Formatos de la represión en los engranajes dictatoriales: Brasil y el cono sur
Hernán Ramirez, [email protected], Universidade do Vale do Rio dos Sinos
Área temática 03: Democracia, Democratização e Qualidade da Democracia
Trabajo preparado para su presentación en el 9º Congreso Latinoamericano de Ciencia
Política, organizado por la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP).
Montevideo, 26 al 28 de julio de 2017.
Resumen
Se trata de analizar las formas específicas que adquirió el terrorismo estatal y paraestatal en
Brasil, con el objeto de avanzar en un análisis comparado con respecto a las experiencias
dictatoriales en el resto del cono sur, en especial, Argentina, Chile y Uruguay. Es decir, el
interés está centrado en una interpretación de los tipos de represión política.
Ponencia:
Las dictaduras del Cono Sur de América Latina han sido estudiadas desde muchos
ángulos, muchos de ellos han considerado la perspectiva represiva como la vía privilegiada
de análisis, ya que, efectivamente, a partir del caso brasileño, que se inaugura en 1964, y las
dos últimas dictaduras argentinas, de 1966 y 1976, las chilena y uruguaya, de 1973, abrieron
un nuevo umbral en ese sentido, marcando claramente distancia con otras experiencias
autoritarias anteriores.
Como advirtiera Marcelo Cavarrozzi (1997) estudiando el largo ciclo de dictaduras
argentinas, las dos últimas constituyeron un nuevo ciclo que se distanció del anterior, que
incluía las dictaduras de 1930, 1943 y 1955, porque el aspecto represivo alcanza niveles más
elevados, no solo en números, sino porque muda sus objetivos, ya que en ese momento lo
que se pretende no es sólo neutralizar el otro, como había sido anteriormente, sino su
aniquilación, como forma de salvar el status quo que se cree en ese momento amenazado.
De todos modos, los estudios centrados únicamente en la variable represiva han
obliterado el hecho de que el objetivo último de las dictaduras no era precisamente ese.
Básicamente las mismas buscaban llevar adelante reformas estructurales con las cuales
acabar con el proceso de radicalización precedente, siendo aquella un instrumento para
apaciguar el ambiente donde echar sus nuevas bases. Condición sine qua non del proceso,
pero no su finalidad intrínseca.
A pesar de que existieron figuras y momentos en que las dictaduras parecían adquirir
tintes totalitarios, las mismas no pueden subsumirse a intentos de ese tipo, ya que el
autoritarismo mayoritario que se instaura no tiene ese objetivo, sino que se ve a sí mismo
como una necesidad excepcional para sanear los países y retornar a la senda democrática en
un horizonte medio, la que se creía corrompida, lo que ciertamente agitara la interna militar
en diversas oportunidades, oponiendo a moderados y aquellos que pedían salidas más duras
(ver Valenzuela, 1987, Martins Filho, 1995; Valdivia 2003, Canelo, 2009 y Chirio, 2012).
En esto nos distanciamos de algunas interpretaciones que subsumen el todo a una de
sus partes, si bien la más terrible en términos de sensibilidad humana, pero que no dan cuenta
del todo. Así categorías como Estado de Terror (Duhalde, 1983) o de Seguridad Nacional
(Tapia-Valdez, 1987 y Maira, 1990) terminar por ser parciales, ante lo cual debemos buscar
otras interpretaciones que ponderen mejor las ecuaciones que se dieron en su interior.
Desde muy temprano José Nun (1966) advirtió ese carácter para la dictadura que se
instaurara en 1966, siendo seguido por Guillermo O´Donnell en su célebre tesis del Estado
burocrático autoritario (1982), que abriera una interesante polémica, al mostrar esos dos
lados. Por ello, diversos autores, entre los cuales Manuel Garretón (1985) y Ricardo Sidicaro
(1996) han calificado las dictaduras como contrarrevoluciones preventivas e intentos
refundacionales, lo que de alguna forma quedaba a la muestra en el Preámbulo del Ato
Institucional n. I1y en el propio mote de Proceso de Reorganización que eligió la última
dictadura argentina para distanciarse. Sin embargo, esto último ha sido mucho menos
estudiado que lo primero, tal vez por tener menor impacto emocional en una academia que
sufrió subjetivamente la violencia y por tal motivo ahonde en ella como forma de exorcizarla.
No obstante, no podemos dejar de reconocer la importancia que reviste esa última dimensión,
lo que no ha sido suficiente para dirigir los estudios más en esa dirección, marcándose un
visible desbalance entre unos y otros.
De tal manera, el presente trabajo pretende articular estos dos niveles, tratando de
pensar el papel que tuvo la represión en los engranajes dictatoriales como estrategia
consciente para alcanzar otros fines y así conseguir su principal objetivo, el de reestructurar
las sociedades como un todo, ya que los cambios que se pretendían eran profundos,
impactando todas las esferas, en mayor medida, como la social, política y cultural que son
las más conocidas, pero también la económica, que generalmente es menos considerada.
1 “O Ato Institucional que é hoje editado pelos Comandantes-em-Chefe do Exército, da Marinha e da Aeronáutica, em nome da revolução que se tornou vitoriosa com o apoio da Nação na sua quase totalidade, se destina a assegurar ao nôvo govêrno a ser instituído, os meios indispensáveis à obra de reconstrução econômica, financeira, política e moral do Brasil, de maneira a poder enfrentar, de modo direto e imediato, os graves e urgentes problemas de que depende a restauração da ordem interna e do prestígio internacional da nossa Pátria”. Coleção de Leis do Brasil, Brasília, vol. 3, 1964, pág. 3 o Diário Oficial da União, Brasília, Sección 1, 9 de abril de 1964, pág. 3.193.
La represión, si bien condenable desde todo punto de vista, puede ponerse en valor si
la comparamos con otros casos fuera de nuestro continente, lo que no la relativiza en modo
alguno, sino que la dimensiona como tal, incluso si lo hacemos dentro de los propios casos
del Cono Sur, ya que hubo una indudable graduación, que nos invitan a pensar las naturalezas
de tales regímenes sin dudas, ya que pertenecen a un tronco común pero que tuvieron matices
que pueden ser de fondo, así como valorar las trayectorias y coyunturas por las que
atravesaron, que también fueron definitorias en ese sentido.
Como estrategia asociada a un fin, debemos ver la represión desde diversas
perspectivas. En primer lugar, la de los actores, es decir tanto aquellos que la ejercían, en
diversos ámbitos, como en los que era ejercida o en los cuales se deseaba producir efectos,
ya que la misma los irradiaba de modo amplio y difuso, impactando no solo en los que la
recibían de modo directo, sino también en los que la sufrían de otras formas, muchas veces
sin que lo percibiesen de modo consciente. Seguidamente respecto de las estructuras en la
que se debía operar o que se pretendían crear. Y, finalmente, las coyunturas por las que se
atravesó, marcadas por procesos internos y externos, que determinaron adecuaciones
específicas a cada caso particular.
En otras palabras, la naturaleza represiva de los regímenes no estuvo enmarcada en un
ADN previo de los mismos, sino que la misma estaba profundamente enraizada en su devenir
histórico concreto, moldeada por la acción social de modo mucho más amplio, con objetivos
que le eran propios pero que también se articulaban a lógicas externas a las mismas, mal que
por momentos pudieran parecer que poseían dinámicas propias, como muchos fenómenos
burocráticos que poseen cierta autonomía.
Es de conocimiento que las prácticas represivas abrevaron en modelos foráneos, como
el francés, que, con el conflicto argelino, desarrolló prácticas después exportadas a otras
experiencias, y el norteamericano, que por su hegemonía, las usó como forma de control en
diversos espacios de los cinco continente, en los cuales también el Cono Sur lo fue en su
efecto (Moniz Bandeira, 1973, 2001 y 2008; Dreifuss, 1981; Verdugo, 2003; y Fico, 2008,
entre otros). Tal articulación se plasmaría en la existencia de una lógica que fue
supranacional, siendo la Operación Cóndor su vértice emblemático (Nilson, 1998 y Dinges,
2004).
De cualquier modo, aún no reconocemos del todo como varias de sus métodos fueron
generados al interior de los países, muchas veces en periodos en los que imperaba la
democracia formal, es decir como la corrosión que llevaría a tal estado de violencia era
gestada en la larga duración, muchas veces en periodos donde imperaba la democracia
formal, tal cual varios intelectuales uruguayos lo vienen planteando desde hace algún tiempo,
como respuesta al desmoronamiento de una democracia que creían firmemente consolidada
(González, 1993 y Bucheli, 2008).
El accionar violento en Chile por parte de la derecha se observa antes del propio golpe,
como ocurriera con el intento de secuestro y muerte del general Schneider en octubre de
1970, precedida de atentados con bombas que fueron preparando el terreno desde septiembre,
como forma de impedir infructuosamente la asunción de Salvador Allende en noviembre, en
un plan que mancomunaba fuerzas militares, de derecha y del Estado norteamericano, con
un fuerte brazo mediático (Verdugo, 2003). Lo que ya preanunciaba la escalada que iría en
aumento así como la imbricación transnacional que entre sus hechos de mayor impacto, ya
en dictadura y bajo la vigencia de la Operación Cóndor, causaron la muerte del general Carlos
Prats en 1974 en Argentina y de Orlando Letellier en 1976 nada menos que en Washington,
los que habían desempeñado altas dignidades en el gobierno de Salvador Allende.
El ejemplo argentino también resulta paradigmático, ya que las prácticas en gran escala
surgieron en la época del último gobierno peronista, con golpes policiales propinados a
gobernadores no encuadrados dentro del ala predominante del peronismo, así como las
prácticas de secuestro y desaparición de personas, con alrededor de mil casos documentados,
al igual que la gestación de aparatos y sistemática represiva ilegal, entre los cuales la Triple
A (Alianza Anticomunista Argentina) es sin dudas su punto culminante, la que también tiene
reminiscencias con otros grupos de extrema derecha, como puede ser el Comando de Caça
aos Comunistas (CCC), de Brasil, a la vez que también en dicho período se gestaron las leyes
represivas que dieron amparo al exterminio en mayor escala ya en régimen autoritario
(Servetto, 2010).
Es también una hipótesis plausible que el exterminio en masa practicado por las fuerzas
represivas legales e ilegales argentina, bajo gobiernos por el voto o de hecho fueron una
respuesta a la incapacidad por disciplinar sus enemigos de otro modo, lo que resultaba un
riesgo potencial, en particular después de la liberación de presos políticos ejecutada por
Campora cuando asumiera temporalmente el poder en 1973, como respuesta al Devotazo,
movilización popular que los arrancó de las prisiones antes que la ley de amnistía fuese
decretada.
En suma, no hubo un manual de oficio que se ejerciera a rajatablas, sino que los mismos
actuaban como coordenadas que a partir de la experiencia creaban in situ las soluciones
represivas que los proyectos dictatoriales precisaban en cada momento para alcanzar sus
propósitos, que no se resumían exclusivamente a lo represivo, aunque para ello debieran
aplicarla en larga escala por periodos excesivamente prolongados.
Así podemos ver que las modalidades represivas de cada país fueron articulándose en
relación a las otras, en especial para no repetir los errores cometidos, a la vez que se ajustaban
con los progresos alcanzados y las coyunturas particulares, mirando horizontes amplios, los
cuales podían marcar etapas diferentes. En tal sentido, muchos opinan que el llevar la
represión de modo ilegal en Argentina respondió a tratar de evitar la repercusión negativa
que los ajusticiamientos masivos en Chile habían provocado en la comunidad internacional.
Todas concuerdan en el hecho de que la implantación de la represión se debía a la
imposibilidad por parte de las fuerzas de derecha de detener el proceso de radicalización por
otros medios, hegemónicos, conclusión a la que se llega no por compartir una matriz
totalitaria común, sino por el hecho de que las fuerzas conservadoras eran incapaces de
vencer por el voto, como lo estableciera Juan Linz (1978), lo que era adjudicado a la
existencia de problemas estructurales que llevaban inexorablemente al populismo y, en un
futuro próximo, a salidas más radicales aún. De ese modo se abandonan las soluciones más
consensuales y dentro de la legalidad democrática para aplicarse otras que conllevan mayores
dosis de violencia y que significan con un quiebre del orden democrático hasta entonces
vigente, sin que con ello se pretenda una impugnación estructural, al contrario. Como bien
expresa el Preámbulo antes citado, ello se hacía supuestamente para resguardarlo.
Así, si bien hay algunos patrones represivos particulares en cada uno de los países,
ellos no pueden verse como fórceps que encasillen los casos sino más bien como una especie
de ordenador general y, tal vez, como muestra de que cada uno de ellos escogió determinados
formatos en los cuales fue acumulando expertise y sobre ellos anguló su estrategia.
En tal sentido, la obra de Anthonny Pereira (2009) resulta un excelente punto de partida
que toma comparativamente, en el buen sentido indicado por Charles Tilly (1991), los casos
de brasileño, argentino y chileno, sobre los cuales se podría incorporar el uruguayo. En esa
obra, muestra claramente como cada uno de esos países escogió de un amplio repertorio
(Tilly, 2006) aquellos trazos que le fueron característicos: Brasil el del uso de los aparatos
judiciales legales; Chile el de los ajusticiamientos en masa, reculando cuando se percibiera
sus efectos nocivos hacía una represión más solapada y Argentina con el accionar
abiertamente ilegal, de secuestros y desapariciones, con connivencia del orden estatuido, ya
que era imposible soslayarlo. Por su parte, el Uruguay respondería con prisiones prolongadas
y el exilio en masa, realmente expresivo comparándolo con su menguada población.
No obstante, a la hora de un análisis más puntal veremos cómo ese escenario se torna
más complejo. Así, comenzando a destrinchar el caso brasileño, vemos que su experiencia
marca diferentes etapas en el modo que se articula. En sus momentos iniciales bastó el
expurgo puntual de los elementos que se consideraban peligrosos para el status quo,
retirándolos de sus puestos, sean en los poderes ejecutivo y legislativo, que continuaron
funcionando bajo supremacía militar, así como en otros aparatos considerados esenciales
para la reproducción sistémica, como las universidades, las propias Fuerzas Armadas y otros
órganos administrativos. A pocos se les aplicó de hecho la tortura física o se llegó a la muerte,
siendo lo más usual el exilio, aún en escala menor.
Cuando el proceso de lucha llevó a un recrudecimiento en torno del año 1968, que
coincidía con una coyuntura internacional igualmente conturbada, la dictadura se endureció,
ejerciendo un mayor control y aplicando con fuerza los instrumentos que tenía a disposición,
algunos de ellos rayanos a los legal, pero que en su gran medida revestían aún de tal carácter.
Lo que no equivale a afirmar que Brasil constituyese una dicta blanda, como sus autoridades
así lo referían, sino que ella bastó para dar cuenta con los objetivos que se había propuesta.
De hecho, demostró que podía transponerlos caso así lo requiriese, como en la actuación que
le cupo en la represión a la Guerrilla do Araguaia o en la muerte de personajes emblemáticos.
Alcanzado esos objetivos, la dictadura volvería a canalizar por otros medios sus
estrategias de control social, las que ya alertaban autoridades norteamericanas, como bien
ilustra Renato Lemos (2014), que comenzaron a presionar por una distención, a pesar de lo
cual la iniciaría en 1974 una lenta distención, que tendría su ápice en 1979, con la
promulgación de la amnistía general e irrestricta, y se arrastró hasta 1985, con el retorno
definitivo de la democracia, aún por medio del voto indirecto. Sin embargo, ello que no fue
impedimento para un pequeño recrudecimiento en 1981, con el fallido Atentado Rio Centro,
lo que nos muestra que sus líneas fueron más tortuosas de lo que habitualmente admitimos o
reproducimos como imaginario de las mismas.
Esos episodios nos sirven para deshacer otro habitual engaño. Es bastante común
confundir fuerza de las dictaduras con fuerza en el uso de sus aparatos represivos, en otras
palabras, suponemos que una dictadura que más reprimió era la más fuerte, lo que no es
correcto en análisis, ya que mezcla dos variables diferentes. La fuerza de una dictadura no
estuvo marcada únicamente por el despliegue del que se valió, sino que reposó en el éxito
que tuvo para conseguir, bajo diferentes medios, no solo represivos, sus objetivos más
importantes.
Como ejemplo claro de ello podemos colocar el régimen argentino, quizás el que
mayores dosis represivas aplicó y el que menos objetivos consiguió cumplir, acabando en
una implosión después de la Guerra de Malvinas. Desastre que no fue solo militar o
económico, sino que nos muestra también derrotas importantes en el frente social y político,
como no haber podido influir en la estructura sindical del movimiento obrero o crear nuevas
estructuras partidarias que barriesen con las antiguas, lo que había llevado a momentos antes
de la Guerra a movilizaciones contrarias que tuvieron un muerto, motivo por el cual se habría
escogido una solución bélica como forma de frenar el descontento insuflando espíritu
patriótico.
Esa situación contrasta visiblemente con el caso brasileño, que aplicó la fuerza en
menos proporciones, no obstante consiguiese introducir reformas en diferentes esferas que
trajeron una renovación significativa en sus estructuras políticas. Muchas veces tachados de
artificiales, los cambios no eran un mero barniz, de hecho, las principales agrupaciones
partidarias post dictatoriales salieron de su vientre, sea a su derecha, como a su izquierda,
con un centro poderoso que consiguió mantenerse en la esfera del poder sin interrupciones y
sin voto directo para el principal cargo ejecutivo, lo que ha significado un cambio social
menos acentuado de lo que en otros países de la región, manteniendo en el poder viejas
estructuras que sostienen el status quo más allá de vientos y tormentas que soplaban en su
contra.
La represión no fue un fin en sí mismo, sino un método necesario, de acuerdo a la
lógica dictatorial, que servía como medio para conseguir los objetivos que se pretendían, que
no eran precisamente el de instaurar indefinidamente un estado de terror, el que funcionó
como forma de encuadrar la sociedad primeramente por esta vía, ya que las otras se revelaban
inocuas, para una vez iniciada las reformas pretendidas, proceder a un dominio con mayores
cuotas de consentimiento, pudiendo disminuir así la presión que era ejercida de modo más
directo.
Esto se observa precisamente en el fuerte rechazo que provocaron las dictaduras que
más reprimieron, incluso que llevaron a una mayor refracción o directamente a la rápida
reversión de los cambios pretendidos, a la par que aquellas que lo hicieron de una forma más
indirecta y con menor uso de la violencia tuvieron un reconocimiento mayor, sin grandes
reversiones, siendo asimiladas sus reformas por el tejido social sin el rancio conferido en las
otras, sello del que nunca pudieron desprenderse.
Podemos destacar en este caso la Ley de Amnistía brasileña, que fue vista
positivamente por casi todas fuerzas políticas del país, en especial la que tenían mayor
relieve, sin que la misma recibiese impugnación severa, como ocurriera en otros países,
siendo vista a modo de piedra angular de la redemocratización, la que alcanzó vigencia de
forma perenne, sin que nunca fuera cuestionada de modo consistente por aquellos que
sufrieron la violencia dictatorial, que negociaron así su reinserción en la vida democrática.
Algo que a su medida también lo ocurriría con el caso de la Ley de Caducidad uruguaya,
refrendada en dos ocasiones por una ajustada mayoría de su población.
En contrapartida, los regímenes y periodos dictatoriales más severos fueron aquellos
que mayores resistencias concitaron y los que, en más corto o más largo plazo, también
mayores demandas por reparación y justicia efectiva recibieron, como lo fueron el argentino
y, más recientemente, el chileno, únicos casos con condenados por delitos decurrentes de sus
acciones represivas, legales o ilegales, estatales o para-estatales.
Otro de los problemas en las investigaciones ha estado centrado en la escasa
desagregación inicial, por lo que se la ha visto in totum, sin todavía percibir adecuadamente
que la misma tuvo matices específicos, que merecen explicación, en especial de las razones
conscientes o inconscientes que llevaron a ellos. La represión escogió actores privilegiados
como blanco, correspondiendo así a los objetivos que las dictaduras se habían trazado en
diferentes campos, los que podían variar en cada caso particular el énfasis conferido a cada
uno de ellos en cada etapa, actuando así como importante disciplinador.
Hay que señalar el papel desempeñado por la disciplinación en nuestras sociedades,
que si bien se orientan hacia mecanismos más consensuales, la aplican de diversas formas,
muchas veces como un horizonte que no se debe transponer so pena de sufrir terribles
consecuencias. Interpretación abierta por trabajos clásicos como los de Michel Foucault, pero
que también se radicaron en otras esferas, como la económica con obras como la de Noemi
Klein (2007), de modo general, o María Alejandra Corbalán (2012) para el caso argentino.
Retornando a los actores, parece obvio concluir que los impactos más profundos fueron
propinados contra agentes políticos, no solo individuos sino también institucionales. Lo que
se trataba era de acabar con las que consideraban principales fuentes desestabilizadoras, no
sólo agrupaciones armadas, sino también sus grupos de superficie y otras que nunca
transpusieron esa barrera, sirviendo el combate a las primeras como paraguas para hacerlo
contra las otras, de modo preventivo. No por casualidad, el régimen brasileño acabaría con
los partidos políticos pre existentes de modo radical, proponiendo su extinción como parte
de un borrón y cuenta nueva sobre el cual reedificar el sistema.
Las ramificaciones de lo político por diversas esferas también fueron objeto de
represión y acompañamiento. Por momentos, el blanco preferencial fueron las alas jóvenes,
especialmente la estudiantil, fuente de descontentos varios y fértil semillero de liderazgos,
los que había que extirpar debidamente, en especial por una coyuntura que los movilizaba
internamente con una fuerte inspiración en causas de porte mundial, como las de Vietnam,
Cuba, las revoluciones africanas, asiáticas y el Mayo Francés. Práctica que fue acompañada
con la introducción de nuevos sistemas superiores de educación y ciencia, que privilegiaron
el cientificismo en detrimento del compromiso político, una mayor privatización y
elitización, como bien recuerdan varios estudios para el caso brasileño (Souza, 1981).
En muchos casos, además del medio universitario (Motta, 2014), sobre el que mayores
estudios poseemos, la represión también fue direccionada al nivel secundario, donde diversas
organizaciones actuaban, planteándose como objetivos el actuar preventivamente en el
segmento juvenil, como forma de anticiparse al ingreso al medio universitario, donde las
chances por conseguir apoyo eran menores, dada la fuerza de las fuerzas de izquierda, que
fue duramente peleada en el caso brasilero, donde había una larga tradición de centros
estudiantiles vinculados a la derecha, especialmente católica (Lima, 2014).
Igualmente hubo injerencias en el sector sindical, vinculado o no a partidos, ya que este
era parte del trípode populista que se quería extirpar, el que fue duramente golpeado, tanto
de modo directo, como por la práctica de privilegiar las direcciones contrarias, que de este
modo tenían demandas atendidas y así podían mostrar sus triunfos ante los asociados,
práctica que terminaría por cristalizar estructuras altamente burocratizadas, que habrían de
perdurar incluso durante las nuevas democracias, como cerrando los vasos comunicantes con
otros movimientos. Recordemos que una de las consignas, muchas veces refrendadas en
hechos, más peligrosas para el establishment había sido el de la unidad obrero estudiantil,
que había producido conflictos de gran porte, como el Cordobazo de 1969, por ejemplo.
Con menores estudios al respecto, la violencia también fue sentida por sectores y
organizaciones de base rural, teniendo en claro las dictaduras que había regiones que estaban
abiertamente vinculadas a viejas tradiciones de izquierda, como Pernambuco en Brasil o
Tucumán en Argentina, siendo que en esta última también fue la base de acción del Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP), el que fue erradicado en el Operativo Independencia, que
digámoslo más otra vez, fue gestado integralmente en un gobierno surgido del voto popular,
con figuras que después se reconvirtieron a la vida democráticas, como el general Antonio
Domingo Bussi, que fue gobernador de facto de la provincia entre 1976 y 1978, uno de los
pocos a seguir una carrera como político una vez de su retorno, obteniendo el 18 % de los
sufragios en las elecciones para diputado de 1987, la mayoría del 55 % en la constituyente
provincial de 1989, electo gobernador por el Estado entre 1995 y 1999, y diputado nacional
en ese último año, a pesar de lo cual no pudo imponer su hijo como delfín, con lo cual su
ocaso comenzara, el que lo llevó a prisión por el resto de su vida.
Ello era crucial porque la propiedad de la tierra era un tema que inflamaba la sociedad
de modo radical, poniendo en jaque el sistema de dominación. “Reforma agrária na lei ou na
marra” era el slogan que Francisco Julião e las Ligas Camponesas blandían asustadoramente,
el que había sido encampado por João Goulart como una de la Reformas de Base que su
gobierno impulsaba. También en Chile, desde antes de llegar Salvador Allende al poder, el
tema estaba a la orden del día, siendo uno de los puntos de fricción social y política más
candentes. De esta forma, era algo insoslayable que llevo incluso a que los gobiernos
autoritarios de los dos países no hicieron oídos sordos a esa demanda, sino que la
incorporaron a sus proyectos, ya que no eran incompatible y se asociaban muy bien al ideal
modernizador que querían emprender2, cambiándoles sólo el sentido, de socializante a
individualizante, para lo cual precisaban desplazar igualmente a sus líderes.
Además, ella se unía a tradiciones ancestrales, las cuales movilizaron el segmento
indígena, que en Chile posee fuerza singular, en especial en la Araucanía, por lo cual las
dictaduras llevaron adelante una represión sesgada, tanto por el peligro potencial que
representaban, que en el caso brasileño estaba concentrado en puntos específicos, por cuanto
interfería con la idiosincrasia que se quería estatuir, visto que muchos de estos regímenes
eran conservadores y nacionalistas, en el que su ideal de Nación rayaba lo hispanista y por
tanto la figura del indio resultaba incómoda. Incluso el régimen de Franco era tal vez su única
adhesión en el viejo continente, así como de allí vinieron vitales inversiones (García
Gutiérrez, 2011), así como el sudafricano otro de los regímenes que hizo lo suyo en Chile, el
cual igualmente propalaba la primacía blanca.
En Brasil, el gobierno documentó esa acción en el poco conocido Relatorio Figueiredo,
producido en 1967 y que permaneció sin localización por 45 años, el que se creía perdido
oportunamente en un incendio, donde se expone parte de las privaciones a que los indios
fueron sometidos, incluso por aquellos que cumplían la función de velar por su integridad
desde el propio Estado, como el Serviço de Proteção ao Índio (SPI). Debemos señalar que
esta era una práctica estatal y militar de larga data, inaugurada por el mariscal Cândido
Rondón y continuada por diversos antropólogos, como los hermanos Villas Boas, que se
encargaron en diversos momentos históricos de llevar adelante proyectos monumentales de
su rescate (Resende, 2015).
En ese sentido, la acción fue también decisiva en otros sectores populares de gran peso,
como el de las barriadas populares, entre las cuales la Poblaciones chilena habían sido base
para la acción de partidos políticos de izquierda y grupos armados, como el Movimiento
Revolucionario (MIR), o las Villas argentinas que lo fueron de los Montoneros, donde
también actuaron diversas agrupaciones religiosas, en su mayoría pertenecientes a la fracción
de la Teología de la Liberación, que había declarado su opción preferencial por los pobres,
cuyos miembros fueron sometidos a tácticas disciplinadoras desde diversos frentes, incluso
desde la propia Iglesia en varios casos. Recordemos que su jerarquía se alió inicialmente a
2 Tanto el IPÊS, particularmente el de Rio, como El Ladrillo (recopilado por Sergio de Castro, 1992) lo
proponían como medida.
los golpes y esos regímenes, como lo fue visiblemente en Brasil, Argentina y Uruguay,
habiéndose colocado en la oposición la primera en una fecha posterior, entre 1968 y 1969,
cuando se da el pico de represión más aguda, manifestando críticamente (Comblin, 1979;
Della Cava, 1989; Mainwaring, 1986 y Cancian, 2011).
De todos modos, no debemos encasillar la represión como algo dirigido únicamente
contra los sectores subalternos, la misma estuvo también orientada hacia otros segmentos,
aunque, claro está, muchos de ellos con mayores recursos para hacerles frente o para que su
acción no fuese tan directa, como los empresarios que se transformaban en obstáculos o hasta
dentro de los propios militares.
En el caso del segmento empresarial, no ha sido debidamente estudiado, pero a las
clásicas persecuciones que las sucesivas dictaduras argentinas sometieron invariablemente a
organizaciones o personalidades filo peronistas, como la Confederación General Económica
(CGE), su secretario general José Ber Gelbart o una empresa emblemática como SIAM Di
Tella, por ejemplo, también otras que no se podían encuadrar en esa condición también lo
fueron, como ocurrió con la Unión Industrial Argentina (UIA), única a quedar bajo
intervención tras 1976, tal vez porque podía oponerse al proyecto anti industrial del equipo
económico dictatorial. El caso de Chile, situaciones parecidas se vivieron en torno de los
gremialistas, CORFO (Corporación de Fomento de la Producción de Chile) y SOSOFA
(Sociedad de Fomento Fabril), que trabaron lucha en torno de la privatización de la
producción del cobre, sobre el cual giraba su economía.
Muchas veces las fracciones militares también se articularon en torno a esos ejes y
podían entrar en conflicto por compartir proyectos opuestos, como lo fueron el caso de los
célebres conflictos entre los generales de ejército Augusto Pinochet y de aviación Gustavo
Leigh, que tuvo como ápice la destitución de éste en 1978 (Valenzuela, 1987 y Valdivia,
2003) y del general Jorge Rafael Videla y su equipo económico encabezado por José Alfredo
Martínez de Hoz (h) que colisionara respectivamente con el almirante Emilio Massera y el
general Genaro Díaz Bessone (Canelo, 2009). O que fuera un problema jerárquico mucho
más complejo, en lo que lo social estuvo más presente, como las tácticas de disciplinamiento
a las que se vieron sometidos en Brasil los militares de los escalafones más bajos (Almeida,
2012).
Igualmente, las dictaduras tuvieron intervenciones en la estructura burocrática estatal
(Mathias, 2004), expurgando cuidadosamente aquellos elementos que consideraban nocivos,
en especial dentro de los órganos de planificación y comando, no solamente aquellos que
tenían pasado de izquierda, sino fundamentalmente todo aquel que pudiese comprometer el
proyecto en curso, como ocurriera con diversos nacionalistas y corporativistas que eran reales
o potenciales adversarios, siendo el ejemplo de la ODEPLAN (Oficina de Planificación) en
Chile más que elocuente. En tal sentido, los economistas fueron blanco preferencial, no solo
los marxistas, sino que también la persecución recayó en especial en aquellos que tenían
pasado estructuralista, con énfasis en la CEPAL (Comisión Económica para la América
Latina)3 que con la ayuda de sus controladores vio diezmado su personal y transfigurado sus
objetivos, como admitiera el propio Enrique Iglesias, que la comandó entre abril de 1972 y
febrero de 1985, es decir durante el periodo en que las dictaduras se encaramaron en el poder
e hicieron sentir sus efectos más deletéreos.
El hecho de que Iglesias permaneciera desde el periodo anterior a la implantación de
la dictadura no cuestiona nuestra tesis inicial, ya que el proceso fue complejo, dado que estos
grupos no eran cohesionados y durante el período más álgido del conflicto, que lo era
económico, social, político e ideológico, se desgajaron de sus posiciones iniciales para
adherir a posturas más ortodoxas, ya sea por motus propio, tal cual demostrara Ricardo
Bielchovsky (1995), o por fuerza del proceso disciplinador que hacía sentir sus efectos,
siendo que, en este caso, lo llevaría próximo al neoliberalismo, otra ideologia que se impone
mediante métodos parecidos (Cockett, 1995 y Mendes, 2005) , del que se apartaría cuando
éste entrara en crisis, en un oportuno pragmatismo que de alguna forma ayuda a entender y
explicar sus tortuoso curso intelectual, tal cual lo hicieron de forma más detallada en otro
trabajo con el caso de Roberto Campos (Ramírez, 2017).
De todos modos, hubo algunas situaciones paradojales, como el caso de los programas
nucleares argentino y brasileño, que de alguna forma demuestran como el objetivo más alto,
por ejemplo conseguir la autonomía en ese campo, subordinaba la represión, para el caso
argentino, y la sumisión a la Gran Potencia del Norte, en el caso brasileño, que llegó a trabar
relaciones no deseadas con otros países, los que, a su vez, también demostraban hacerlo
3 En una reunión del Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais (IPÊS), que tuvo gran protagonismo en el golpe
de Estado de 1964, Glycon de Paiva Teixeira, su vicepresidente, opinó que dicho Instituto debía convertirse en
un centro de “‘post-graduation’ [...] [para] economistas, visando neutralizar os cepalistas, todos mais ou menos
‘tisnados’”. Subrayado en el original. Acta de la Reunión Plenaria del Comité Ejecutivo del IPÊS, 8/4/63.
díscolamente, como ocurriera con el acuerdo Brasil-Alemania. En el primer caso, varios de
los renombrados cientistas que actuaban en el programa atómico era de conocida filiación
marxista y fueron protegidos por el director de la Comisión Nacional de Energía Atómica
(CNEA), que por ellos trabó duros embates internos dentro de la dictadura con conocidos
represores (Diego Hurtado de Mendoza, 2009), ciertamente mucho más inmediatistas y sin
una visión de largo plazo, que no tuvieron sus pedidos atendidos.
Ello nos encamina hacia un tipo de represión con foco más amplio, la que se dio en
términos ideológicos y culturales, en parte con violencia directa contra aquellos agentes
culturales más visibles, sea con muertes, desaparecimientos, prisiones y exilios, lo que
incluyó en muchos casos ensañamiento con requintes de crueldad en algunos de sus casos
más emblemáticos, así como otras que se orientaron a través de la censura o boicot a sus
obras (Stephanou, 2001; Berg 202 y García, 2015, entre muchos otros) o de forma mucho
más difusa que procuraba recrear un ambiente más conservador dentro de la sociedad,
partiendo de las escuelas como un todo, la que fueron sometidas a un reordenamiento de sus
currículos explícitos, es decir programas de estudios, y ocultos, o sea aquel que se transfiere
de forma indirecta a través del ambiente socializador que se respira, como el de actos,
efemérides, etc. (Souza, 1981 y Rodríguez, 2009).
Finalmente, estudios más recientes apuntan como esa represión poseía caracteres
culturales explícitos, ensañándose de formas más crueles con aquellos que representaban las
dichas minorías, que vieron así potenciados sus suplicios, como con las mujeres (Joffily,
2013), homosexuales (Joffily, 2016), negros y judíos, con lo cual se reforzaban trazos
patriarcales y xenófobos de nuestras sociedades.
En apretada síntesis, en la ponencia hemos tratado de mostrar como la represión
funcionó dentro del engranaje dictatorial no como su objetivo final, sino como una táctica
disciplinadora social, en busca de sus metas que pretendían ser las de una amplia
reestructuración, la que ya no podía ser instaurada por mecanismos consensuales sino
mediante el empleo de dosis variada de la violencia física y simbólica, actuando la primera
sobre la segunda, incluso en herencias que extrapolaron las temporalidades de las mismos,
algunas de las cuales están aún presentes.
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