as permitir la existencia de un sitio conceptual: el chalalpanui, un espacio donde pueda existir un mundo independiente.

Tzimtzum significa, creo, esconderse de los seres creados permitindoles existir como criaturas tangibles, en lugar de abrumarlos con su presencia constante y sin lmites. As, Dios se autolimita impone fronteras a su divinidad ausentndose, aunque no desapareciendo, para que pueda haber algo que est ms all de l. Lo que Solomon Goldman no consegua comprender del todo era si la disminucin del tamao de Dios implicaba tambin una reduccin de sus poderes o si, por lo contrario, lo converta en un concentrado mucho ms potente. Si esta autolimitacin de Dios lo debilitaba, entonces tal vez le correspondiera al hombre ocupar ese chalal panui intentando parecerse a Dios. O, quiz, por lo contrario, cometer una y otra vez errores humanos para as subrayar la imperfeccin resultante del retiro parcial pero decisivo del amo y seor de todas las cosas y, de algn modo, provocar as su retorno para poner orden en el caos. Solomon Goldman no saba qu pensar. Ambas posibilidades se le hacan lgicas. se es el problema de la Kabbalah: a diferencia de otros textos sagrados, all no se ofrecen respuestas sino las piezas para ensamblar esa respuesta. Tampoco es un compendio de infalibles instrucciones. El verdadero manual acaba siendo el hombre, el lector, el interpretador y acomodador de piezas sueltas. El hombre se acerca a Dios leyendo. Y Dios este dios es un hombre con una profunda fe en los hombres. Por eso los ha dejado solos y apenas en contados momentos reaparece para, soberbio, castigar una torpeza que se le antoja incomprensible. Una ignorancia injustificable en criaturas tan magnficas como las suyas, en seres diseados artificialmente a su imagen y semejanza. En ocasiones, el porqu de su presencia es fcil de comprender. Diluvios y mandamientos y afiladas sombras que siegan las vidas de los primognitos y sacrificios que, a veces, en el ltimo momento, son impedidos o neutralizados. Hechos y portentos tejidos con la textura transparente de leyendas o de fbulas.

Pero Solomon Goldman se siente protagonista de algo diferente, de algo que es mucho ms complejo. Algo a lo que slo acceden, o padecen, los iniciados. Porque Dios no detuvo el ritmo de la muerte de La Hermosa Sarah. Dios permiti que La Hermosa Sarah dejase de vivir y que l la sobreviviese.

Sera entonces su misin la de reunir los pedazos del recipiente roto, la de reunir las exhalaciones extraviadas de esa Luz Divina?, se preguntaba mi padre. Y una noche me hizo esa pregunta terrible luego de explicarme todo lo anterior y yo no entend mucho. Ni siquiera comprend que mi padre estaba en problemas, que estaba enfermo de otra enfermedad. Pero s intu que todo eso me parecera curiosamente similar a lo que leera ms tarde en las revistas de ciencia-ficcin.Las religiones son, todas, formas primarias de la ciencia-ficcin: destellos fulminantes, volar, arriba y abajo, visitantes de galaxias al otro lado del infinito, aparecer y desaparecer. No importa el planeta: la historia es siempre la misma y es una historia impulsada por los inestables combustibles del amor y de la muerte y de una fe inferior en algo superior: el hombre crea a Dios para que Dios cree al hombre. Y enseguida descubren que no pueden desactivarse entre ellos y que ambos se han convertido en una suerte de monstruo de Frankenstein para el otro. As, el hombre cree en Dios para poder hacer lo que le plazca en su nombre y Dios cree en el hombre para poder echarle la culpa de todos sus errores.

En algn momento (descubro ahora que me refiero a l, indistintamente, como mi padre o como a Solomon Goldman, como si intentara dividirlo en dos sin necesidad de romperlo en pedazos ms de sombras que de luz; como si en uno o en otro se encontrara, apenas escondida, la razn de su locura) mi padre Solomon Goldman comienza a hablarme de seres areos, de potencias estelares, de portales y de dimensiones. Y de que tal vez yo habiendo estado en los filos del final sin haberme hecho una herida muy profunda, habiendo casi regresado desde el otro lado fuera la llave que abrira el recinto donde se encontraba prisionera mi madre, La Hermosa Sarah.

Y no es que yo le crea, pero una parte ma quiere creerle. Una parte ma necesita creerle, porque las visiones de mi padre resultan tanto ms brillantes y animadas que el desteido tono de la realidad. Y porque por primera vez, en su delirio, en las propiedades mgicas que mi padre me confiere, siento que mi padre me quiere como a un hijo, que est orgulloso de m.

As, una noche oigo claramente el zumbido de una mquina junto a mi ventana y creo verlos, recin aterrizados, trazando smbolos en el, suelo del jardn con sus espadas de luz, con sonrisas furiosas. ngeles inmemoriales sostenidos por el viento de otros planos de existencia, sus alas despidiendo un brillo inmaculado y ajeno. A la maana siguiente despierto posedo por una felicidad aterrorizada. Pensando en que haba conseguido creer en lo que crea mi padre, seguro de que a partir de entonces se iniciara una nueva vida para m.

Una vida de mentiras verdaderas.

Una existencia falsa donde me vera obligado a recordar cada cosa que dijera porque de comunicarle a alguien lo que estaba casi seguro de haber visto la noche anterior sera instantneamente considerado un mentiroso. Y los mentirosos tienen la terrible obligacin de recordar todo lo que han dicho. Todas y cada una de sus mentiras. Y as acaban alcanzando ese instante de cristal en que las mentiras son tantas que cubren por completo la superficie del planeta de sus vidas verdaderas. Las mentiras lo cubren todo como un virus mortal importado desde los confines del universo y para el que no existe ninguna cura o consuelo. Y cuando ya no queda nada por contagiar, cuando todo ha sido devorado, las mentiras comienzan a devorarse entre ellas.

Mis mentiras, comprendo, sern tan diferentes a las mentiras de los otros nios. Nios que mienten para esconder una mala accin.

Yo, en cambio, mentir porque toda verdad me parecer mucho peor que cualquier falsedad.

Toda verdad ser, para m, algo insoportable.

(PAG)

No estoy en casa cuando vienen a buscar a mi padre y lo encuentran y se lo llevan.

Me cuentan, cuando regreso del colegio, que Solomon Goldman se haba subido a la azotea de la sinagoga, que estaba desnudo o vestido (no parecen ponerse de acuerdo en cuanto a esto ltimo) con un extrao uniforme plateado o con su cuerpo cubierto por pintura dorada.

Y que mi padre aullaba cosas a las alturas, frmulas alqumicas y recetas cabalsticas y maldiciones desesperadas.

Y que agitaba los brazos, levantados, repitiendo una y otra vez el gesto de quien descorre cortinas o abre telones.

Meses ms tarde, una carta me inform de la muerte de mi padre al saltar desde una de las terrazas del Bellevue Hospital Center.

El veredicto final de los especialistas fue el de suicidio precipitado e imprevisible: mi padre, se explicaba all, era un paciente modelo, signifique esto lo que signifique.

Mucho tiempo despus, en una firma de libros en Andrmeda Books una librera especializada de Bleecker Street donde se presentaba una de mis novelas un desconocido se acerc a m con las pupilas contradas. Pupilas del tamao de pastillas. Y me explic que haba estado internado junto a mi padre, pero que ahora estaba completamente curado y, de seguro, ms cuerdo que usted. Y me dijo mientras me pasaba un ejemplar de Remte Universe para que se lo dedicara que mi padre no se haba suicidado, que eso era una infamia.

Me dijo que mi padre haba comprendido finalmente el idioma secreto de las nubes... Nubes inmensas y complejascomo algunos postres helados del verano, nubes tan poderosas como ejrcitos de castillos.

Me dijo tambin que mi padre haba intentado volar, y que lo haba conseguido por unos pocos metros. Me dijo que l lo vio, que l era testigo de la proeza, pero que los gritos de los enfermeros le hicieron perder la concentracin y el pobre y santsimo Solomon acab cayendo al vaco.

Y concluy: Crame: su padre, Solomon Goldman, muri feliz y sabiendo que estaba en lo cierto.

Y me pas un cuaderno.

Las pginas estaban todas en blanco menos la ltima. All, en la familiar caligrafa de Solomon Goldman pero reducida a un tamao microscpico; tuve que leer lo que all se deca con la ayuda de una lupa distingu las palabras que no demor en memorizar porque, a pesar de su complejidad y extensin, las entend como las ltimas palabras de mi padre. El destino final de su ltimo viaje y, por lo tanto, dignas de ser preservadas. De alguna manera, pens, estas palabras eran mi herencia, un legado que ahora por fin me alcanzaba:

La verdadera y nica esencia de la magia reside en poder existir en un estado de consciencia en el que el pasado y el futuro se antojan como sitios posibles de intercambiar su ubicacin. El hebreo clsico, sin ir ms lejos, tiene dos tiempos verbales: el presente y otro tiempo que, apenas, puede distinguir entre el pasado y el futuro. As, para indicar algo que ya sucedi, alcanza con decir fui. Sin embargo, para referirse al futuro, slo se necesita aadir las partculas y ya como un y ya fui, lo que se lee y se entiende como un ir en un trnsito perpetuo de ida y vuelta. Se sugiere, por lo tanto, una especie de sentido primitivo de la existencia. Un sentido que equivaldra a una transgresin de nuestro modo de separar, en la actualidad, lo real de lo imaginario. Pero en esa gramtica antigua, los hechos no se ven tanto como hechos que ya han ocurrido sino como instrucciones provenientes desde el maana. Es decir, como esos presagios que nos visitan en los sueos o en las pesadillas. En el mundo primitivo, los hechos del ayer semezclaban sin dificultad con los portentos y hazaas de los sueos de la noche anterior. Decir, por ende, que uno ha ejecutado algo que todava no hizo es el primer y esencial paso que se da para conformar lo que ser el futuro. La materia del futuro. De los presagios es de donde surgen los hechos. Es como si el futuro no pudiera existir sin que existiera una delineacin del mismo a priori. Un bosquejo a lpiz de lo que ser el paisaje al leo. Un ejercicio infantil del que crecer la sabia y madura sinfona. Dios (o como se lo prefiera llamar; conozco su nombre definitivo pero me est vedado ponerlo por escrito o pronunciarlo o incluso pensarlo) primero concibe al mundo y recin despus lo crea. De este modo, la percepcin cabalstica de semejante milagro pasa no por la magnitud de la empresa sino por el hecho de que, en su acto de imaginar cmo ser el mundo, Dios ya lo ha creado antes de hacerlo.

S: mi padre haba sido y y ya haba sido y ya sera.

Algo as.

Pero aos antes de todo esto (y apenas despus de que se llevaran a Solomon Goldman, perfectamente empaquetado en un chaleco de fuerza) un hombre y una mujer pertenecientes a alguno de esos organismos encargados de proteger menores en problemas me dijeron que guardara mis pocas pertenencias en una pequea maleta.

Mis revistas, mis cuadernos, mis libros, algo de ropa, dos o tres fotos. No tena juguetes, nunca los tuve, jams me interesaron.

Emprend el breve pero trascendente viaje de Brooklyn a Manhattan y me llevaron a la casa de unos tos un hermano de mi madre a quienes yo jams haba visto.

Y all, en una casa de la calle nmero 7, donde yo pensaba que me curara de todos mis males secretos, conoc a mi primo Ezra Leventhal.

Recuerdo a la perfeccin ese momento.

Lo recuerdo como si volviera a suceder ahora.

Algo que haba sido y que ya haba sido pero que ya sera y que vuelve a ser: Ezra estrecha mi mano, me ensea nuestra habitacin que hasta entonces era nada ms que mi habitacin, me explica enarcando una ceja mientras, intentando una pose reflexiva, la mano en su barbilla, creyendo que no me doy cuenta de que, disimulada y torpemente, se est apretando un grano. Y, alzando la voz para hacerse or por encima del rumor constante de las mquinas de coser en la planta inferior, Ezra me comunica con tono grave y sbitamente roto por los incontrolables agudos de hormonas adolescentes, qu mi padre seguramente ha sido secuestrado por seres provenientes del planeta Omikrn.

Y con un gesto conspirativo casi inexistente en su eficiencia, como si fuese un secreto materializado en un objeto, en algo palpable y cierto Ezra pone en mis manos un cuaderno con tapas de hule negro en cuya portada, en una etiqueta blanca, con precisin de maysculas, se lee: MANUAL DEL JOVEN VIAJERO ESPACIAL / INSTRUCCIONES PARA MOVERSE, RELACIONARSE Y PROSPERAR TANTO EN ESTE COMO EN OTROS PLANETAS SEGN LOS PRECEPTOS DE EZRA LEVENTHAL (ARCANO REX DE LA VA LCTEA).

Despus, Ezra seala con dramatismo hacia arriba, hacia el techo de la habitacin, hacia ms all del cielo, hacia el otro lado de todas las cosas y hacia el final de todas las cosas de este lado.

Y me mira sonriendo.

Y vuelve a mirar hacia arriba.

Y yo miro exactamente en la misma direccin en la que mira y a la que seala mi primo.

Y veo.

(PAG)

Lo primero que recuerdo de esos primeros das en Manhattan son las noches. Tan diferentes a las noches de Brooklyn. Tanto ms ruidosas. Ms vivas. Noches que hablan y caminan dormidas. Y no es que entonces Brooklyn fuera el campo pero, comparado con el constante y belicoso latido elctrico de la metrpoli, la voz de Brooklyn estaba mucho ms cerca de un suspiro acstico y enamorado.

Y el cielo de la gran ciudad porque es de noche cuando somos ms conscientes que nunca de la inmensidad del espacio y de sus infinitas posibilidades, durante el da el sol lo borra todo con su presencia cegadora pareca, para m, haberse sacudido las estrellas para que stas cayeran sobre una ciudad siempre encendida. Una ciudad en llamas, fosforescente y temblando por el jadeo subterrneo de metros y los gemidos de los trenes elevados.

Recuerdo que yo apenas poda dormir, que oa las voces de los rascacielos cercanos como si conversaran entre ellos en ese idioma de acero y cemento que es el idioma con el que se comunican los edificios. Ah estaban, de pronto, todas esas torres inmensas como cohetes condenados a no volar debiendo conformarse con ser ndices de vigas y ventanas sealando el camino a seguir. Pensndolo ahora, desde aqu, desde este presente, Manhattan era entonces para m el futuro. Una ciudad de ciencia-ficcin. Un maana y otra vez un y ya fue en el hoy. Y yo all recin aterrizado en Manhattan era como un caverncola perdido en ese espacio donde todo era nuevo para m a la vez que tan antiguo y primitivo como suelen serlo los asuntos de la familia. La familia entendida como ese organismo de mil cabezas donde las historias las situaciones se repiten una y otra vez con mnimas variaciones y disonancias que en principio extraan pero que enseguida encuentran su aria original. Porque dentro de una familia aunque no se hable de ello, con un silencio atronador no se demora en precisar la situacin exacta de aquella estrella primera y ahora muerta de la que nos sigue llegando esta luz enferma.

Es decir: mi padre no era el primer Goldman ni sera el ltimo Leventhal en volverse loco. Pero estaba claro que, en lo que a m concerna, la certeza de algn luntico pasado o la posibilidad de algn prximo demente no me ofreca ningn consuelo.

Mi padre estaba metido en un chaleco de fuerza, dentro de un cuarto de paredes acolchadas, maldiciendo a un creador sin nombre. Y yo estaba solo, tan lejos de casa, compartiendo habitacin con un primo de hbitos un tanto particulares y convencido de que nuestro mundo, tal como lo conocamos y lo enseaban los libros de Historia, no era en realidad tan nuestro.

Aunque en realidad lo comprend casi enseguida las ideas de Ezra, sus poses histrinicas, el prstamo de las revelaciones redactadas, con letras que parecan ms impresas que manuscritas, todas de la misma altura y repitiendo las mismas curvas y rectas en las pginas de su MANUAL DEL JOVEN VIAJERO ESPACIAL / INSTRUCCIONES PARA MOVERSE, RELACIONARSE Y PROSPERAR TANTO EN ESTE COMO EN OTROS PLANETAS SEGN LOS PRECEPTOS DE EZRA LEVENTHAL (ARCANO REX DE LA VA LCTEA), no eran otra cosa que la forma que tena mi primo de darme la bienvenida. Su manera de ayudarme a no sentirme solo. El modo de comunicarme que l y yo pertenecamos a una misma y rara y privilegiada especie. Porque, me lo dira Ezra al da siguiente a mi llegada, la maana a la que fue a dar esa primera noche terrible, mirndome a los ojos, sus manos sobre mis hombros: Para ser extraterrestre alcanza con sentirse extraterrestre, primo Isaac.

Y yo supe de inmediato que Ezra jams me mentira, que me dira siempre la verdad, y que dedicara el resto de su vida abuscar y encontrar verdades nuevas. Verdades que slo podrarv llegar desde el orden nuevo de un futuro distante, s; pero que se acercaba a nosotros cada vez ms rpido. Corriendo en direccin a nuestros aos sombra, resoplando y soplando como si fueran velitas sobre un pastel de cumpleaos la luz sin edad de los aos luz.

(PAG)

Escribo esto como si se tratara de un relato de ciencia-ficcin suspendido en el espacio y sin demasiadas posibilidades de volver a casa.

Un relato de ciencia-ficcin que quiere ser otra cosa que habla otro idioma que no es el idioma del gnero pero que no puede dejar de ser lo que es.

No puedo evitarlo.

Turbio reflejo automtico.

Algo que es ms degeneracin existencial que deformacin profesional, me temo.

Entrenamiento de escrinauta, sentado y atado a su silla y su mesa de trabajo.

Fuerza centrfuga quieta y aun as el rostro deformndose por la aceleracin de prrafos en cuyas lneas nada envejece y todo parece nuevo.

Hay un momento de la vida (tal vez aquellos momentos que comenzamos a intuir como los ltimos momentos, luego de mirarnos y no reconocernos en el primer espejo de la maana, porque uno siempre se piensa ms joven de lo que realmente es) en que el propio pasado se convierte en algo paradjicamente futurista.

Entonces, ya lo dije, el acto de recordar tiene algo tan tecnolgicamente inexplicable como cualquiera de esos milagros de culturas extraterrestres tan avanzadas que resultan inalcanzables.

Y as, de pronto, nos descubrimos preguntndonos qu pas, qu sucedi, qu es verdad y qu es mentira de todo eso que volvemos a contemplar cuando retrocedemos en los aos.

La memoria es una mquina del tiempo en reversa tan potente como lo es siempre hacia delante, o en mltiples direcciones alternativas esa otra mquina del tiempo que es la imaginacin.

As del mismo modo que toda novela realista y contempornea sera de ciencia-ficcin para un lector de tiempos antiguos la novela de nuestra propia y pasada existencia, mecnicamente vista y artificialmente ordenada, se nos antoja siempre como algo fantstico. Algo a lo que para no deprimirnos y sentirnos artefactos a punto de descomponerse ms all de todo arreglo preferimos entender como si transcurriera en otra galaxia. Costumbres extraas. Vistas exticas, a menudo en blanco y negro o en sepia. Palabras cuyo significado no conocemos. El aire ms limpio y una vida ms sencilla que nos gusta pensar como, tambin, ms civilizada o al menos ms tranquila.

Y ms all de ciertos datos y coordenadas comunes esto implica que el pasado de cada persona constituye en s y de por s, otro mundo. De ah que, cada vez que en alguna de esas hoy antiguas convenciones de escritores de ciencia-ficcin, alguien me haca la pregunta que ya no hace nadie (porque a nadie le interesa la respuesta a esa pregunta que ha superado su fecha de expiacin) y que es Cree usted en la existencia de vida inteligente en otros planetas?, yo contestase: S, por supuesto, basta con mirar atrs, con pensar en lo que fue y reflexionar acerca de lo que pas. Esa es tambin la razn para que, inevitablemente, da a da, se extinga la vida en varios miles de esos otros planetas que estn en este planeta: la gente prefiere no recordar y no sacar conclusiones tiles en cuanto a por qu fue que sucedi esta o aquella catstrofe. La gente prefiere vivir en el planeta llamado Presente sin darse cuenta que se es el planeta cuyas civilizaciones tienen menos historia o posteridad. La gente prefiere no pensar.

Escribo esto y lo hago a mano, despacio, desconfiando de las mquinas y sabiendo que ninguna de estas pginas degenerar en esa supuesta y rpidamente fracasada novedad de los libros elctricos. Sabiendo, tambin, que su composicin y su lectura ya es futurista de por s: cuando el hombre an no haba puesto en marcha los misterios de cables y teclas, ya funcionaba y ya escriba y lea a base de esa electricidad interna y misteriosa saltando de neurona en neurona y rebotando por las paredes ms o menos mejor pintadas y decoradas de las cavernas del cerebro.

Escribo esto exactamente as: fuera del tiempo y del espacio, ingrvido, ms all de toda comunicacin con el centro de control.

Soy un solitario cosmonauta de mi propia vida, sin oxgeno suficiente para volver a casa, un tanto inquieto por lo que me sucede pero sin que esto signifique que me moleste no comprender del todo algo que ha sucedido ltimamente.

O que siempre ha venido sucediendo y que no dejar de suceder.

El Incidente y todo eso.

Escribo esto con los hbitos de un nufrago escritor de mensajes para botellas que arroja al mar con la ilusa ilusin de que, tal vez, sea ella la que la encuentre. Y la rompa de un golpe y extraiga los, espero, luminosos y sagrados cristales verdes de estas pginas y, Tzimtzum, las descomprima y las lea. Y que sienta algo de piedad o, tal vez, un resto de cario y regrese a m no para amarme sino porque no creo que exista una forma ms noble y sublime de amar a alguien para explicrmelo todo.

(PAG)

Explicrmelo todo como alguna vez me lo explic todo mi primo Ezra Leventhal.

Y es que la amistad es una fuerza extraa que nos potencia a la vez que nos anula con la necesidad de sentirnos lo ms cercanos y lo ms parecidos al otro. Cuando en esa amistad interviene, adems, la fuerza unifcadora y uniformante de la sangre, entonces todo el asunto se vuelve mucho ms poderoso.

Aunque, claro, el resultado obtenido es el de una similitud engaosa; porque nada ms diferente haba, entre Ezra y yo, que los motivos que tenamos ambos para interesarnos por la ciencia-ficcin.

Mientras que Ezra buscaba el consuelo de otros mundos para intentar escapar as a un futuro que lo obligaba a continuar la tradicin familiar entre rollos de tela y maniques; yo, por mi parte, necesitaba viajar a planetas lo ms lejos posible de mi pasado y del de los mos.

Ezra era el rebelde que necesitaba derrocar a una tirana galctica que converta a los hombres en androides vencidos y sojuzgados frente a sus mquinas de coser. Seres que apenas se sublevaban, en el laberinto del taller de costura, organizando clandestinas partidas de poker, los naipes cayendo de sus manos sobre las mesas largas donde se cortaban las telas con la lentitud final de las hojas del otoo del Central Park y Fifth Avenue. Ese territorio casi prohibido por donde las mujeres ms exclusivas paseaban los poderosos abrigos que ellos construan y por donde ellos sus annimos y serviles creadores en ocasiones caminaban con sus familias, arriesgndose ciudad arriba, para sealarle a sus esposas e hijos, con una mezcla de orgullo y de tristeza, un Yo hice ese abrigo... Y aquel otro... Y ese que va all.

Para Ezra, yo perteneca a una raza ms extraa pero igualmente atormentada: yo era el hurfano de una madre aniquilada por potencias de otra dimensin y de un padre que haba extraviado sus sentidos y perdido la vida al acercarse demasiado a la verdad absoluta y radiactiva del universo.

Para Ezra, de algn modo, todos eran vctimas de poderes superiores, de culturas despticas, de tiranos galcticos a derrocar.

Para Ezra, la ciencia-ficcin era un punto de fuga, una puerta abierta a un mundo mejor, una sombra a la que haba que iluminar para despertarla y verla.

Para m, en cambio, la ciencia-ficcin era algo en lo que creer: la nica manera que tena de comprender mi vida y el planeta donde mi vida se haba posado. Algo que me dotaba de la facultad de poder verme desde afuera y de sentirme extranjero, ajeno y, s, Lejano.

La ciencia-ficcin a diferencia de los usos que le daba Ezra no como algo con lo que atacar sino como algo con lo que ocultarse y defenderse.

Para Ezra, la ciencia-ficcin era un arma.

Para m, la ciencia-ficcin era un escudo.

(PAG)

Y as, all estamos otra vez. Ezra y yo. All seguimos estando.

Luego de comunicarme el interplanetario paradero de mi infortunado padre y sealar al cielo de su habitacin sbitamente nuestra, Ezra se sent sobre una de las camas, se arremang los pantalones y me ense, con una sonrisa ferozmente orgullosa, dos piernas demasiado delgadas envueltas en arneses de metal y cuero, se puso en pie, y exclam algo con acento extrao y puntuando cada una de las dos palabras con pequeos jadeos. Primero pienso que Ezra tiene algn problema para hablar, una malformacin o, quiz, otro aparato metlico abrazndose a sus dientes. O asma. O tuberculosis. Pero enseguida comprendo cules son sus verdaderas intenciones: Ezra quiere sonar como un extranjero muy distante. Ezra el hijo menor e imperfecto llegado luego de seis perfectas hermanas eternamente confabuladas con su madre para reducir a un padre que jams ofreci resistencia alguna necesita creerse ajeno a todo ello. Un espa, un infiltrado en la atmsfera controlada y txica del planeta Leventhal. Un extraterrestre que habla ingls a la perfeccin pero que no ha podido o en realidad no quiere olvidar del todo el acento de su planeta.

CIENCIA-FICCIN!, fue lo que exclam Ezra.

Y yo, claro, saba de las peripecias celestiales de dioses y mortales en antiguas religiones. Yo haba tropezado con las curiosas stiras lunticas de filsofos y patriotas. Tambin haba ledo las novelas con hroes aficionados a viajar al centro y al fondo y a lo ms alto de los lugares as como otros autodenominados romances cientficos con sabios de laboratorio enloquecidos por su propio genio mesinico. O con fabricantes de potajes eternizantes. O con aventureros descubriendo continentes perdidos habitados por dinosaurios. O con guerrilleros combatiendo a los enviados del Imperio en mares exticos. Y todos ellos, siempre, escritos por hombres que no haban viajado a casi ninguna parte, que difcilmente se haban levantado de sus escritorios. Hombres que inventaban aventuras en constante movimiento para pequeos lectores que, tambin, difcilmente podan escapar a las rbitas de sus casas y de sus padres. Los escritores de ciencia-ficcin, en cambio, no intentaban siquiera la ilusin o el engao: sabamos y saban que jams llegaron ni llegaran a donde decan y escriban haber llegado, pero confiaban en que nosotros s llegaramos. Entonces esos hombres invisibles y esos animales humanos y esos belicosos turistas del planeta rojo y esos cohetes en vuelo y esos desplazamientos hacia el futuro con la ayuda de ingenios Victorianos o trances hipnticos eran, en realidad, manuales de instrucciones apenas escondidos dentro de novelas y relatos. Manuales de instrucciones para poner en marcha el futuro.

CIENCIA-FICCIN!, repiti Ezra.

Y fue entonces la primera vez en que yo oa, juntas, unidas por el cordn umbilical de un guin (una alimentndose de las letras y significado de la otra) estas dos palabras que, en principio me pareca imposible de hacer coincidir en un mismo ambiente. Ciencia y Ficcin se me antojaban como trminos irreconciliables y contradictorios, como polaridades opuestas.

Dos de las ms grandes novelas de la historia de la literatura (dos novelas no consideradas como pertenecientes a un gnero sino, cada una de ellas, un gnero que empezaba y terminaba en s mismo; lo mismo ocurrira aos despus con la polmica Damitax, donde se segua a travs del cosmos la obsesin amorosa y viajera de un maduro profesor de astronutica por una pber venusina y manipuladora a la que clona una y otra vez intentando que alguna de sus versiones, por fin, lo ame) eran, s, fantsticas y espaciales. Pero eran, ante todo y antes que nada, clsicos. Krakhma-Zarr, la favorita de Ezra, narraba la locura de un capitn persiguiendo de estrella en estrella a una mtica bestia csmica. Y Los tiempos sin tiempo, mi preferida, era el obsesivo relato del ltimo marciano Mars. El: un viajero que, luego de ingerir una bebida extraa destilada a partir del polvo suspendido en los anillos del melanclico Saturno, retroceda hasta los confines de su infancia y, desde all, volva a recorrer su vida entera como si la contemplara desde afuera, como si la leyera, como si fuera un libro compuesto por muchos libros.

De algn modo (ttulos que ahora no puedo encontrar en ninguna parte de mis estantes y que parecen no figurar en los catlogos de ninguna biblioteca) una y otra novela nos definan y, separndonos, nos volvan perfectamente complementarios: Ezra era un hombre de accin y yo un hombre de reaccin.

O algo as.

Y mi reaccin a esas dos palabras mgicas Ciencia y Ficcin, sbitamente convertidas en una palabra con dos cabezas y un solo cerebro fue inmediata y perfecta.

Era como si Ezra fuera un mago alguien que acabara de anunciar que Para el prximo truco necesitar un voluntario y yo un ms que dispuesto espectador dispuesto a subir al escenario para entregarse a lo que sea: a ser aserrado en dos, a convertirse en ese cuerpo donde se clavan todas las espadas, a desaparecer en una nube de humo de colores o dentro de un gabinete mgico decorado con caracteres orientales y dragones de ojos rasgados, a flotar y ascender y perderme para siempre en los altos de un teatro de variedades.

Yo lo supe entonces era alguien que haba esperado durante anos para sucumbir a esa ilusin que, de pronto, pareca algo ms verdadero y ms slido y ms fuerte que todo lo que haba experimentado hasta entonces.

Es fcil para otros yo no domino ese idioma escribir, y hasta escribir muy bien, sobre las altas y bajas de la mareas del amor. Mucho ms difcil de precisar son las variaciones en ese aparentemente estable lago que es la amistad y en cuyo centro, de tanto en tanto, estallan tormentas circulares y secretas, por el solo placer de, enseguida, ser borradas por un inesperado cielo azul.

De una cosa estoy seguro: con la llegada de Ezra a mi vida (y hasta su nueva y acaso ltima de sus varias salidas, apenas unos das atrs, El Incidente otra vez) todo pareci acelerarse.

Y, al recordarlo, todo lo que he dicho hasta ahora (todos mis titubeos, todas mis repeticiones, todas mis torpes sentencias sobre el gnero, y todo intento absurdo de traducir a letras la inasible textura del tiempo y del espacio) cambia de signo y de idioma.

Porque con la llegada de Ezra a mi vida yo he llegado, por fin, a otro planeta.

(PAG)

Digo y escribo Ciencia-Ficcin y todo se acelera. Camina como caminaba Ezra despus de que le quitaron esos arneses de metal: de costado pero hacia delante y, si mirabas sus piernas, produciendo la curiosa impresin de retroceder y avanzar, lateralmente, moviendo apenas los pies, como suspendido sobre ruedas fantasma a un par de centmetros del suelo.

Como si flotara.

Como sola hacerlo ese cantante de color indefinido (no recuerdo su nombre, por qu es que me acuerdo de l ahora?) que acab arrojndose desde la corona espinada de la Estatua de la Libertad.

Como esa nave interplanetaria en esa serie televisiva en la que yo trabaj, como en Star Bound (hoy considerada un clsico, hoy casi todo es un clsico de algo o un clsico para alguien) , cuya velocidad alcanzaba niveles absurdos cuando un capitn de uniforme absurdamente ajustado daba la orden sentado en su silln del puente de mando, rodeado por mujeres con faldas cortas y peinados imposibles, y aconsejado por extraterrestres lgicos y sin sentimientos que, por supuesto, ya lo dije, hablaban en perfecto ingls, en el supuesto idioma universal del universo y yo querra ser as: ser de tan lejos y sentir tan poco.

As, se acelera el ritmo de lo que escribo y me acelero yo.

Los aos pasan y se cruzan y de pronto todo me asombra (y decido que no debe asombrarme, una de las muchas consecuencias de El Incidente, supongo) y todo pasa rpido y hay tanto que pas y que no recuerdo y que no llegar a poner aqu.

La perturbadora sensacin de que el mismo acontecimiento sucede varias veces, con mnimas o enormes variaciones, como si alguien hiciera ajustes, corrigiera, comparara mltiples versiones de un mismo hecho y no se decidiera por ninguna. Cientos, miles de detalles que acaban conformando el tejido de una vida y la perturbadora sensacin de que no soy yo quien determina rumbo y extravos, confundiendo fechas, superponiendo pocas, hasta que se me hace tan difcil precisar cuntos aos tengo sabiendo que tengo demasiados, que no me queda mucho por contar.

Mejor as, pienso.

Mejor dejarme llevar.

Mejor pensar mejor entregarme a los dictados de un desconocido que es otro quien me escribe escribiendo todo esto.

(PAG)

Hay una foto de cmo ramos nosotros dos entonces.

Una foto tomada en ese blanco y negro que parece ms fiel y parece revelar mucho ms y mejor que todos los colores del mundo.

Aqu la tengo, no la he imaginado.

Me tranquiliza que algo de lo que creo recordaralgo que sucedi me ofrezca una evidencia fsica e incontestable de su existencia.

Es una de las dos fotos que incluira en este hipottico dossier sobre El Incidente y sus circunstancias.

La otra foto, la foto en la que tambin estamos nosotros dos; aunque eso no es lo que importa porque tambin est ella en ' esa foto, porque es la foto de ella (aqu la tengo tambin, me la dio Ezra hace unos das, parece vibrar ligeramente, parece prenderse y apagarse, como la lamparilla de una linterna muy pequea que sirve para oscurecer ms que para alumbrar) es mucho ms difcil de narrar, pero no podr evitar el riesgo de intentar describirla ms adelante.

En sta, en la primera la foto, Ezra y yo posamos, uno junto a otro, dndonos la mano con la solemnidad de pequeos que necesitan pensarse inmensos como si en ese acto rubricramos una sociedad trascendente e indestructible. Es una foto antigua, y su antigedad no est dada slo por su fecha sino, sobre todo, por la actitud de sus modelos. Es una foto de tiempos en los que tomarse una foto era una gran ocasin: haba que concertar cita en un estudio profesional, vestir las mejores ropas, elegir el motivo del teln de fondo, salir de casa para entrar en la foto y, jams, sacar la lengua en el momento del disparo. Las fotos eran cosa seria. Las fotos no eran, an, instantneas fciles de corregir y repetir. Las fotos eran lentas y permanentes y no s si nos robaban el alma pero, s, seguro, nos capturaban un instante para siempre. Toda foto, entonces, era histrica.

El fotgrafo uno de los hermanos Kowalski, Abraham, especialistas en bar-mitzvahs y bodas y funerales; su hermano haba muerto en la guerra, sus hijos y nietos moriran en conflictos por venir no tena, por supuesto, ningn motivo futurista e interplanetario frente al que pararse. De ah que Ezra y yo acabramos escogiendo un grabado ampliado de templos griegos o romanos, lo ms cercano que, convenimos, tena el hombre a civilizaciones distantes en el tiempo y en el espacio.

Ya tenemos la foto. Ya somos alguien. Ahora, s, podemos ser quienes queramos ser, me dice Ezra y robamos un par de mquinas de coser del taller de su padre (son negras, pesadas, antiguas, las sacamos de noche por una ventana) y las canjeamos en una casa de empeos por una pequea imprenta de mano marca Kelsey y apenas una semana despus editamos el primer nmero de nuestra revista.

Se llama Planet nos gusta la limpieza de su nombre, sin adjetivo que lo contamine, nos gusta creer que se refiere a un planeta que puede ser cualquier planeta e incluye un relato de Ezra cuyo tema no recuerdo y uno mo del que prefiero no acordarme y casi por piedad un aviso publicitario de la sastrera Leventhals.

Pero Planet, nos pone en el mapa.

Distribuimos algunos nmeros mal impresos, los pasamos bajo las puertas de libreras y bibliotecas y no pasa mucho tiempo antes de que recibamos una visita. Es entonces cuando comprendemos que no estamos solos en el universo, que hay otros demasiados como nosotros: jvenes a los que el presente se les hace insoportable y entonces se evaden al futuro, a muchos futuros; porque la idea de que slo exista un futuro se les hace insuficiente, insoportable. As, el futuro como la Navidad y el cumpleaos. El futuro como el porvenir de una fiesta de posibilidades, de dones y regalos y deseos. Pero una fiesta donde, antes de ser admitido, hay que saber descifrar la invitacin.

Si el pasado es un pas extranjero, entonces el futuro es una estrella lejana, Y por entonces ramos tantos los que queramos alcanzarla y clavarle la bandera de nuestro nombre. Del mismo modo en que otros competan en casi mudos y violentos deportes al aire libre o en retricos debates estudiantiles quemando con palabras el oxgeno hasta hacer casi irrespirable el aire de las aulas; nosotros optamos por combinar la accin con la letra y la fantasa con la lgica y jugar nuestro juego dentro de imaginadas naves espaciales ms grandes que estadios o anfiteatros. ramos psimos deportistas, nos ponamos tan nerviosos en pblico, as que volbamos con nuestras mentes.

Y, de pronto, estbamos marcados: tenamos los dedos permanentemente sucios de tinta prpura. El prpura caracterstico de la tinta de las pequeas imprentas, de los hectgrafos y de los mimegrafos, de mquinas con marcas como Speed- O-Print o Multi-Printex o Typekto. Mecanismos sencillos pero tan complejos de mantener en movimiento sin que se trabara el papel o se quebrara la tablilla de cera o se torcieran los rodillos antes de la copia nmero cincuenta, cuando todo parece fundirse y detenerse.

Y la tinta que nunca llega a secarse del todo sobre el papel de duplicar y, por lo tanto, obliga a pasar las pocas pginas con el mismo cuidado que exigan los ms nobles y antiguos pergaminos.

Y el tan lento vrtigo de los pliegos que brotan, uno tras otro, con esa velocidad de lo adolescente, que no es alta ni baj sino que parece arrastrarse con el lento vrtigo de lo que necesita llegar ya a todas partes sin tener claro a dnde se dirige.

Pero Planet tiene la suficiente potencia como para alcanzar colonias cercanas.

Y un atardecer llaman a nuestra puerta un grupo de jvenes que nos miran fijo y como forma de saludo universal al que no le hacen falta las palabras extienden sus manos y nos las muestran. Y las yemas de sus dedos tambin estn manchadas con lo que una madre de hijos normales no dudara en identificar, errneamente, como zumo de frambuesa. Y, con un silencio reverencial, nos pasan ejemplares de Phantom Universe y de Time Travelling y de X Rays y de pronto Ezra y yo estamos atrapados en la rbita tribal de muchachos que se renen en stanos o en las escaleras de escuelas o en salones de actos solicitados para actividades recreativas. Para discutir si todo habr comenzado o no con las fantasas gticas de aquel borracho de Baltimore; o si aquella falsa alarma radial con marcianos invadindonos no habra sido, en realidad, una astuta maniobra para distraernos de una verdadera y mucho ms sutil invasin en la que los marcianos son exactamente iguales a nosotros... Y tal vez el extrao profesor de Latn fuera uno de ellos!. Leemos cmics y construimos cohetes con materiales robados, poco a poco, para no llamar la atencin, en las clases prcticas de Fsica y Qumica. Y alguno de nuestros principales expertos acabaran trabajando para la industria espacial y uno de ellos, luego de combinar elementos inflamables con invocaciones satnicas, morira en una explosin nunca del todo aclarada en Pasadena los lanzamos con resultados ms bien difusos: explotan en tierra, salen disparados en furiosas trayectorias horizontales y provocan incendios breves, en el mejor de los casos se elevan unos veinte o treinta metros que nosotros celebramos como si se tratara de alturas csmicas sobre los terrenos baldos del Bowery.

Pronto, casi sin darnos cuenta, ramos un grupo, una generacin. Y una de nuestras principales actividades suele ocurrir era la de separarnos en grupos ms pequeos, librar pequeas y secretas pero tan cruentas batallas, unirnos por unos das c