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INDICE
Grard de Nerval
El monstruo verde
Max BeerbohmEnoch Soames
Ricardo Palma
El alacrn de Fray Gmez
Richard Middleton
En el camino de Brighton
Jos Bianco
Sombras suele vestir
Miguel Angel Asturias
Venado de las siete rozas
Villiers de l'Isle Adam
El secreto del cadalso
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Franz Kafka
Manuscrito antiguoEl Infante Don Juan Manuel
El Den de Santiago y el Gran Maestre de Toledo
John Russell
El precio de la cabeza
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ANTOLOGA
DEL
CUENTO
EXTRAO
Contenido general de los cuatro tomos que componen
esta serie
TOMO I
Benson, R. H.El cuento del padre Meuron.
Beresford, J. D.
El misntropo.
Bierce, Ambrose
El ahorcado.
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Borges, Jorge Luis
El milagro secreto
Chacel, Rosa
En la ciudad de las grandes pruebas.
Devaulx, Nol
Alrededor de la ausencia.
Jacobs, W. W
La zarpa del mono.
Las Mil y Una Noches
El hombre que so.
Lugones, Leopoldo
La estatua de sal.
Maupassant, Guy de
El Horta.
Onions, Oliver
El buque fantasma.
Papini, Giovanni
Historia completamente absurda.
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Roberts, Morley
El anticipador.
Saki
Laura.
Sullivan, J. F
El enfermo.
Tolstoi, Len
Los tres staretzi.
TOMO II
Annimo
La casa encantada
Baroja, Po
Mdium.
Benet, Stephan Vincent
Junto a las aguas de Babilonia.
Bioy Casares, Adolfo
La trama celeste.
Forster, E. M
Pnico.
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Garmendia, Julio
La tienda de muecos.
Hearn, Lafeadio
La promesa
Kordon, Bernardo
Un poderoso camin de guerra.
Lawrence, D. H.
El caballito de madera.
Poe, Edgar Allan
El pozo y el pndulo.
Su Che
Segundo paseo al acantilado rojo.
TOMO III
Asturias, Miguel Angel
Venado de las siete rozas.
Beerbohm, Max
Enoch Soames.
Blanco, Jos
Sombras suele vestir.
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Infante Don Juan Manue
El Den de Santiago y el Gran Maestre de Toledo.
Kafka, Franz
Manuscrito antiguo.
Middleton, Richard
En el camino de Brighton.
Nerval, Grard de
El monstruo verde.
Palma,Ricardo
El alacrn de Fray Gmez.
Russell, John
El precio de la cabeza.
Villiers de l'Isle Adam
El secreto del cadalso.
TOMO IV
Andreiev, Lenidas
Lzaro.
Apollinaire, Guillaume
Et poeta resucitado.
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Cerruto, Oscar
Los buitres
Conrad, joseph
La bestia
Gmez de la Serna, Ramn
Metamorfosis.
Kipling, Rudyard
La litera fantasma.
Mrime, Prspero
La Venus de Ille.
Ocampo, Slivina
La sed.
Stern, G. B.
Gemini.
T'ao Yuan-Ming
La fuente de las flores de durazno.
Unamuno, Miguel de
El que se enterr
Wells, H. G.
La puerta en el muro.
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ANTOLOGA
DEL
CUENTO
EXTRAO
Seleccin, traduccin y noticias
biogrficas por
Rodolfo J. Walsh
III
Libros Tauro
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Grard de Nerval
EL MONSTRUO VERDE
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GERARD DE NERVAL naci en Parsen 1808
Espritu de fuertes tendencias
religiosas, que no lo logra encauzar y a las
que en cierto modo sucumbe, se interesa
sucesivamente por las leyendas orientales, lamstica, el pitagorismo, el ocultismo. De esas
races se nutre su obra. A partir de 1851
tiene repetidas crisis de desequilibrio mental,
de las que hay amargo testimonio en Aurelia.
Termina por ahorcarse deuna viga del techo,en 1855.
Otros ttulos: Voyage en Orient, Les
Filles de Feu.
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I
EL CASTILLO DEL DIABLO
Hablar de uno de los ms antiguos habitantes
de Pars; antao lo llamaban el diablo Vauvert.
De ah naci el proverbio: "Eso queda en lodel diablo Vauvert. Vyase al diablo Vauvert!" Es
decir: "Vaya a. . . tomar el fresco en los Campos
Elseos."
Los porteros suelen decir: "Eso queda en lo del
diablo de los gusanos", cuando quieren designar unsitio muy alejado 1. Y la expresin significa que habr
que pagarles en buen dinero la comisin que se les
encarga. Pero se trata adems de una locucin
viciosa y corrupta, como muchas otras con las que
estn familiarizados los parisienses.El diablo Vauvert es esencialmente un
habitante de Pars, donde vive desde hace muchos
siglos, si hemos de creer a los historiadores. Sauval,
Flibien, Sainte-Foix y Dulaure han referido
extensamente sus hazaas.Parece que en los primeros tiempos habit el
castillo de Vauvert, que estaba situado en el lugar
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ocupado actualmente por el alegre saln de baile de la
Chartreuse, al extremo del Luxemburgo y frente a lasavenidas del Observatorio, en la Fue d'Enfer.
Ese castillo, de triste celebridad, fue demolido
en parte, y las ruinas se convirtieron en una
dependencia de un convento de cartujos, donde muri
en 1313 Jean de la Lune, sobrino del antipapaBenedicto XIII.
Jean de la Lune haba sido sospechado de
tener relaciones con cierto demonio, que quiz fuese
el espritu familiar del antiguo castillo de Vauvert, pues,
como se sabe, cada uno de esos edificios feudalestena el suyo.
El diablo Vauvert dio que hablar nuevamente
en la poca de Luis XIII.
Durante muchsimo tiempo se haba odo,
todas las noches, un gran ruido en una casaconstruda con escombros del antiguo convento y
cuyos propietarios estaban ausentes desde haca
varios aos. Y esto aterrorizaba bastante a los
vecinos.
Fueron a prevenir al teniente de polica, quienenvi algunos de sus arqueros. Cul habr sido el
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Antologa del cuento extrao 3
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asombro de estos militares al or un tintineo de vasos,
mezclado de risas estridentes!Se crey en el primer momento que eran
falsificadores entregados a una orga, y juzgndoselos
numerosos por la intensidad del ruido, se orden ir en
busca de refuerzos.
Pero despus se estim que el pelotn no erasuficiente; ningn sargento se mostraba ansioso por
conducir sus hombres al interior de esa guarida, donde
pareca orse el fragor de todo un ejrcito.
Por fin, al amanecer, llegaron tropas
suficientes. Entraron en la casa. No encontraron nada.El sol disip las sombras.
Durante todo el da prosiguieron las
bsquedas; despus se conjetur que el ruido
proceda de las catacumbas que, como se sabe, estn
situadas bajo ese distrito.Se dispusieron a entrar; pero mientras la
polica tomaba las precauciones necesarias, cay
nuevamente la noche y recomenz el ruido, ms fuerte
que nunca.
Esta vez, nadie se atrevi a bajar, pues siendoevidente que en el subsuelo no haba ms que
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botellas, deba ser el mismo diablo quien las haca
bailar.Se contentaron con ocupar los alrededores de
la calle y pedir rogativas al clero.
Los clrigos elevaron sinnmero de oraciones
e incluso echaron agua bendita, por medio de jeringas,
a travs del tragaluz de la bodega.El ruido persisti.
II
EL SARGENTO
Durante una semana una muchedumbre de
parisienses no dej de obstruir las inmediaciones,
espantndose y pidiendo noticias.
Al fin un sargento de la guardia civil, ms
audaz que los otros, se ofreci a penetrar en la
bodega maldita, a cambio de una pensin que, en
caso de fallecimiento, beneficiara a una costurera
llamada Margot.
Era un hombre valiente y ms enamorado que
crdulo. Adoraba a esa costurera, bastante elegante
y muy econmica (inclusive un poco avara), que no
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haba querido casarse con un simple sargento
desprovisto de toda fortuna.Claro est que, al obtener una pensin, el
sargento se converta en otro hombre.
Alentado por esa perspectiva, el sargento
exclam que "l no crea ni en Dios ni en el diablo, y
que dara razn de ese ruido".-En qu crees, entonces? -le pregunt uno de
sus compaeros.
-Creo -respondi- en el seor teniente en lo
criminal y en el seor preboste de Pars.
Era mucho decir en pocas palabras.Aferr el sable entre los dientes y una pistola
en cada mano y se aventur por la escalera. Cuando
lleg al piso de la bodega, presenci el espectculo
ms extraordinario.
Todas las botellas se entregaban a unafrentica zarabanda, formando las ms graciosas
figuras. Los sellos verdes representaban a los
hombres; los sellos rojos, a las mujeres.
E inclusive se haba formado una orquesta
sobre los estantes.Las botellas vacas resonaban como
instrumentos de viento, las rotas como cmbalos y
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tringulos, y las que estaban cascadas imitaban la
penetrante armona de los violines.El sargento, que haba bebido varios cuartillos
antes de iniciar la expedicin, al no ver all otra cosa
que botellas, se sinti muy tranquilizado y empez a
bailar tambin por espritu de imitacin.
Cada vez ms animado por la alegra y elhechizo del espectculo, tom una hermosa botella de
largo cuello, cuidadosamente sellada de rojo, que al
parecer contena un burdeos blanco, y la estrech
amorosamente contra su corazn.
De los cuatro costados partieron risasfrenticas; el sargento, intrigado, dej caer la botella,
que se rompi en mil pedazos.
Ces la danza, se oyeron en los rincones de la
bodega gritos de espanto y el sargento sinti que se le
ponan los pelos de punta al ver que el vino derramadopareca formar un charco de sangre.
Entre sus pies, yaca extendido el cadver de
una mujer desnuda, cuyos rubios cabellos se
esparcan por tierra, empapndose en la sangre.
El sargento no habra tenido miedo del diabloen persona, pero ese espectculo lo llen de horror.
Mas pensando que al fin y al cabo deba dar cuenta de
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su misin, se apoder de una botella de sello verde
que pareca rersele en las narices, y exclam:-Por lo menos, me llevar una!
Una carcajada inmensa le respondi.
Pero ya l haba subido la escalera, y
mostrando la botella a sus camaradas, grit:
-Aqu est el duende! Sois bastante cobardes(pronunci otra palabra mucho ms fuerte), ya que no
os atrevis a bajar!
Su irona era amarga. Los arqueros se
precipitaron a la bodega, donde slo encontraron una
botella de burdeos, rota. Todo lo dems estaba enorden.
Los arqueros deploraron la suerte de la botella
rota; pero, sintindose valientes ahora, se empearon
en subir todos con una botella en la mano.
Y se les permiti beber.El sargento, por su parte, afirm:
-Yo guardar la ma para el da de mi
casamiento.
Y no le pudieron negar la pensin prometida, y
se cas con la costurera y...Creeris que tuvieron muchos hijos?
Slo tuvieron uno.
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III
LO QUE PAS DESPUS
La noche de sus bodas, que se celebr en la
Rape, el sargento puso entre l y su esposa la
famosa botella de sello verde, e insisti en que sloella y l bebieran de ese vino.
La botella era verde como la hiel, el vino era
rojo como la sangre.
Nueve meses ms tarde la costurera dio a luz
un pequeo monstruo, enteramente verde, concuernos rojos en la frente.
Y ahora ir, mozuelas, ir a bailar en la
Chartreuse, donde antes estuvo el castillo de
Vauvert!
Sin embargo, el nio creci, si no en virtud,por lo menos en tamao. Dos cosas contrariaban a
sus padres: su color verde y un apndice caudal que
al principio pareci simplemente una prolongacin del
coxis, pero que poco a poco tom el aspecto de una
verdadera cola.Se consult a los sabios, quienes declararon
que era imposible extirparla sin comprometer la vida
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del nio. Agregaron que era un caso bastante raro,
pero que haba ejemplos citados en Herodoto y enPlinio el joven. En esa poca an no se prevea el
sistema de Fourier.
En cuanto al color, fu atribuido a un
predominio del sistema bilioso. Sin embargo, se
ensayaron varios custicos para atenuar el matizdemasiado pronunciado de la epidermis, y se
consigui, merced a innumerables lociones y
fricciones, rebajarlo primero a un tono verde-botella,
despus verde-agua y por fin; verde-manzana. En
cierta oportunidad pareci que toda la piel se volvablanca; mas por la noche recobr su color.
El sargento y la costurera no podan consolarse
de los disgustos que les daba ese pequeo monstruo,
que se volva cada vez ms testarudo, colrico y
perverso.La melancola que experimentaban los condujo
a un vicio may comn entre gente de parecida suerte.
Se entregaron a la bebida.
Pero el sargento se empe en no beber nunca
otra cosa que vino de sello rojo, y su mujer vino desello verde.
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Cada vez que el sargento estaba ebrio como
una cuba, vea en sueas a la mujer ensangrentadacuya aparicin lo haba aterrado en la bodega,
despus de romper la botella.
Esta mujer le deca:
-Por qu me apretaste contra tu corazn y
despus me inmolaste... si yo te amaba tanto?Y cada vez que la esposa del sargento
empinaba demasiado la botella de sello verde, se le
apareca en sueos un gran demonio, de espantoso
aspecto, que le deca:
-Por qu te asombras de verme... puesto quehas bebido de la botella? No soy el padre de tu hijo?
Oh, misterio!
Al llegar a la edad de trece aos, el chico
desapareci.
Sus padres, inconsolables, siguieron bebiendo,pero no volvieron a ver las terribles apariciones que
haban atormentado su sueo.
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IV
MORALEJA
As fu castigado el sargento por su impiedad,
y la costurera por su avaricia.
V
QU FUE DEL DEMONIO VERDE
Nunca ms se supo.
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MAX BEERBOHM
ENOCH SOAMES
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El tema del diablo ha dado origen ainnume rables leyendas e invenciones. Pocas
tan afortunadas como sta de MAX
BEERBOHM, ensayista y caricaturista ingls,
nacido en 1872, educado en Oxford, sucesor
de Bernard Shaw como crtico literario de la"Saturday Review", autor de Seven Men, The
Happy Hypocrite, Zuleika Dobson.
Uno de los resortes ms eficaces de
"Enoch Soames" es el fondo de realidad
contra el que se mueven los protagonistas.Existi el Caf Royal, existieron Rothenstein
y "The Yellow Book" (y desde luego Whistler
y Beardsley), existi ese Londres finisecular
con su atmsfera casi parisiense, Chesterton
nos asegura que existe el prncipe de lastinieblas, y en cuanto a Enoch Soames slo
en el futuro se dijo (se dir) que nunca lleg a
existir.
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Cuando el seor Holbrook Jackson di al
mundo un libro sobre la literatura del 90, busqu
ansiosamente en el ndice el nombre de SOAMES,
ENOCH. Tema que no estuviese. Y no estaba. Sinembargo, figuraban todos los dems. Muchos
escritores a quienes yo olvidara por completo o slo
recordaba vagamente, resucitaron ante m, con sus
obras, en las pginas del seor Holbrook Jackson. El
libro era tan minucioso como brillante.De ah que la omisin descubierta por m fuese
la evidencia ms cabal de que el pobre Soames no
haba dejado huella alguna en la literatura de su
dcada.
Creo que soy la nica persona que lo not...tan lamentable haba sido el fracaso de Soames! Y es
intil alegar que, si hubiera conquistado algn mediano
xito, quiz se habra esfumado de mi memoria, como
los dems, para retornar tan slo al llamado del
historiador. Es cierto que si las dotes que posea lehubieran sido reconocidas en vida, jams habra
celebrado el pacto que yo le vi celebrar... ese extrao
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pacto cuyos resultados le otorgaron para siempre un
lugar en el primer plano de mis recuerdos. Noobstante, es de esos mismos resultados de donde se
desprende en toda su claridad cunto hubo en l
delamentable.
No es la compasin, sin embargo, lo que me
impulsa a escribir sobre l. Si por l fuera, pobrediablo, me sentira inclinado a no mojar la pluma en
el tintero. No est bien burlarse de los muertos.
Pero, cmo escribir acerca de Enoch Soames sin
ridiculizarlo? O ms bien, cmo disimular la atroz
realidad de que era ridculo? Imposible. Pero tarde otemprano deber escribir sobre l. Ya se ver, a su
debido tiempo, que no me queda otra alternativa.
Por consiguiente, ser mejor que lo haga ahora.
Durante los cursos del verano de 1893 unprodigio del cielo cay sobre Oxford. Cal hondo, se
incrust profundamente en el suelo. Profesores y
alumnos formaron plidos corros que no hablaban de
otra cosa. De dnde vena aquel meteoro? De Pars.
Cmo se llamaba? Will Rothenstein. Qu sepropona? Pintar una serie de veinticuatro retratos en
litografa, que publicara The Bodley Head de Londres.
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El asunto era urgente. Ya el Decano de A y el Director
de B y el Real Catedrtico de C haban "posado"humildemente. Ancianos solemnes y malhumorados
que jams consintieran en dejarse retratar por nadie,
no podan resistirse a aquel extranjero menudo y
dinmico. l no suplicaba: invitaba; no invitaba:
ordenaba. Tena veintin aos. Usaba lentes quecentelleaban increblemente. Era un hombre de
ingenio. Desbordante de ideas. Conoca a Whistler.
Conoca a Edmond de Goncourt. Conoca a todo el
mundo en Pars. Los conoca a todos de memoria. Era
Pars en Oxford. Se murmuraba que apenasdespachara su seleccin de profesores, incluira a
unos pocos alumnos de los ltimos cursos. Y me sent
pleno de orgullo el da en que yo - yo fui includo. La
simpata que me inspiraba Rothenstein no era menor
que el miedo que me infunda; sin embargo, nacientre nosotros una amistad que a medida que
transcurrieron los aos se hizo cada vez ms clida y
ms valiosa para m.
Al trmino del curso, Rothenstein se estableci
o ms bien irrumpi metericamente en Londres.Gracias a l conoc por primera vez ese pequeo
mundo de perdurable encanto que es Chelsea, y trab
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relacin con Walter Sickert y otros venerables
prceres que residan all. Fu Rothenstein quien mellev a ver, en la calle Cambridge, de Pimlico, a un
joven cuyos dibujos eran ya famosos entre la minora:
Aubrey Beardsley. En compaa de Rothenstein hice
mi primera visita a The Bodley Head. Por l me
introduje en otro reino de la inteligencia y la audacia, elsaln de domin del Caf Royal.
Ah, aquella tarde de octubre, en una
exuberante perspectiva de dorados y de terciopelos
carmeses intercalados entre simtricos espejos y
erguidas caritides, entre el humo del tabaco que seelevaba incesante hacia el pintado cielo raso pagano y
el murmullo de conversaciones presumiblemente
cnicas, que de tanto en tanto interrumpa el spero
tableteo de las fichas de domin sobre las mesas de
mrmol, aspir hondo y dije para mis adentros:-Esto, sin duda, es la vida.
Era antes de la cena. Bebimos vermut. Los que
conocan personalmente a Rothenstein lo sealaban a
quienes slo lo conocan de nombre. Sin interrupcin
entraban por las puertas giratorias hombres queambulaban lentamente en busca de mesas vacas u
ocupadas por amigos. Uno de estos errabundos me
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interes, porque yo estaba seguro de que pretenda
llamar la atencin de Rothenstein.Haba pasado dos veces ante nuestra mesa,
con expresin vacilante; pero Rothenstein, sumido en
lo ms denso de una disquisicin sobre Puvis de
Chavannes, no lo vi. Era un individuo encorvado, de
paso inseguro, ms bien alto, muy plido, con largoscabellos parduscos. Tena una barba rala, o ms bien
una barbilla que se bata en retirada al abrigo de unos
cuantos pelos arracimados y tmidamente rizados. Era
un sujeto de extraa catadura; pero en el noventa, las
apariciones raras eran ms frecuentes, creo, que en laactualidad. Los jvenes escritores de aquella poca -y
yo estaba seguro de que ste lo era trataban de
singularizarse por su aspecto. Mas los esfuerzos de
este hombre haban sido infructuosos. Usaba un
sombrero negro, blando, de corte clerical, pero deintencin bohemia, y una capa impermeable de color
gris que, acaso porque era impermeable, no llegaba a
ser romntica. Arrib a la conclusin de que "borroso"
era le mot justepara l. Yo haba hecho mis primeras
armas en la literatura y buscaba siemprefervorosamente le mot juste, ese Santo Graal de la
poca.
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El hombre borroso se acercaba nuevamente a
nuestra mesa, y esta vez resolvi detenerse.-Usted no me recuerda -dijo con voz
inexpresiva.
Rothenstein lo mir vivamente.
-S, lo recuerdo -repuso al cabo de un
momento, con menos efusin que orgullo: orgullo desu memoria-. Edwin Soames.
-Enoch Soames -dijo Enoch.
-Enoch Soames -repiti Rothenstein, dando a
entender por el tono de su voz que ya era bastante
haber acertado con el apellido-. Nos encontramosdos o tres veces en Pars, cuando viva usted all.
En el Caf Groche.
-Y una vez yo fu a su estudio.
-Oh, s; lament haber estado ausente.
-Ausente? No. Me mostr algunos de suscuadros, recuerda? ... Tengo entendido que ahora
reside en Chelsea.
-S.
Me extra que despus de este monoslabo
el seor Soames no siguiera de largo. Se qued,pacientemente, como un animal obtuso, como un
asno que mira por encima de una cerca. Triste figura
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la suya. Se me ocurri que hambriento era quiz le
mot juste para l. Pero, hambriento de qu? Nopareca apetecer gran cosa. Le tuve lstima. Y
Rothenstein, aunque no lo invitara a Chelsea, le
pidi que se sentara y bebiera algo. Una vez
sentado, pareci ms seguro de s mismo. Ech
atrs las alas de la capa con un gesto que -si lacapa no hubiera sido impermeable- poda
interpretarse como un desafo lanzado al mundo en
general. Y pidi un ajenjo.
-Je me bens toujours fidle -le dijo a
Rothenstein- la sorcire glauque.-Le har mal -respondi secamente
Rothenstein.
-Nada me hace mal -dijo Soames-. Dans ce
monde il n'y a ni de bien ni de mal.
-Nada es bueno y nada es malo? Ququiere decir?
-Lo expliqu todo en el prefacio de
Negaciones.
-Negaciones?
-S. Le di un ejemplar.
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-Oh, s, por supuesto. Pero explic usted, por
ejemplo, que no hay diferencia entre buena y malagramtica?
-No -dijo Soames-. Naturalmente, en el arte
existen el bien y el mal. Pero en la Vida... no.
Liaba un cigarrillo. Tena manos dbiles y
blancas, no del todo limpias, con las puntas de losdedos manchadas por la nicotina.
-En la Vida existe la ilusin del bien y del mal,
pero...
Su voz decreci a un murmullo en que las
palabras vieux jeu y rococo fueron apenasperceptibles. Si no me equivoco, pensaba que no se
estaba haciendo justicia a s mismo, y tema que
Rothenstein sealara las falacias de su
argumentacin. Lo cierto es que al fin carraspe y dijo:
-Parlons d'autre chose.Creen ustedes que era un tonto? A m no me
pareci. Yo era joven y me faltaba la claridad de juicio
que ya posea Rothenstein. Soames era cinco o seis
aos mayor que cualquiera de nosotros. Adems,
haba escrito un libro.Haber escrito un libro era algo portentoso.
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Si Rothenstein no hubiera estado presente, yo
habra reverenciado a Soames. Aun as, me infundarespeto. Y estuve a punto de reverenciarlo, en verdad,
cuando dijo que pronto publicara otro libro. Le
pregunt si poda saberse qu clase de obra era.
-Mis poemas -respondi.
Rothenstein le pregunt si se sera el ttulo dellibro. El poeta medit la sugerencia, pero al fin dijo que
pensaba no ponerle ttulo alguno.
-Si un libro vale por s mismo... -murmur,
moviendo el cigarrillo en semicrculo.
Rothenstein objet que la falta de ttulo podraperjudicar la venta.
-Si yo entro en una librera -explic- y digo
sencillamente: "Tienen ustedes?", o bien: "Tienen
un ejemplar de?" cmo sabrn lo que quiero?
-Oh, desde luego, har poner mi nombre en latapa -replic Soames seriamente-. Y me gusta ra -
aadi mirando con fijeza a Rothenstein-, me gustara
hacer dibujar mi retrato para la portada.
Rothenstein admiti que era una excelente
idea, y agreg que pensaba viajar al campo, dondepasara una temporada. Despus mir su reloj,
comprob, con una exclamacin, lo avanzado de la
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hora, pag la adicin y se march conmigo para cenar.
Soames permaneci en su puesto, fiel a la hechiceraglauca.
-Por qu se neg tan resueltamente a dibujar
su retrato?
-Retratarlo? A l? Cmo puedo retratar a
un hombre que no existe?-Es borroso -admit, pero mi mot justecay en
el vaco. Rothenstein repiti que Soames era
inexistente.
Sin embargo, Soames era autor de un libro. Le
pregunt a Rothenstein si haba ledo Negaciones.Admiti haberlo hojeado.
-Pero -aadi secamente-, yo no pretendo
entender nada deliteratura.
Reserva muy caracterstica de la poca. Los
pintores de entonces se negaban a admitir quealguien, fuera de su propia cofrada, tuviese el derecho
de opinar sobre la pintura. Esta ley (grabada en las
tablillas que trajo Whistler de la cumbre del Fujiyama)
impona ciertas limitaciones. Si otras artes distintas de
la pintura no eran completamente incomprensiblespara quienes no las practicaban, la ley se vena abajo;
la doctrina Monroe, por decirlo as, perda su validez.
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De ah que ningn pintor arriesgara una opinin sobre
un libro sin advertir, por lo menos, que su opinincareca de valor. Nadie es mejor juez literario que
Rothenstein; pero en aquella poca habra sido
imprudente recordrselo; y yo comprend que no poda
esperar su ayuda para formarme un juicio sobre
Negaciones.En aquellos das, no comprar un libro a cuyo
autor acababa de conocer personalmente, habra sido
para m un imposible renunciamiento. Cuando regres
a Oxford para los cursos de Navidad, me haba
procurado un ejemplar de Negaciones. Sola dejarlodespreocupadamente sobre la mesa de mi cuarto, y
cada vez que alguno de mis amigos lo levantaba para
preguntarme de qu trataba, le responda:
Oh, es un libro bastante notable. Lo ha
escrito un hombre a quien conozco.Pero nunca alcanc a explicar exactamente "de
qu trataba". Aquel delgado volumen verde no tena,
para m, ni pies ni cabeza. En el prefacio no hall clave
alguna para interpretar el exiguo laberinto del texto, y
en ese laberinto, nada que explicara el prefacio.
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"Inclnate hacia la vida. Inclnate, muy cerca...
ms cerca.
"La vida es tela, y en ella ni trama ni urdimbre
se encuentran, sino solamente la tela.
"Es por esto que soy Catlico en la iglesia y en
el pensamiento, pero dejo que el veloz Capricho teja lo
que la lanzadera del Capricho quiere."
stas eran las frases iniciales del prefacio, pero
las que seguan eran an ms difciles de entender. A
continuacin vena "Stark", un cuento sobre una
midinette que, segn alcanc a entender, habaasesinado o estaba por asesinar a un maniqu.
Pareca un cuento de Catulle Mends en que el
traductor hubiera salteado o eliminado una frase de
cada dos. Luego, un dilogo entre Pan y Santa rsula,
que en mi opinin careca de "chispa". Despus,algunos aforismos (titulados ).
En conjunto, a decir verdad, haba una gran
variedad de formas. Y esas formas haban sido
trabajadas con mucho cuidado. Era ms bien el
contenido lo que se me escapaba. Haba, enrealidad, me pregunt, algn contenido? Ahora s
pens: Supn que Enoch Soames sea un necio! Pero
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enseguida naci una hiptesis contraria: tal vez lo
fuese yo! Opt por darle a Soames el beneficio de laduda. Yo haba ledo L'Aprs-midi d'un faune sin
extraerle una pizca de significado. Y sin embargo
Mallarm -por supuesto- era un Maestro. Cmo saba
yo que Soames no era otro? Su prosa tena cierta
musicalidad, que sin duda no alcanzaba a deslumbrar,pero que tal vez, pens, tuviera la facultad de persistir
en la memoria y, acaso, un significado tan profundo
como la del mismo Mallarm. Por lo tanto, me resolv a
esperar sus poemas con nimo libre de prejuicios.
Y despus de encontrrmelo por segunda vez,los aguard con verdadera impaciencia. Esto sucedi
una tarde de enero. Al entrar en el saln de domin,
pas junto a una mesa ante la cual estaba sentado un
hombre plido, con un libro abierto. Alz la vista, y yo
lo mir por encima del hombro, con la vaga sensacinde que deba haberlo reconocido. Me volv para
saludarlo. Despus de cambiar unas palabras, dije
echando un vistazo al libro abierto:
-Veo que lo he interrumpido.
Y estaba por seguir mi camino, pero Soamesrespondi con su voz inexpresiva:
-Prefiero ser interrumpido.
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Me indic con un gesto que me sentara, y yo
obedec.Le pregunt si a menudo lea en ese lugar.
S. Esta clase de cosas las leo aqu -respondi,
sealando el ttulo del libro: Poemas de Shelley.
-Es algo que usted realmente...? -Iba a decir
"admira"? Pero cautelosamente dej la fraseinconclusa y enseguida me alegr, porque l dijo con
inusitado nfasis:
-Es algo de segunda categora.
Yo haba ledo poco de Shelley, pero murmur:
-Desde luego; es muy desigual.-Yo dira que lo malo es justamente su
igualdad. Una igualdad mortal, Por eso lo leo aqu. El
ruido de este lugar quiebra el ritmo. Aqu es tolerable.
Soames alz el libro y lo Hoje. Se ech a rer.
La risa de Soames era un sonido breve, aislado ydesprovisto de alegra que brotaba de la garganta sin
que su rostro se moviera o sus ojos se iluminarn.
-Qu poca! -exclam, dejando el libro sobre
la mesa-. Y qu pas! -aadi.
Le pregunt, con cierta nerviosidad, si en suopinin Keats no haba superado, ms o menos, las
limitaciones del tiempo y el espacio. Admiti que
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"haba algunos pasajes en Keats", pero no los
mencion. De "los viejos", como los llamaba, elnico que le gustaba era Milton. "Milton -dijo- no era
sentimental." Y adems: "Milton tena una oscura
visin interior". Y por fin:
-Siempre puedo leer a Milton en la sala de
lectura.-La sala de lectura?
-Del Museo Britnico. Voy todos los das. -
De veras? Yo slo estuve una vez. Me pareci un
lugar ms bien deprimente. Se me ocurri que... que
le resta vitalidad a uno.-As es. Por eso voy yo. Cuanto menor es la
propia vitalidad, tanto ms sensitivo se vuelve uno al
arte verdaderamente grande. Yo vivo cerca del
Museo. Alquilo un departamento en la calle Dyott.
-Y va a la sala de lectura para leer a Milton?-Casi siempre a Milton. -Me mir-. Fu Milton
-certific- quien me convirti al Diabolismo.
-Al Diabolismo? S? Realmente? -dije con
esa vaga incomodidad y ese intenso deseo de ser
corts que experimenta uno cuando un hombre lehabla de su propia religin-. Usted... adora al
Demonio?
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Soames mene la cabeza.
-No se trata de adoracin -calific, sorbiendosu ajenjo-, sino ms bien de confianza mutua.
-Ah, s... Pero yo cre entender por el prefacio
de Negacionesque usted era... catlico.
-Je t'tais cette poque. Quiz lo sea an. Si.,
soy un Diabolista Catlico.Hizo esta profesin de fe con tono casi
precipitado. Advert que lo que prevaleca en su
espritu era el hecho de que yo haba ledo
Negaciones. Sus ojos opacos haban brillado por
primera vez. Tuve la impresin de que iba a serexaminado, viva voce, sobre el tema en que me senta
ms flojo. Le pregunt apresuradamente cundo se
publicaran sus poemas.
-La semana prxima -me dijo.
-Y sin ttulo?-No, por fin encontr uno. Pero no se lo dir -
aadi, como si yo hubiera tenido la impertinencia de
preguntrselo-. An no s si me satisface del todo.
Pero es el mejor que he podido encontrar. En cierto
modo, sugiere la naturaleza de los poemas... Extraasvegetaciones, naturales y salvajes, y sin embargo
exquisitas y multicolores y llenas de ponzoa.
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Le pregunt qu pensaba de Baudelaire. Lanz
aquel bufido que era su risa, y dijo que "Baudelaire eraun bourgeois malgr lui". Francia slo tena un
poeta: Villon, "y dos tercios de Villon eran simple
periodismo". Verlaine era un "picier m algr lui".Con
cierta sorpresa comprob que, en conjunto, apreciaba
menos la literatura francesa que la inglesa. Haba"algunos pasajes" en Villiers de l'Isle Adam.
-Pero yo -resumi- no le debo nada a Francia.
Ya ver -predijo con un movimiento afirmativo de la
cabeza.
Pero, llegado el momento, no vi tal cosa. Pensque el autor de Fungoides deba bastante -
inconscientemente, desde luego- a los jvenes
decadentes de Pars, o a los jvenes ingleses que a su
vez deban algo a aqullos. An pienso lo mismo. El
librito -que compr en Oxford- est ante m en estemomento, mientras escribo. Su cubierta de bocac
gris plido y sus letras de plata no han sobrellevado
muy bien el paso del tiempo. Su contenido tampoco.
Lo he examinado nuevamente, con melanclico
inters. No es gran cosa. Cuando se public,abrigu la vaga sospecha de que lo fuera. Supongo
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que es mi fe en ella la que se ha debilitado, y no la
obra del pobre Soames...
TO A YOUNG WOMAN
Thou art, who hast not been!
Pale tunes irresoluteAnd traceries of old sounds
Blown from a rotted flute
Mingle with noise of cymbals rouged with rust
Nor not strange forms and epicene
Lie bleeding in the dust,Being wounded with wounds.
For this it is
That in thy counterpart
Of age-long mockeriesThou hast not been nor art!2
Me pareci que haba cierta contradiccin entre
la primera y la ltima lnea. Intent, con el ceo
fruncido, resolver esta discordancia. Pero no considermi fracaso como totalmente incompatible con un
significado en la mente de Soames. No indicara,
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ms bien, la profundidad del significado? En cuanto a
la tcnica, "enrojecidos por la herrumbre" me parecaun hallazgo, y las palabras "nor not" en lugar de "and"
eran extraamente felices. Me pregunt quin era la
joven, y qu haba sacado en limpio de todo eso. Me
asalta la
triste sospecha de que Soames no habra sidocapaz de encontrarle ms sentido que ella. Sin
embargo, an ahora, si no trata uno de comprender el
poema, y se conforma con atender al sonido, advierte
cierta gracia en el ritmo. Soames era un artista... en la
medida en que exista, pobre diablo!Cuando le Fungoides por primera vez, me
pareci, extraamente, que su veta diabolista era lo
mejor de Soames. El Diabolismo pareca una
influencia alegre y aun saludable dentro de su vida.
NOCTURNE
Round and round the shutter'd Square
I stroll'd with the Devil's arm in mine.
No sound but the scrape of his hoofs was thereAnd the ring of his laughter and mine.
We had drunk black wine.
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I scream'd: "I wi ll race you, Master!"
"What matter", lie shriek'd, "tonight
Which of us runs the faster?
There is nothing to fear tonight
In the foul moon's light!
Then I look'd him in the eyes,And I laugh'd full shrill at the lie he told And the
gnawing fear he would fain disguise.
It was true, what I'd time and again been told:
He was old - old.3
Aquella primera estrofa, pens, tena mucho
mpetu: un acento retozn y jovial de camaradera. La
segunda, quiz, era algo histrica. Pero la tercera me
gustaba: era tan vivamente heterodoxa, aun con
respecto a los dogmas de la extraa secta de Soames!Nada de "confianza mutua" en esas lneas! Soames,
triunfante, desenmascarando al Demonio como a un
mentiroso, y rindose "a gritos", era un personaje muy
alentador. Eso fu lo que pens entonces. Ahora, a la
luz de lo que sucedi ms tarde, ninguno de suspoemas me deprime tanto como el "Nocturno".
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Busqu los comentarios de los peridicos
metropolitanos. Se dividan en dos clases: los quedecan muy poco, y los que no decan nada. La
segunda era mucho ms numerosa, y los trminos en
que se expresaba la primera eran fros. A tal punto que
el mejor elogio que pudo presentar el editor de
Soames en sus anuncios publicitarios era ste:
Un acento de modernismo desde el
principio hasta el fin... Un ritmo gil.
Preston Telegraph.
Yo abrigaba la esperanza de poder felicitar al
poeta (cuando lo viese) por haber conmovido el
ambiente, pues se me ocurra que no estaba tan
seguro de su grandeza intrnseca como aparentaba.
Pero cuando en efecto nos encontramos, slo atin adecir con voz ronca: "Espero que Fungoidesse venda
muy bien". Me mir a travs de su vaso de ajenjo y me
pregunt si haba comprado un ejemplar. Segn su
editor, slo se haban vendido tres. Me re, como si
fuese una broma.-No creer que me importa, verdad? -dijo con
algo parecido a un gruido.
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Desestim la idea. Aadi que no era un
comerciante. Dije humildemente que yo tampoco, ymurmur que un artista que daba al mundo cosas
realmente nuevas y grandes, siempre deba esperar
mucho tiempo a que se le tributara el debido
reconocimiento. Contest que ese reconocimiento no
le importaba un sou. Y yo admit que el acto de lacreacin era su propia recompensa.
Si yo me hubiera considerado un Don Nadie,
su mal humor me habra alejado. Pero, ah! Acaso
John Lane y Aubrey Beardsley no me haban sugerido
que escribiera un ensayo para esa grande y nuevaempresa que estaba en marcha - The Yellow Book?
Y acaso Henry Harland, como jefe de redaccin, no
haba aceptado mi ensayo? Y no apareca en el
mismsimo primer nmero? En Oxford yo estaba
todava in statu pupillari. Pero en Londres meconsideraba con todo derecho un egresado, a quien
ningn Soames poda abochornar. En parte con fines
de ostentacin,
y en parte por pura buena voluntad, le dije a
Soames que deba colaborar en el Yellow Book. Desu garganta brot un sonido despreciativo destinado a
esa publicacin.
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Uno o dos das ms tarde, sin embargo, le
pregunt a Harland, para sondear el terreno, si sabaalgo de la obra de un tal Enoch Soames. Harland se
detuvo en mitad de su caracterstico paseo alrededor
de la habitacin, alz las manos al techo y gimi que a
menudo haba visto a "ese absurdo individuo" en
Pars, y que esa misma maana haba recibido de lalgunos poemas manuscritos.
-No tiene talento? -pregunt.
-Tiene una renta. No necesita nada.
Harland era el ms jovial de los hombres y el
ms generoso de los crticos, pero detestaba hablar dealgo que no lo entusiasmara. Por consiguiente,
abandon el tema. La noticia de que Soames po sea
una renta mitig mi preocupacin. Ms tarde supe que
era hijo de un fracasado y fallecido librero de Preston,
que haba heredado de una ta casada una renta anualde trescientas libras, y que no le quedaban parientes
en este mundo. Materialmente, pues, "no necesitaba
nada". Pero aun as, haba en l un "pathos" espiritual,
agudizado ahora a mis ojos por la posibilidad de que
aun el Preston Telegraphno le hubiese dedicado suselogios si el padre de Soames no hubiera sido un
vecino d Preston. Tena una especie de dbil
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obstinacin que yo no poda menos de admirar. Ni l ni
su obra reciban el menor estmulo; pero l insista encomportarse como un personaje, mantena siempre al
tope su deshilachada banderita. En cualquier lugar
donde se congregaran losjeunes froces de las artes,
en cualquier restaurante de Soho que acabaran de
descubrir, en cualquier music-hallque prefiriesen, ahestaba Soames entre ellos, o ms bien al borde: una
figura borrosa pero inevitable. Nunca trataba de
captarse la simpata de sus colegas escritores, jams
depona un pice de su arrogancia, cuando se trataba
de su propia obra, o de su desprecio, cuando setrataba de los dems. Con los pintores se mostraba
respetuoso, y aun humilde; mas para los poetas y
prosistas de The Yellow Book, y ms tarde del Savoy,
jams tuvo una palabra que no fuera de desdn. Su
presencia no molestaba a los dems. A nadie se lehabra ocurrido que l o su Diabolismo Catlico
tuvieran alguna importancia. Cuando en el otoo de
1896 public (esta vez por cuenta propia) su tercer
libro, su ltimo libro, nadie pronunci una palabra de
elogio o de censura. Yo tuve intencin de comprarlo,pero me olvid. No lo vi nunca, y me avergenza decir
que ni siquiera recuerdo cmo se titulaba. Sin
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embargo, cuando se public el libro, le dije a
Rothenstein que el pobre viejo Soames me pareca enrealidad una figura bastante trgica, y que la falta de
resonancia de su obra acabara realmente por matarlo.
Rothenstein se burl. Dijo que yo alardeaba de un
buen corazn que en verdad no posea; y quiz era
as. Pero unas semanas ms tarde, en la exposicinprivada del Nuevo Club Ingls de Arte, vi un retrato al
pastel de "Enoch Soames, Esq." Se le pareca mucho,
y el haberlo ejecutado era caracterstico de
Rothenstein. Soames estuvo parado toda la tarde
cerca del cuadro, con su sombrero hongo y su capaimpermeable. Cualquiera de sus conocidos habra
captado en el acto la semejanza del retrato. Pero
quien no lo conociera, nunca hubiese identificado el
modelo a partir de la imagen; sta "exista" mucho ms
que l; era inevitable. Adems, no tena esa expresinde vaga felicidad que ahora se adverta, s, en el rostro
de Soames. El hbito de la fama lo haba rozado. En el
transcurso de aquel mes fui dos veces ms al Club de
Arte, y en ambas oportunidades vi a Soames
exhibindose en persona. Pensndolo bien, creo quela clausura de aquella exposicin fu virtualmente el
fin de su carrera. Haba sentido en la mejilla el aliento
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de la fama... pero tan tarde y por tan poco tiempo.. . y
al no sentirlo ms, cedi, sucumbi, se derrumb. l,que nunca haba parecido fuerte o saludable, ahora
tena un aspecto espectral, era una sombra de la
sombra que antao haba sido. An frecuentaba la
sala de domin; pero, habiendo perdido el deseo de
provocar curiosidad, ya no lea libros en ella.-Ahora slo lee en el Museo? -le pregunt,
aparentando jovialidad.
Me contest que ya no iba all.
-No hay ajenjo en el Museo.
Era una de esas cosas que antao habradicho para llamar la atencin; ahora la deca
convencido. El ajenjo, que antes no fuera ms que un
factor de la "personalidad" que tan laboriosamente
trataba de construirse, se haba convertido en solaz y
necesidad. Ya no lo llamaba "la sorcire glauque".Haba renunciado a todas las expresiones en francs.
Se haba convertido en un hombre de Preston, sencillo
y sin barniz.
El fracaso, aun cuando sea un fracaso total,
sencillo y sin barniz, aun cuando sea un fracasomezquino, lleva siempre consigo cierta dignidad. Yo
rehua a Soames porque a su lado me senta vulgar.
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Por aquella poca John Lane haba publicado dos
libritos mos, que tuvieron un agradable xito decrtica. Yo era una "personalidad"... una personalidad
menor, pero bien definida. Frank Harris me haba
contratado para que "pataleara" en el Saturday
Review, Alfred Harmsworth me permita hacer lo
mismo en The Daily Mail. Yo era justamente lo queno era Soames. l proyectaba una sombra de
vergenza sobre mi triunfo. Si yo hubiera sabido que l
crea firme y verdaderamente en la grandeza de lo que
realizara como artista, quiz no habra evitado su
presencia. No se puede decir que ha fracasado porcompleto un hombre que no ha perdido su vanidad. La
dignidad de Soames era una ilusin ma. Un da de la
primera semana de junio de 1897 esa ilusin
desapareci. Pero en la noche de ese da tambin
desapareci Soames.Yo haba estado afuera la mayor parte de la
maana, y como se me hizo tarde para almorzar en
casa, fui al "Vingtime". Este pequeo local -cuyo
nombre completo era "Restaurant du Vingtime
Sicle"- haba sido descubierto por los escritores ypoetas en 1896, pero ms tarde fu abandonado, o
poco menos, en beneficio de algn hallazgo posterior.
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Creo que no subsisti lo bastante para justificar su
nombre; mas por ese entonces estaba an en GreekStreet, a pocos pasos de Soho Square, y casi enfrente
de esa casa donde en los primeros aos del siglo una
chiquilla, y junto con ella un muchacho llamado De
Quincey, pernoctaban hambrientos en la oscuridad,
entre el polvo y las ratas y viejos pergaminos legales.El "Vingtime" no era ms que un saloncito
blanqueado, que por un extremo daba a la calle y por
otro a la cocina. El propietario y cocinero era un
francs, a quien llambamos Monsieur Vingtime; las
camareras eran sus dos hijas, Rose y Berthe; y lacomida, en verdad, era buena. Las mesas eran tan
angostas y estaban tan juntas que caban en nmero
de doce, seis de cada pared.
Cuando entr, slo las dos ms prximas a la
puerta estaban ocupadas. Una, por un hombre alto,llamativo, ms bien mefistoflico, a quien yo sola ver
de tanto en tanto en el saln de domin y en otros
lugares. En la otra estaba Soames. En aquel soleado
recinto, formaban un extrao contraste: Soames,
demacrado, con aquel sombrero y aquella capa quejams le viera quitarse, y este otro, este hombre
intensamente vital, ante cuya presencia volva a
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preguntarme, con ms insistencia que nunca, si era un
mercader de diamantes, un ilusionista o el jefe de unaagencia de detectives privados. Estoy seguro de que
Soames no deseaba mi compaa; sin embargo, le
pregunt si poda acompaarlo -no hacerlo habra sido
una desconsideracin atroz- y me sent frente a l.
Fumaba un cigarrillo. Haba dejado el plato sin probary tena a su lado una botella semivaca de Sauterne.
Callaba con cierta obstinacin. Dije que Londres
estaba imposible, con los preparativos del jubileo (a
decir verdad, me gustaban). Manifest mi deseo de
marcharme inmediatamente, hasta que todo aquelloterminara. En vano trat de ponerme a tono con su
melancola. l no pareca orme ni verme. Pens que
su comportamiento me ridiculizaba a los ojos del otro
parroquiano. El pasillo entre las dos hileras de mesas
del "Vingtime" tena apenas dos pies de ancho (Rosey Berthe, al servir, se rozaban siempre, riendo en voz
baja), y cualquiera que estuviera sentado a la mesa
contigua comparta prcticamente la que uno ocupaba.
Pens que mi fracasada tentativa de interesar a
Soames diverta a mi vecino, y como no podaexplicarle que mi insistencia era simplemente un acto
de caridad, guard silencio. Poda verlo perfectamente
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sin necesidad de volver la cabeza. Abrigu la
esperanza de que mi aspecto fuese menos vulgar queel suyo, en contraste con el de Soames. Yo estaba
seguro de que no era ingls; pero, cul era realmente
su nacionalidad? Aunque tena el cabello (negro como
el azabache) cortado en brosse, no me pareci
francs. A Berthe, que lo atenda, le hablaba enfrancs con soltura, pero sin el acento y los
coloquialismos nativos. Supuse que era su primera
visita al "Vingtime", pero Berthe lo atenda sin
formalidades. l no le haba causado buena impresin.
Sus ojos eran atrayentes, pero -como las mesas del"Vingtime" demasiado angostos y juntos. Tena una
nariz de ave de rapia, y las guas del bigote, que se
prolongaban a ambos lados de las fosas nasales, le
estereotipaban la sonrisa. Decididamente, era
siniestro. Y el chaleco escarlata -tan fuera detemporada en el mes de junio-, que le cea
ajustadamente el pecho amplio, intensificaba la
sensacin de incomodidad que me produca su
presencia. Ese chaleco no slo era inadecuado por el
calor. Era, no s por qu, inadecuado en s mismo. Nose habra justificado en una maana de Navidad.
Habra sido una nota discordante la noche del estreno
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de Hernani. Yo estaba tratando de explicarme lo que
haba en l de incongruente, cuando Soames,repentino y extrao, quebr el silencio.
-Dentro de cien aos...! -murmur, como si
estuviera en trance.
-No estaremos aqu -repuse, pronta y
fatuamente.-Nosotros no estaremos. No -zumb-, pero el
Museo estar en el mismo lugar donde ahora est. Y
la sala de lectura, en el mismo lugar de ahora. Y la
gente ir a leer.
Aspir bruscamente el humo, y un espasmo deautntico dolor le deform el rostro.
Me pregunt qu encadenamiento de ideas
haba estado siguiendo el pobre Soames. Pero l no
aclar mis dudas cuando dijo, despus de una larga
pausa:-Usted cree que no me ha importado. -Que no
le ha importado qu, Soames? -El olvido. El fracaso.
-El fracaso? -dije calurosamente-. El
fracaso? -repet vagamente-. El olvido, s, quiz; pero
eso es algo completamente distinto. Desde luego,usted no ha sido... apreciado. Pero, qu importa?
Cualquier artista que... que da...
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Lo que yo quera decir era esto: "Cualquier
artista que da al mundo cosas nuevas y grandes,siempre debe esperar mucho tiempo a que se le
tribute el debido reconocimiento"; pero el halago se
negaba a salir: a la vista de aquella congoja, una
congoja tan genuina y desembozada, mis labios no
queran pronunciar las palabras.Y entonces... fu l quien las dijo por m. Me
sonroj.
-Eso es lo que usted iba a decir, verdad? -
pregunt.
-Cmo lo sabe?-Es lo que me dijo hace tres aos, cuando se
public Fungoides.
Me sonroj an ms Innecesariamente, porque
l prosigui:
-Es lo nico importante que le he odo decir. Ynunca lo he olvidado. Es cierto. Es una terrible verdad.
Pero... recuerda lo que yo le contest? Le dije: "El
reconocimiento no me importa un sou". Y usted me
crey. Usted ha seguido creyendo que estoy por
encima de todo eso. Usted es superficial. Qu puedesaber de los sentimientos de un hombre como yo?
Usted imagina que cuando un gran artista tiene fe en
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s mismo y en el veredicto de la posteridad, eso basta
para hacerlo feliz... Usted nunca ha adivinado laamargura y la soledad, el... -su voz se quebr; pero
luego prosigui con una fuerza que yo nunca le viera-:
La posteridad! De qu me sirve a m? Un muerto no
sabe que la gente visita su tumba, que acuden al lugar
donde naci, que le ponen placas conmemorativas,que descubren estatuas suyas. Un muerto no puede
leer los libros que se escriben sobre l. As que pasen
cien aos! Piense en eso! Si yo pudiera volver a la
vida entonces... unas pocas horas, si yo pudiese ir a
la sala de lectura y leer! O mejor an, si ahora, eneste momento, pudiera proyectarme a ese futuro, a
esa sala de lectura, nada ms que por esta tarde! A
cambio de eso me vendera en cuerpo y alma al
Demonio! Piense: pginas y ms pginas del catlogo:
"SOAMES, ENOCH", interminablemente... intermina-bles ediciones, comentarios, prolegmenos, biograf-
as... -Al llegar aqu lo interrumpi un brusco y
penetrante crujido de la silla colocada ante la mesa
contigua. Nuestro vecino Se haba levantado a medias
de su asiento. Se inclinaba hacia nosotros, tratando dedisculpar su intromisin.
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-Perdonen ustedes... permtanme -dijo
suavemente-. Me ha sido imposible no or. Puedotomarme esta libertad? En este pequeo restaurant
sans-faon -extendi las manos en amplio gesto-,
puedo, como suele decirse, meter las narices?
No me qued ms remedio que manifestar
nuestra conformidad. Berthe haba aparecido en lapuerta de la cocina, creyendo que el desconocido
quera la cuenta. Pero l la alej con un movimiento
del cigarro, y un instante despus se haba sentado
junto a m, frente a frente de Soames.
-Aunque no soy ingls -explic-, conozco aLondres muy bien, seor Soames. Su nombre y su
fama (y tambin los del seor Beerbohm) me son muy
conocidos. Ustedes Se preguntarn: quin soy yo? -
Mir rpidamente por encima del hombro, y aadi en
voz baja-: Soy el Diablo.No pude evitarlo: me re. Trat de no hacerlo;
saba que no haba motivo de risa, pues mi propia
descortesa me avergonzaba, pero me re cada vez
ms fuerte. La serena dignidad del Diablo, la sorpresa
y el fastidio de sus cejas enarcadas slo aumentaronmi hilaridad. Me re hasta desternillarme, y al final me
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apoy, dolorido, en el respaldo de la silla. Me
comport deplorablemente.-Soy un caballero -dijo l con intenso nfasis- y
crea estar en presencia de caballeros.
-Oh! -murmur, ya sin aliento-. Oh, por favor!
-Curioso, nicht war? -o que le deca a
Soames-. Hay cierta clase de personas para quienesla sola mencin de mi nombre es... oh, tan
terriblemente graciosa! En vuestros teatros, al ms
torpe comediante le basta decir: "El Diablo!" para
provocar enseguida "la risa altisonante que delata a
los espritus vacos". No es as?Yo haba recobrado el aliento, lo suficiente para
ofrecer mis excusas. l las acept, pero framente, y
volvi a dirigirse a Soames.
-Soy un hombre de negocios -dijo-, y siempre
me ha gustado ir derecho al grano, como dicen en losEstados Unidos. Usted es un poeta. Les affaires...
usted los detesta. Pero conmigo negociar, verdad?
Lo que acaba de decir me infunde furiosas
esperanzas.
Soames no se haba movido, salvo paraencender un nuevo cigarrillo. Estaba agazapado, con
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los codos sobre la mesa y la cabeza al ras de las
manos, mirando fijamente al Demonio.-Siga -dijo moviendo afirmativamente la
cabeza.
A m ya no me quedaban ganas de rer.
-Nuestro pequeo pacto -prosigui el Diablo-
ser tanto ms agradable cuanto que usted... si no meequivoco, es un diabolista.
-Un diabolista catlico -dijo Soames.
El Demonio acept de buena gana esta
reserva.
-Usted -prosigui- quiere visitar ahora, estatarde, la sala ele lectura del museo Britnico, verdad?
Pero tal como ser dentro de cien aos, eh?
Parfaitement. El tiempo... una ilusin. El pasado y el
futuro... estn siempre tan presentes como el
presente, o al menos, por decirlo as, a la vuelta de laesquina. Yo lo sintonizo con cualquier poca. Yo lo
proyecto... puf! Usted quiere hallarse en la sala de
lectura, tal como ser en la tarde del 3 de junio de
1997? Quiere encontrarse, de pie, en esa sala, ms
all de las puertas giratorias, en este mismo instante,eh? Y quedarse ah hasta que cierren? No es as?
Soames asinti.
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El Diablo mir su reloj.
-Las dos y diez -dijo-. La hora de clausura, enese entonces, ser la misma de ahora: las siete.
Tendr usted casi cinco horas. A las siete -puf! se
encontrar nuevamente aqu, sentado ante esta mesa.
Esta noche ceno dans le monde- dans le high life.
Con eso termina mi presente visita a vuestra granciudad. Vendr a buscarlo aqu, seor Soames, en el
camino de regreso a mi hogar.
-Su hogar? -repet.
-Aunque no sea tan humilde! -dijo
despreocupadamente el Demonio.-Est bien -dijo Soames.
-Soames! -supliqu. Pero a mi amigo no se le
movi un msculo.
El Diablo estiraba la mano a travs de la mesa
para tocar el antebrazo de Soames; pero interrumpiel ademn.
-Dentro de cien anos, como ahora -dijo
sonriendo-, no se permite fumar en la sala delectura,
Por lo tanto ser mejor que...
Soames se quit el cigarrillo de la boca y lodej caer en su vaso de Sauterne.
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-Soames! -exclam de nuevo-. Usted no
puede...Pero el Diablo ya haba estirado la mano a
travs de la mesa, y la dej caer lentamente... sobre el
mantel. La silla de Soames estaba vaca. Su cigarrillo
flotaba, hinchado, en el vino de la copa. No quedaban
ms rastros de l.Durante algunos instantes el Diablo dej
descansar la mano en el sitio donde la haba apoyado,
mirndome con el rabillo del ojo, vulgarmente triunfal.
Me asalt un escalofro. Me domin con
esfuerzo y me levant de la silla.-Muy ingenioso -dije, condescendiente-. Pero,
no cree usted que La Mquina del Tiempoes un
libro delicioso? Tan original!
-Usted se complace en el sarcasmo -dijo el
Diablo, que tambin se haba puesto de pie-, pero unacosa es escribir acerca de una mquina imposible, y
otra muy distinta ser una Potencia Sobre natural.
Sin embargo, comprend que se senta
ofendido. Berthe se acerc al or que nos
levantbamos. Le expliqu que haban llamado alseor Soames, pero que tanto l como yo cenaramos
all por la noche. Recin cuando sal al aire libre
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empec a sentirme mareado. Slo tengo un vagusimo
recuerdo de lo que hice, de los lugares por dondeambul bajo el sol ardiente de aquella tarde
interminable. Recuerdo el sonido de los martillos de
los carpinteros, a lo largo de Piccadilly, y el aspecto
desnudo y catico de los "stands" a medio construir.
Fu en Green Park o en Kensington Gardens, dndefu que me sent en una silla debajo de un rbol y
trat de leer un peridico vespertino? El artculo de
fondo traa una frase que sigui repitindose en mi
fatigado cerebro: "Son pocas las cosas que escapan
a esta augusta Seora, llena de la sabiduraatesorada en sesenta aos de Reinado". Recuerdo
haber concebido, en mi desesperacin, una carta
(que deba ser llevada a Windsor por mensajero
expreso, con orden de esperar la respuesta).
SEORA: Sabiendo perfectamente que Su
Majestad est llena de sabidura atesorada en
sesenta aos de Reinado, me atrevo a solicitar su
consejo en este delicado asunto. El seor Enoch
Soames, cuyos poemas quiz usted conozca...
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No haba manera alguna de ayudarlo, de
salvarlo? Un pacto era un pacto, y yo habra sido elltimo en ayudar o respaldar a alguien que tratara de
rehuir una obligacin razonable. No habra movido un
dedo para salvar a Fausto. Pero el pobre Soames!,
condenado a pagar sin tregua un precio eterno por
nada ms que una infructuosa bsqueda y unaamarga desilusin...
Me pareca extrao y siniestro que l,
Soames, en carne y hueso, con su capa
impermeable, estuviera en aquel momento viviendo
en la ltima dcada del siguiente siglo, escudriandolibros que an no se haban escrito, viendo y siendo
visto por hombres que an no haban nacido. Y an
ms siniestro y singular que esta noche y para
siempre estara en el infierno. S, sin duda la verdad
es ms extraa que la ficcin.Aquella tarde fu interminable. Casi dese
haber acompaado a Soames; no para permanecer en
la sala de lectura, desde luego, sino para salir a dar un
excitante paseo por un Londres desconocido. Me
alej, inquieto, del parque donde haba descansado.Intilmente trat de imaginar que yo era un ardiente
turista del siglo dieciocho. La tensin de los minutos
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lentos y vacos era intolerable. Mucho antes de las
siete regres al "Vingtime".Me sent a la misma mesa que haba ocupado
en el almuerzo. El aire entraba con indiferencia por la
puerta abierta a mi espalda. De tanto en tanto, Rose y
Berthe aparecan por un instante. Les haba dicho que
no pedira la cena hasta que no llegara el seorSoames. Empez a sonar un organillo, ahogando
abruptamente el vocero de unos franceses que
disputaban en la calle. Cada vez que terminaba una
cancin, se oa nuevamente la algaraba de la pelea.
En el camino yo haba comprado otro peridicovespertino. Lo abr. Pero mis ojos se apartaban
incesantemente de l, para consultar el reloj de pared
colocado sobre la puerta de la cocina...
Faltaban cinco minutos para la hora! Record
que en los restaurantes los relojes estn cinco minutosadelantados. Concentr mi mirada en el peridico.
Jur no volver a levantar los ojos. Alc el peridico y lo
desplegu en todo su ancho, pegndolo a mi rostro,
para no ver otra cosa... Temblaba acaso la hoja? Una
corriente de aire, me dije.Una gradual rigidez se apoderaba de mis
brazos. Me dolan. Pero no poda bajarlos... ahora. Me
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asalt una sospecha, me asalt una certeza. Y bien,
entonces qu?... Para qu otra cosa haba venido?Sin embargo, segu aferrndome enrgicamente a esa
barrera del peridico. Slo el ruido de los giles pasos
de Berthe, que vena de la cocina, me permiti, me
oblig a dejarlo caer y murmurar:
-Qu cenaremos, Soames?-II est souffrant, ce pauvre Monsieur
Soames?-pregunt Berthe.
-Slo est... cansado.
Le ped que trajera vino -Borgoa- y cualquier
comida que estuviese lista. Soames estaba agazapadosobre la mesa, exactamente en la misma posicin en
que lo viera por ltima vez. Como si no se hubiese
movido... l, que haba viajado tan inconcebiblemente
lejos. Una o dos veces, en el transcurso de la tarde, se
me haba ocurrido, por un instante, que tal vez su viajeno sera infructuoso, que acaso todos nos habamos
equivocado al juzgar la obra de Enoch Soames. Pero
de su aspecto se desprenda con atroz claridad que
estbamos atrozmente en lo cierto.
-No se desanime -balbuc-. Quiz usted no...no eligi un plazo suficiente. Tal vez dentro de dos o
tres siglos...
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-S -respondi su voz-. He pensado en eso.
-Y ahora... ocupmonos ahora del futuro msinmediato! Dnde piensa ocultarse? Qu le parece
si toma el expreso de Pars, en Charing Cross? Tiene
casi una hora. Pero no vaya a Pars. Qudese en
Calais. Radquese en Calais. Jams se le ocurrir ir a
buscarlo a Calais.-Es mi destino -dijo- pasar mis ltimas horas en
la tierra en compaa de un asno. -Pero yo no me sent
ofendido-. Y un asno traidor -aadi extraamente,
lanzando hacia m un arrugado trozo de papel que
tena en la mano. Ech un vistazo a lo que traaescrito... una especie de jerigonza, al parecer, y lo
apart con impaciencia.
-Vamos, Soames! Sernese! Esto no es slo
un asunto de vida o muerte. Recuerde, se trata de un
eterno tormento! Se quedar aqu, resignadamente,hasta que el Diablo venga a buscarlo?
-No puedo hacer otra cosa. No me queda otra
alternativa.
-Vamos! La "confianza mutua" llevada al
colmo! Su diabolismo ha perdido el seso! -Llen suvaso de vino-. Seguramente, ahora que usted ha visto
a esa bestia. . .
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-Es intil injuriarlo.
-Pero usted debe admitir, Soames, que notiene nada de miltoniano.
-No niego que sea algo distinto de lo que yo
esperaba.
-Es un hombre vulgar, un plebeyo, de esa clase
de individuos que despojan a las damas de sus joyasen los pasillos de los trenes que van a la Riviera.
Imagnese el eterno tormento presidido por l!
-No creer usted que lo espero con ansia,
verdad?
-Entonces, por qu no huye silenciosamente?Una y otra vez llen su vaso, que l vaciaba
mecnicamente. Pero el vino no encenda en su
interior la ms pequea chispa de iniciativa. No coma,
y yo apenas prob bocado. En el fondo de mi corazn,
yo no crea que la fuga pudiera salvarlo. Lapersecucin sera instantnea, la captura cierta. Pero
todo era preferible a esta espera pasiva, humilde,
miserable. Le dije a Soames que el honor de la raza
humana le exiga alguna manifestacin de resistencia.
Pregunt qu haba hecho la raza humana por l.
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-Adems -dijo-, no comprende que estoy en
su poder? Usted lo vio tocarme, verdad? Todo haterminado. No tengo voluntad. Estoy sellado.
Hice un gesto de desesperacin. l sigui
repitiendo la palabra sellado. Empec a comprender
que el vino le haba nublado el cerebro. No era
extrao! Sin alimentarse haba viajado al futuro, y anestaba sin comer. Lo inst a que probara por lo menos
un poco de pan. Era enloquecedor pensar que l, que
tena tanto que decir, quiz no dijera nada.
-Qu le pareci todo... ms all? -pregunt-.
Vamos! Cunteme sus aventuras.-Seran un excelente "argumento", verdad?
-Lo siento mucho por usted, Soames, y me
hago cargo de lo que le sucede; pero, qu derecho
tiene a insinuar que yo lo utilizara como "argumento"?
El pobre se llev las manos a la frente.-No s -dijo-. S que he tenido algn motivo...
Tratar de recordarlo.
-Perfecto. Trate de recordarlo todo. Coma un
poco ms de pan. Qu aspecto tena la sala de
lectura?-Ms o menos el de siempre -murmur por fin. -
Mucha gente?
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-Como de costumbre.
-Cmo eran?Soames trat de visualizarlos.
-Eran todos muy parecidos -record de pronto.
Mi espritu dio un salto atroz.
-Todos vestidos con mallas?
-S. Creo que s.-Una especie de uniforme? -l asinti-. Con
un nmero, quiz? Un nmero en un gran disco
metlico cosido a la manga izquierda? DKF 78.910,
por ejemplo? -Era as-. Y todos, hombres y mujeres,
parecan muy bien alimentados? Muy utpicos?Con un fuerte olor a cido fnico? Y todos
completamente calvos?
Mis previsiones resultaron exactas. El nico
punto acerca del cual Soames no estaba muy seguro
era si los hombres y las mujeres eran calvos o estabanrapados.
-No tuve tiempo para examinarlos muy
detenidamente -explic.
-No, desde luego. Pero...
-Ellos s que me miraban. Llam mucho laatencin. -Al fin haba llamado la atencin! Creo que
ms bien los atemoric. Me rehuan cuando me
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aproximaba. Los hombres que ocupaban el escritorio
circular en el centro de la sala parecan asaltados delpnico cada vez que me acercaba para hacer alguna
averiguacin.
-Qu hizo usted cuando lleg?
Desde luego, se haba encaminado directa-
mente al catlogo, a los volmenes marcados con laletra S, y se haba detenido largamente ante el SN-
SOF, incapaz de sacarlo del estante, porque su
corazn lata tan apresuradamente... Al principio, dijo,
no se sinti defraudado - pens, simplemente, que
estaba en uso un nuevo sistema de clasificacin. Sedirigi a la mesa central y pregunt dnde estaba el
catlogo de los libros del siglo veinte. Supo que an no
haba ms que un solo catlogo. Busc nuevamente
su nombre, contempl las tres tirillas engomadas que
haba conocido tan bien. Despus fu a sentarse, ylargo rato permaneci sentado...
-Y por fin -dijo con voz parecida al zumbido de
un abejorro- consult el Diccionario Biogrfico
Nacional y algunas enciclopedias... Regres a la
mesa central y pregunt cul era el mejor libromoderno sobre la literatura de fines del siglo
diecinueve. Me dijeron que el libro del seor T. K.
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Nupton era considerado el mejor. Lo busqu en el
catlogo, y llen el correspondiente formulario. Me lotrajeron. Mi nombre no estaba en el ndice, pero... S!
-dijo cambiando abruptamente de tono-. Eso es lo que
haba olvidado. Dnde est ese pedacito de papel?
Dmelo.
Yo tambin haba olvidado aquel jeroglfico. Loencontr cado en el suelo y se lo alcanc.
l lo alis, meneando la cabeza y mirndome
con una sonrisa desagradable.
-Ech un vistazo al libro de Nupton -prosigui-.
No es fcil de leer. Usan una especie de escriturafontica. Todos los libros modernos que vi eran
fonticos.
-Entonces no quiero saber ms nada, Soames,
por favor.
-En cambio, todos los nombres propiosparecan escritos a la antigua. De lo contrario, quiz no
habra advertido el mo.
-Su propio nombre? De veras? Oh,
Soames, cunto me alegro!
-Y el suyo. -No!
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-Pens que esta noche usted me esperara
aqu. Por eso me tom la molestia de copiar el pasaje.Lalo.
Le arranqu el papel de las manos. La escritura
de Soames era caractersticamente borrosa. Debido a
esto, a mi emocin y a la ruidosa ortografa, tard ms
en comprender lo que quera decir T. K. Nupton.El documento se halla ante mis ojos en este
momento. Es extrao que las palabras que copio para
ustedes el pobre Soames las haya copiado para m
dentro de setenta y ocho aos...
De la pgina 234 de Literatura inglesa 1890-1900, por T. K. Nupton, publicacin del Estado, 1992.
"Por ejemplo, un escritor de la poca, llamado
Max Beerbohm, que an viva en el siglo veinte,
escribi un cuento en el que retrat a un personaje
imaginario llamado "Enoch Soames", un poeta detercera categora, que se cree un gran genio y hace un
pacto con el Diablo para saber qu pensara de l la
posteridad. Es una stira algo artificiosa, pero no
carente de valor, en cuanto demuestra hasta qu
punto se tomaban en serio los jvenes de mil-ocho-noventa. Ahora que la profesin literaria ha sido
organizada como un departamento de servicios
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pblicos, los escritores han encontrado su verdadero
nivel y han aprendido a cumplir su deber sin pensar enel maana. 'El obrero gana su salario', y eso es todo.
Felizmente, los Enoch Soames no existen hoy entre
nosotros." 4
Advert que pronunciando las palabras en alta
voz (recurso que recomiendo a mis lectores)alcanzaba a comprenderlas, poco a poco. Cuanto ms
inteligibles se volvan, tanto ms crecan mi
azoramiento, mi congoja y mi horror. Era una
pesadilla. Por un lado, a lo lejos, el vasto y siniestro
panorama de lo que aguardaba a las infortunadasletras; por el otro, aqu, sentado a la mesa, mirndome
con una mirada que pareca quemarme, el pobre
hombre a quien, a quien evidentemente... pero no: por
mucho que se envileciera mi carcter en los aos
venideros, yo jams sera tan bestia como para...Examin nuevamente el manuscrito.
"Imaginario"... pero all estaba Soames, y no era ms
imaginario -ay!- que yo. Y "labud"... qu diablos era
eso? (Hasta el da de hoy no he descifrado esa
palabra.)-Todo esto es muy... desconcertante -balbuc
por fin.
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Soames nada dijo; pero, cruelmente, no dej
de mirarme.-Est usted seguro -contemporic-, completa-
mente seguro de que copi bien el prrafo?
-Completamente.
-Bueno, entonces es este maldito Nupton que
debe de haber cometido -que cometer- un estpidoerror... Esccheme, Soames! Usted me conoce
demasiado para suponer que yo... Al fin y al cabo, el
nombre "Max Beerbohm" no es tan raro, y
seguramente habr varios Enoch Soames por ah... o,
ms bien, "Enoch Soames es un nombre que podraocurrrsele a cualquiera que escribiese un cuento.
Adems, yo no escribo cuentos: soy un ensayista, un
observador, un cronista... Admito que es una
coincidencia extraordinaria. Pero usted debe
comprender...-Lo comprendo todo -dijo Soames quedamente.
Y aadi, en un resabio de sus viejas actitudes, pero
con una dignidad que yo nunca le haba conocido-:
Parlons d' autre chose.
Acept de prisa esta sugestin. Y volvdirectamente al futuro inmediato. Pas la mayor parte
de aquella larga tarde en renovadas splicas a
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Soames para que huyese y se refugiara en cualquier
parte. Recuerdo haberle dicho, por ltimo, que si enverdad yo estaba llamado a escribir sobre l, aquel
presunto "cuento" podra, por lo menos, tener un
eplogo feliz. Soames repiti esas tres palabras finales
con expresin de intenso desprecio.
-En la Vida y en el Arte -dijo-, lo nico queimporta es un eplogo inevitable.
-Pero -insist, fingiendo mayores esperanzas de
las que en realidad abrigaba- un final que puede
rehuirse, no es inevitable.
-Usted no es un artista -dijo con voz spera-. Ysu incapacidad artstica es tan irremediable que, no
pudiendo imaginar algo y darle realidad, lograr que
una cosa verdadera parezca inventada. Es un
miserable chapucero. Maldita suerte la ma!
Protest que el miserable chapucero no era yo-no iba a ser yo- sino T. K. Nupton, y sostuvimos una
discusin bastante acalorada. En lo mejor de ella, me
pareci de pronto que Soames admita su error: lo vi
fsicamente anonadado. Pero me pregunt por qu -y
lo adivin enseguida, con un escalofro-, por qumiraba de esa manera algo que estaba a mi espalda.
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El portador de aquel "final inevitable" llenaba el vano
de la puerta.Logr girar en mi asiento y decir, con cierta
despreocupacin:
-Ah, adelante?
En verdad, su absurdo aspecto de villano de
melodrama apaciguaba en algo mi temor. El lustre desu sombrero ladeado y su pechera, la forma en que se
retorca el bigote, y en particular la magnificencia de su
sonrisa, todo pareca atestiguar que slo estaba all
para ser burlado.
De una zancada lleg a nuestra mesa-Lamento -dijo con feroz irona- interrumpir esta
pequea reunin ...
-No la interrumpe, la completa -le asegur-. El
seor Soames y yo deseamos conversar con usted.
Quiere sentarse? El seor Soames no ha obtenidonada, absolutamente nada, con su viaje de esta tarde.
No pretendemos insinuar que todo este negocio no ha
sido ms que una estafa... una vulgar estafa. Por el
contrario, creemos que usted ha procedido de buena
fe. Pero, desde luego, en tales circunstan-cias, elpacto queda rescindido.
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El Diablo no contest v erbalmente. Se limit a
mirar a Soames y sealarle la puerta con el ndicergido. Soames se levantaba penosamente de la silla
cuando yo, en un rpido y desesperado ademn, me
apoder de dos cuchillos que descansaban sobre la
mesa y puse las hojas en cruz.
El Diablo retrocedi abruptamente contra lamesa que tena a su espalda, desviando el rostro y
estremecindose.
-Usted no es supersticioso! -dijo con voz
sibilante.
-Yo no -repuse sonriendo.-Soames! -orden, como si hablara con un
lacayo, pero sin volver el rostro-. Enderece esos
cuchillos!
-El seor Soames -dije enfticamente, al
tiempo que intentaba refrenar a mi amigo con un gestoimperativo- es un diabolista catdico.
Pero mi pobre amigo cumpli el mandato del
Diablo y no el mo; y cuando los ojos del maestro
volvieron a clavarse en l, se levant y sali
arrastrando los pies. Trat de hablar. Pero fu l quienhabl.
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-Haga lo posible -fue la plegaria que me dirigi
en el preciso instante en que el Diablo lo sacababruscamente por la puerta-, haga lo posible por
hacerles saber que yo he existido.
Un segundo despus sal yo tambin. Me
qued mirando a todos lados, a derecha, a izquierda,
adelante. Vi la luz de la luna, vi la luz de los faroles,pero Soames y el otro haban desaparecido.
Aturdido, me qued all. Aturdido, volv por fin
al reducido local: y supongo que pagu a Rose y
Berthe mi cena y mi almuerzo, y tambin los de
Soames; espero que as haya sido, porque nunca volval "Vingtime". Desde aquella noche no me he
acercado a Greek Street. Y pasaron muchos aos
antes de que volviera a poner el pie en Soho Square,
porque fu all, esa misma noche, donde ambul horas
y horas con esa vaga sensacin de esperanza queincita a un hombre a no alejarse del lugar donde ha
perdido algo... "En torno a la plaza de cerrados
postigos anduve y anduve..." Aquella lnea me volva
a la memoria, en mi solitaria ronda, y junto con ella
toda la estrofa, repicando en mi cerebro y hacindomever cun trgicamente distinto de lo imaginado por l
haba sido el encuentro del poeta con ese prncipe de
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quien, ms que de todos los prncipes, debemos
desconfiar.Sin embargo -es extrao cmo ambula y
divaga la mente de un ensayista, por conmovida que
est-, recuerdo haberme detenido ante un amplio
portal preguntndome si acaso era el mismo en que el
joven de Quincey yaca enfermo y dbil mientras lapobre Ann corra a todo lo que daban sus piernas en
direccin a Oxford Street, esa "madrastra de corazn
de piedra", y regresaba con el "vaso de oporto y
especias" sin el cual, segn l, quiz habra muerto.
Era ste el mismo portal que de Quincey sola visitaren su ancianidad a manera de homenaje? Medit
sobre el destino de Ann y la causa de su repentina
desaparicin de la guarida de su amigo; y luego me
reproch amargamente por dejar que el pasado
desplazara al presente. Pobre Soames, desaparecido!Y tambin empec a sentirme preocupado por
m mismo. Qu deba hacer?
Se producira acaso un gran escndalo? "La
Misteriosa Desaparicin de un Escritor", etc.? Haba
sido visto, por ltima vez, almorzando y cenando en micompaa. No sera mejor que yo tomara un coche y
fuera inmediatamente a Scotland Yard? Me creeran
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un luntico. Al fin y al cabo, dije para tranquilizarme,
Londres es una ciudad muy grande, y un solo serhumano, muy oscuro por aadidura, puede fcilmente
desaparecer sin que nadie lo advierta... especialmente
ahora, en el deslumbramiento del prximo jubileo. Lo
mejor, pens, era no decir nada.
Y estaba en lo cierto. La desaparicin deSoames no produjo el menor ruido. Fu olvidado por
completo antes que nadie -que yo sepa- observara
que ya no se lo vea. Quiz de tanto en tanto, algn
poeta, algn prosista, haya preguntado a otro: Qu
ha sido de ese hombre Soames?, pero yo no o jamsesa pregunta. Cabe suponer que el procurador que le
entregaba su renta anual realizara averiguaciones,
pero no trascendi ningn eco de las mismas. Haba
algo atroz, para m, en ese desconocimiento general
del hecho de que Soames haba existido, y ms deuna vez me sorprend preguntnd