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I. De nombres y raíces exegéticas y folclóricas de una cervantística amena en Maurice Molho ERIC BEAUMATIN GERLHis, Université de la Sorbonne-Nouvelle URA 1°36 du CNRS PROHEMIO, Université d'Orléans Todo eso puede ser -replicó Mauricio- porque la fuerza de los hechizos, de los maléficos y encantadores, que los hay, nos hace ver una cosa por otra; y quede desde aquí asentado que no hay gente alguna que mude en otra Su primer naturaleza. (MIGUEL DE CERVANTES: Trabajos de Persi- les y Sigismunda, 1, 18). EL SUPUESTO: UN AUTOR ES UN TIGRE DE PAPEL I.I. A quienes alguna vez llegaron a presenciar el semi- nario de los jueves en la «Rue Triste» 1 les será grato recordar 1 Antonímico eufemismo provisional con el que, a partir de cierta fecha y por ciertos motivos que no vienen al caso, se rebautizó de Jacto entre los contertulios de Maurice Molho -a explícita propuesta suya- la inmen

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I.

De nombres y supu~stos: raíces exegéticas y folclóricas de una cervantística amena

en Maurice Molho

ERIC BEAUMATIN

GERLHis, Université de la Sorbonne-Nouvelle URA 1°36 du CNRS

PROHEMIO, Université d'Orléans

Todo eso puede ser -replicó Mauricio­porque la fuerza de los hechizos, de los maléficos y encantadores, que los hay, nos hace ver una cosa por otra; y quede desde aquí asentado que no hay gente alguna que mude en otra Su primer naturaleza.

(MIGUEL DE CERVANTES: Trabajos de Persi­les y Sigismunda, 1, 18).

EL SUPUESTO: UN AUTOR ES UN TIGRE DE PAPEL

I.I. A quienes alguna vez llegaron a presenciar el semi­nario de los jueves en la «Rue Triste» 1 les será grato recordar

1 Antonímico eufemismo provisional con el que, a partir de cierta fecha y por ciertos motivos que no vienen al caso, se rebautizó de Jacto entre los contertulios de Maurice Molho -a explícita propuesta suya- la inmen

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aquellas muy amenas -y no menos locas- sesiones dedicadas al análisis textual, reinando entonces Maurice Molho sobre una población a veces restringida aunque por lo general fiel y firmemente adicta a lo que el hispanismo francés de enton­ces seguía considerando con algo de recelo: el tratamiento decididamente formalista de la literatura.

Ha de quedar claro, sin embargo, que la alta toxicidad del veneno que allí se inoculaba a los representantes de gene­raciones más o menos jóvenes 2 no se debía por entero a las idiosincrásicas creaciones mentales del maestro. Resulta, más que nada, que entre el gremio ya es mentado -y por unos motivos socio-epistemológicos de difícil valoración por ahora- aún quedaban sin cundir de verdad algunas revolu­ciones del pensamiento que en el seno de otras especialidades habían sembrado, cosechado, prosperado e incluso ya raya­ban en su ocaso: quiero hablar del giro estructuralista que imprimió el modelo lingüístico en el análisis de textos 3 y, por otra parte, del psicoanálisis 4. Bien mirado, y simplificando a ultranza el asunto, Maurice Molho representaba sencilla­mente, desde el escenario de su relativo aislamiento, un papel de vanguardia, o sea, el de introductor de cierta modernidad de lo más trivial en nuestra «disciplina». De hecho, a nivel mundano como teórico, Lacan ya había proporcionado y

cionable Rue Gay-Lussac, en la que se encuentra el Instituto de Estudios Hispánicos de la Sorbona.

2 La empresa de destilación clandestina en realidad había comenzado en fechas más tempranas: ya durante su primer magisterio parisino -con prccarisimo estatuto-, luego en Burdeos antes de que le echasen, en Limo­ges y en la Escuela Normal Superior de Fontenay-aux-Roses, mucho antes de que Molho ascendiera a catedrático en París. El segundo período parisi­no, empero, permite estudiar mejor la evolución de su reflexión y posturas teóricas, desde la innegable madurez que demostraba al final de los años setenta, hasta los primeros años noventa, cuando empezó a seguir unos derroteros aparentemente paradójicos, como luego veremos.

3 y en la antropología: si bien llegó a asegurar que de esa agua jamás probara, no cabe duda de que el Molho de Raíces jolklór;cas (Madrid, Gredos, '976) también bebió de la misma fuente, aquella en la que por obra de mila­gro se convierten los mitos en textos.

4 Debe puntualizarse, en honor a la verdad, que la otra revolución, o sea, la del materialismo histórico, sí había cuajado con más facilidad y ante· rioridad entre los hispanistas. Pero el marxismo algo su; generis reivindicado por Maurice Molho difícilmente encontraba interlocutor alguno en el plano político (véase también infra, n.º 7).

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puesto a prueba las bases de un sincretismo operativo psico­analítico-estructuralista en el que, mediante una relectura de Freud, la vuelta declarada al significante -¡.c. a la infinita dis­ponibilidad del significante- se daba, a modo de desafio, como itinerario oblicuo de lo que podría llamarse «deseo de sujeto» en cualquier palimpsesto meta textual. Parte de lo provocador e iconoclasta de las pugnas de Maurice Molho, pues, no se debía sino al hecho de auto-instituirse él mismo como heraldo, vector y catalizador de un discurso nuevo, de un trauma cultural, de una crisis ya casi superada en otros ámbitos -sólo que a los hispanistas nos pillaba más despreve­nidos (más atrasados) que a los demás.

Otros aspectos más originales de la peculiar lectura del discurso literario a la que nos convidaba cada semana, habría que relacionarlos más estrechamente con los datos de una trayectoria espistémica muy personal. Como lingüista que era j, tenía clarísima la necesidad estratégica de ampliar al entero campo de la literatura el imperio de las enseñanzas recibidas y teorías elaboradas por él en lo tocante al lenguaje, esto es, sustancialmente, a la materia de la literatura: de hecho, el ser alumno de Gustave Guillaume 6 le valió pro­fundizar mucho más todavía en una reflexión de marcado sello «idealista» sobre el lugar del significante en el sistema 7

1 En ABe no dudaron en llamar perifrásticamente "El lingüista judío de la Universidad de Francia» [sic} al «hombrecillo de pobladas cejas» (IZ.II.1990).

6 En la última época del seminario de Guillaume en l' Eeole Pratique des Hautes Etudes (1911-1960). Puede afirmarse que en este criadero fue donde, en gran parte, se originaron los planteamientos fundamentales y las primeras redes de sociabilidad de la escuela francesa de lingüística hispánica.

7 «Idealista» se da aquí, a modo de simplificación, como calificativo general de toda lingüística más o menos lejanamente arraigada en el pensa­miento humboldtiano, por decirlo de alguna manera. Desde luego, la noción saussureana de «significante», aproximadamente asumida bajo la voz «signo» en Guillaume, se enriqueció notablemente en Molho y sus alumnos al colisionar con la elaborada por Lacan: en esta vacilante redistribución ter­minológica y conceptual está en juego la toma en cuenta de lo que podría lla­marse la «materialidad del signo» (o del «significante»). Lo cual, a ojos de Molho y entre otras implicaciones teóricas, conllevaba un desplazamiento de la oposición trivial «idealista I'J materialista» hasta el punto de neutrali­zarse por no pertinente en ciertas condiciones, aunque no puede descartarse por completo en él cierto fetichismo léxico hacia la voz «materialista» y afi­nes. Sin embargo, una de las específicas condiciones de formación de la

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y sus manifestaciones discursivas. Como hispanista 8 for­mado en un primer momento dentro de unos círculos filo­lógicos poco amigos de ignorar lo literario y lo histórico 9,

o más sencillamente como amante y conocedor ecléctico de todas las literaturas JO, y finalmente, en cuanto co-fundador de hecho de una sub disciplina lingüística a la que no podía imponer dentro del hispanismo sin ofrecer todas las garan­tías de su capacidad como catedrático «mu]tiuso», nunca abandonó el terreno de la literatura ".

De ahí que tuviera derecho a un doble reconocimiento académico, de parte de dos mundos poco compenetrados: el de los lingüistas y el de los auristas. De ahí que dicho recono­cimiento no estuviera exento de cautela en ambos casos, con­forme crecía, arrasadora, la ciega demanda de especialización

lingüística hispánica en Francia radica en que se mantuvo casi siempre aleja­da, por lo menos a nivel explícito, del encuentro y debate entre comunismo y generativismo, tan característico y determinante para los especialistas de francés e inglés. Véase Michel LAUNAY, «Gustave Guillaume: la ¡oi et le symptóme» (in AAVV., La Lingllistiqlle jantastique. París, Joseph Clims -Denoe!, '985, pp. 324-338).

8 MICHEL LAUNAY ya señaló esta suerte de esquizofrenia diagnosti­cable en los lingüistas hispanistas franceses, característicamente desgarrados entre dos universos de pertenencia: el de las ciencias del lenguaje, defInido por su método y objeto, y un supuesto «hispanismo» metodológicamente heterogéneo en cuanto «defInido» por un área de civilización (<<La linguisti­que», in AAVV., XX Con gres de la Société des Hispanistes Fran(ais de l'Enseig­nement Supériellr: La recherche en France (I')62-II).f4). Espagne et Amériqlle latine. París, S.H.F., 198 j, p. 34 Y s.).

9 Lapesa y, en menor grado (o más indirectamente), Pidal. También es de notar el influjo considerable en él de la lectura de Spitzer, y la profun­da impresión que parecia haberle dejado cierta conferencia abiertamente francófIla de Vossler en el Ateneo de Barcelona en plena guerra mundial (¿1943 ?), a la que obsesivamente se refería, aunque apenas alcanzaba a recor­dar sobre qué versaba concretamente.

10 Su primer OPIlS monográfico fue, en colaboración con Blanca Gon­zález, un preciosísimo volumen dedicado a John Donne y demás poetas «metafIsicos» ingleses en la preciosa colección Adonais (Barcelona, '948. Hay otra edición, más reciente: MAURICE y BLANCA MOLHO, Poetas ingleses metafísicos del S. XVII. Texto originaly versión castellana. Barcelona, Barral edi­tores, 1970 [«Libros de enlace», 23], 187 p.).

11 No así el otro cofundador de la subdisciplina (Bernard Pottier), quien buscó y consiguió ser reconocido (como lingüista especializado en lenguas castellana y amerindias) en el espacio de la lingüística general.

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exclusiva y puntiaguda en los mercados universitarios. De ahí cierto desgarramiento; de ahí también la pertinaz coherencia -pocas veces subrayada hasta la fecha- de una búsqueda, aten­ta tanto a la condición lingüística del producto literario como al constante criterio de falsificabilidad literaria que constituía e! punto de fuga de toda reflexión metalingwstica.

1.2. Tratándose del Quijote, sin ir más lejos, aplicar con máximo escrúpulo los planteamientos doctrinales ligados a la primacía del significante y todas sus exigentes consecuen­cias teóricas -condición sine qua non de su óptima explota­ción-, le supuso arriesgarse hasta las más peligrosas lindes de la obliteración del sujeto.

Una de las manifestaciones exacerbadas de tan radical proyecto podría glosarse con ayuda de las propias palabras de la «Justificación» de este primer convivio, tal y como se nos comunicó en su hora: al tiempo que resultaría dificil afir­mar que «poco o nada» sabía Maurice Molho de «los intrín­gulis sociales del entorno en que fue escrita la obra de nues­tro héroe», insistía él en la urgente necesidad metodológica de mantenerse sin reserva alguna en una sana y «voluntaria ignorancia» de ellos. Esta obstinada postura apuntaba en principio a favorecer un más nítido enfoque de las estructu­ras textuales de un discurso reducido a su más estricta letra, librándolo de lo que en términos de teoría de la comunica­ción suele llamarse un ruido, en este caso el referente supues­tamente «histórico» (No me compete, desde luego, zanjar aquí la cuestión de! carácter intrínsecamente delirante o no de esta vertiente de las rígidas hipótesis que propugnó Mau­rice Molho, sino exponer las objetivas proliferaciones semi­controladas en las que posiblemente se originaron, o a las que con toda certeza dieron lugar, a la par de unos beneficios científicos cuya trascendencia aún queda sin medir del todo. Por lo demás, me remito a quien incumba).

El caso es que el dogma suponía, entre otros apartados y corolarios, poner en inapelable entredicho todo el conjunto de datos que hubieran podido pretender arraigar histórica­mente a cualquier individuo concreto como autor delQuijote en alguna personalidad o época. El comprensible rechazo de cuantas anécdotas, tan factuales como dudosas, amenazaran con pervertir la pureza del estudio de la obra en sí, desembo-

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caba con toda naturalidad en un ostracismo antibiográfico generalizado e intransigente cuya expresión más vistosa -muchos lo recordarán- era el riguroso tabú lingüístico que afectaba a la mismísima secuencia antroponímica a la que nos pensábamos todos legítimamente autorizados a recurrir para designar al supuesto autor de dicho Quijote. Siendo el nom­bre propio la vía más económica -pero también la más inge­nua y contraproducente- para asir a la incuestionada existen­cia de un ser, cabía prohibir, sin demora ni miramientos, el uso de aquel insoportable postulado implícito de realidad nominalista a fin de alejar de una vez por todas los lamenta­bles parásitos de la historia.

Vetado, pues, cual tremenda palabrota, el nombre inmentable de quien sabemos -o creíamos saber-, la innega­ble utilidad práctica de un signo lingüístico capaz de aludir de vez en cuando al supuesto autor del Quijote -aunque sólo se autorizara de modo excepcionalmente derogatorio- obli­gaba a echar mano de algún sustituto eufemístico debida­mente convencional y motivado a la vez. Ese eufemisIllo era -y sigue siendo entre quienes no se han olvidado por com­pleto de la lengua paterna- El Supuesto, muy pertinente apodo obtenido mediante truncación de una perífrasis meta­textual de la que ya he podido valerme en dos ocasiones.

Lo que con semejante denominativo se declaraba era -repito- el rechazo de cualquier referencia a una autoría subjetiva históricamente encarnable y circunstanciable, a la que se hubiera podido describir en términos triviales de intenciones discursivas, cripta biográficas u otras malsonan­cias y groserías de esta índole. Pero es más: también con ello se rehusaba terminantemente tomar partido acerca de la misma realidad histórica, del lugar de ésta en la literatura, del lugar de la literatura en ella, y finalmente de la existencia siquiera de una realidad histórica. Lo cual, es de reconocer en el caso concreto del Quijote, conllevaba no pocas ventajas decisivas si consideramos las específicas oscuridades histó­ricas que desde siempre suelen ostaculizar las investigacio­nes de corte positivista acerca de un tal individuo llamado Miguel de Cervantes y súbdito español, nacido unos 450 años ha, en relación con un texto que ostenta el título hoy día corrientemente abreviado a eponímica semejanza de su héroe, o sea, elQuijote. Porque de paso conseguía ahuyentar

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a Avellaneda y consortes u otros pretendientes que voletea­ban obstinados cual enfadoso enjambre de moscas en torno de una supuesta y hedionda quastio de autoría, para arrinco­narlos en algún cuchitril de la anecdótica nimiedad, y redu­cirlos a la estricta modalidad textual de una existencia de papel, a título de meros significantes objetivamente presen­tes en el texto entre otros varios (Cervantes, por ejemplo, y demás Benengelíes). En cambio, eso sí, con esta renuncia se cerraba una era y se inauguraba otra, de lectura abierta y método controlado, de creatividad y rigor. Que todo se paga y todo tiene su precio.

2. UN SUPUESTO: EL AUTOR ES UN CIERVO DE PAPEL

2.1. Después de darle con terca constancia varias vuel­tas al Quijote sin dejar de seguir durante lustros los mismos prolíficos caminos antes esbozados, produciendo e inducien­do cantidad de resultados y avances que hoy día conocemos, se puede observar como, allá por los primeros años noventa, publica Maurice Molho dos textículos algo sorprendentes a primera vista, tanto por los títulos como por el contenido: «El nombre tachado» 12 y «Cervantes: son nom» 13.

En el primero (editado en tirada limitada como muestra de agradecimiento a la cofradía de supuestos autores de los Mélanges Maurice Molho en fechas próximas a su jubilación) echaba Molho una ojeada retrospectiva sobre su propio iti­nerario crítico a escala de veinte años, recalcando en que, a propósito de la introducción que entonces había escrito al Casamiento engañosoy Coloquio de ¡os perros,

[ ... ] había llevado a cabo el análisis del texto sin citar una sola vez el nombre de Cervantes, si no es entre los de algunos íngenios que habían frecuentado en sus moceda­des la Academia sevillana de Juan de Mal Lara. Por lo demás, de Cervantes no se hablaba para nada, por lo que el libro permanecía libre de construirsejdescontruirse

u Limoges, Faculté des Lettres et des Sciences Humaines, 1989, [ií] + 9 + [iíi] pp., 240 ejs. numerados (I-CXX y 1-120).

I3 En AAVV., Hommage ¡¡ Pitrre ViJar: París, Associatíon Fram;aise des Catalanistes, 1992, pp. 93-98.

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independientemente de una supuesta autoría contextual inexistente o por lo menos impenetrable 14.

Y, convocando a Foucault, recordaba sintéticamente la definición de «autor» que éste diera en su famosa conferencia de 1969: «instancia nocional necesaria para resolver las con­tradicciones inscritas en la obra» 15, para concluir así:

De donde se sigue que basta tachar el nombre para dejar que se desarrollen todas las contradicciones internas y las tensiones recíprocamente negativas que confieren a la obra su específica potencia 16.

Hasta aquí, en apariencia, la sencilla reiteración y siste­matización a posteriori de un proceso y método asumidos desde casi siempre, si no fuera por la ostensible especularidad auto-metacrítica de la postura que, narcisismo aparte y como es bien sabido, señala el primer paso hacia una eventual pues­ta en tela de juicio de la propia actitud. En realidad, renglón seguido o casi, ya afloraba un planteamiento adventicio de naturaleza claramente proyectiva:

Ignoraba yo entonces que no hacía sino reproducír una de las estructuras observables en el Don Quijote de 1605, en que sólo se mencíona el nombre de Cervantes (en el cuerpo de la narración, claro está) como el autor de la Galatea, libro que figura en la librería de don Quijote (1, 6). Este proceder, que es una manera de denegar el Nom­bre, consiste en enunciarlo a destiempo, es decír, frus­trando al destinatario del objeto del que el Nombre ha de ser etiqueta 17.

Y, aunque, sin lugar a dudas, proseguía resuelto su razo­namiento hacia la demostración de que

En efecto, por poco que se quiera leer al pie de la letra, no hay más autor de Don Quijote que esos personajes que

14 «El nombre tachado», p. I.

15 MICHEL FOUCAULT, «Qu'est-ce qu'un auteur» (Bulletin de la Société Franfaise de Philosophie, febrero de 1969. p. 23)'

16 «El nombre tachad(»). p. l.

17 lbíd.

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aseguran la buena marcha de la historia al tiempo que la van desenvolviendo sin que ninguno pretenda a su auto­ría o invención [ ... ] 18,

se permitía el lujo -la coquetería- de una pregunta retórica otrora impensable con tono tan sereno:

El problema se plantea, pues, de la participación (si es que la hay) de Cervantes en semejante estructura [i.e. la de las instancias enunciadoras del texto] 19.

2.2. Tres años más tarde, en el segundo de los artícu­los antes referidos, Maurice Molho daba escandalosamente en el punto más delicado del asunto, cerrando así un muy profetizable círculo lógico 20. He aquí la argumentación resumida:

Siguiendo las huellas de Américo Castro, William Byron y Rosa Rossi, se enfrenta nuestro héroe con la his­tórica persona a la que en otros tiempos denegara cuidado­samente blandiendo la careta de El Supuesto, reconociéndo­le ahora ipso jacto la condición de realidad y dignándose, para más inri, llamarle Cervantes a secas y sin tapujos. En este estudio se propone nada menos que indagar a su vez la ya barajada «sospecha» de un Cervantes procediente de linaje converso ". Para ello, parte en primer lugar de una observación referente a los oficios respectivamente desen­vueltos por el padre, abuelo y bisabuelo (cirujía, leyes, pañería) del supuesto autor del Quijote, oficios constante­mente propios de conversos durante la época tardomedie­val y moderna. Luego añade unos comentarios sobre el carácter «errante» e inestable, desarraigado, de las vidas de los mismos, con un breve juicio de coherencia ideológica

18 lbid. 19 lbid. 20 Profetizable, entre otros argumentos, porque todo tabú implica

necesariamente una equivalencia funcional de lo «sucio» y de lo «sagradQ», facilitándose de esta manera cualquier proceso de denegación a la hora de verbalizar un punto de fijación neurótica .

.21 No pienso entrar en un debate de fondo sobre el tema, que es cosa de historiadores: aquí solamente se trata de interpretar el trasfondo semio­lógico del interés que llevó a Maurice Molho a intervenir en él.

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acerca del «escepticismo [de Cervantes] para con los lina­jes, o su insistente irrisión antinobiliaria» 22. También recuerda que los únicos documentos que atestiguaran la limpieza de sangre de nuestro héroe fueron expendidos en 1 5 69 con motivo de una solicitud ad hor y, por ende, resul­tan sospechosos.

En segundo lugar, examina el argumento contrario, a saber, que el apellido Cervantes nada tenía de característica­mente converso. A ello opone acto seguido el hecho, curio­so aunque constante, del cambio de apellido materno -Corti­nas> Saavedra, aparentemente operado por el mismísimo Supuesto en ocasión de la ya citada tramitación del 15 69- Y otros dos casos de cambios registrados por Astrana Marín, aunque sin certeza alguna de que se produjeran en la familia, de Cervatos en Cervantes, sendos testimonios tardomedieva­les de una práctica por cierto muy difundida, clandestina o legalmente según los casos.

De ahí, finalmente, una hipótesis ideada por Maurice Molho a nivel estrictamente teórico, tan tranquilo, sin más apoyo histórico que un levísimo prejuicio de verosimilitud: bien pudiera haber tenido lugar en la ascendencia del supues­to autor del Quijote -supone en sustancia- un cambio de ape­llido Cervatos> Cervantes en fecha anterior a la vida del bisa­buelo, posiblemente entre la Disputa de Tortosa (1414) Y los primeros Estatutos de limpieza de sangre (1449).

2.3. Aquí cabe una pregunta: ¿De dónde procede -qué sentido tiene- semejante vuelta, descaradamente indocu­mentada, a unos planteamientos de los más ramplonamente biográficos y tan llanamente anecdóticos, amén de insustan­cialmente polémicos, en quien nos tenía acostumbrados a creer, o esperar en la inmunidad, la perennidad de aquella etérea elegancia del pensamiento, de aquel brillante ingenio sistemáticamente, despiadadamente descontextualizador? ¿Es que ya se daba por acabada la cruzada? ¿Ya se daba por vencida la razón formalista?

No hubo ni hay tal derrota de la mente. Es más: me pare­ce total la coherencia, al examinar el protocolo llevado a cabo

22 "Cervantes: son nom», p. 94.

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por él al final del artículo, donde presenta las «pruebas» de su razonamiento. Estas, en realidad, desdeñando el nivel docu­mental y factual, eligen -cómo no- el terreno estrictamente semiológico y se fundan exclusivamente en la interpretación de un análisis convergente de tres nombres:

a) Rocin-ante funciona como modelo a partir de la consa­bida exégesis que ya ofrece el narrador en Quij. 1,1.

b) Así como lo hipotetizara en su día José Antonio Conde, en Benengeti se puede leer Ben-iggel-i, o sea, 'hijo de hijo de ciervo' 23.

c) Luego Cerv-ante( s)} siguiendo este modelo, se deja idénticamente fraccionar (fracturar, clivar) e interpretar como expresión metalingüÍstica de un cambio de apellido (Cervatos> Cervantes), esto es, huella enigmática -aunque descifrable- de la operación de cambio, a la vez que forma disimuladora del nombre tachado: nombre ése de Cervatos que se supone ostentaba con demasiada claridad su motiva­ción zoonímica de 'hijo(s) de ciervo' y, por consiguiente, la innoble mancha semítica de su estirpe (dado que el ciervo es el emblema de la tribu de Neftali, y dado que los significantes generalmente convocados para designarlo entran común­mente, por doquier, en la composición de apellidos judíos) 24.

Muy bien. Admirable. Grandioso. Adviértase ahora sin embargo el dudosísimo estatus del supuesto 'Cervantes' que aquí se nos viene esbozando: en realidad (si se me permite voz tan incongruente), no se trata sino de un Cervantes pura­mente significante, totalmente desprovisto de la menor rai­gambre históricamente encarnable. Pero por lo menos nos será dado sacar de todo ello una enseñanza, pues, un supues­to; un postulado metodológico que así rezaría: detrás de todo nombre hay otro nombre.

23 Teniendo en cuenta, claro está, el genitivo doblemente marcado (prefijo y flexión).

24 Véase también el magnífico y detallado estudio de GABRIEL BER­

GOUNIOUX sobre el sino patronímico de otro lingüista judío francés, Arsene Darmesteter: «Comment la sémantique se fit un nom» (Ornicar. Revue du champ freudien, XII [1987]' 42, pp. 12-44).

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3. UN SUPONER: EL LEÓN HACE EL PAPEL DEL CIERVO

3.1. El hecho es que, al obrar de este modo, se abre la vía a una lectura de la historia del sujeto mediante su nombre, previo acatamiento del carácter motivado -y no arbitrario­de la relación que une nombre y sujeto. Y, como acabamos de ver, la condición necesaria para fundamentar la motivación del nombre está en aceptar la primacía del significante, esto es, de un significante libre de prejuicios, abierto a cuantas analogías formales, visibles o invisibles, le permita la lengua. De donde se sigue que, al contrario de lo que vulgarmente se pudiera juzgar, el afán antibiográfico de Maurice Molho y su correspondiente interés por las formas en su más diáfana expresión no nos aleja del sujeto sino que nos acerca a él, y con mayor seguridad: al señalar arriba que con la publicación de dicho artículo se cerraba un previsible círculo lógico, sobreentendía yo que la vuelta al sujeto que en él se cree apre­ciar estaba inscrita ab ovo en su anterior afirmación del signi­ficante como objeto primordial de estudio.

Ahora bien, semejante itinerario de lectura cuesta. Cues­ta renunciar a las bien avaras V estériles certidumbres ofreci­das por la fetichizada «aut~nticidad» documental. Exige comprometerse, correr el riesgo de que por momentos se esfume la ingenua distinción entre la razón lectora o exegéti­ca y la razón productora del texto. Exige sobrepasar con luci­dez plena la infantil angustia de que el sujeto supuestamente objetivizado -y sin duda deseado- pueda aparecer en paños del propio sujeto objetivizante.

3.2. Esta aventura fue la que vivió Maurice Molho. Pero no siempre franqueaba por completo las fronteras de la proyección o de la identificación. Intentemos, pues, ahondar más allá de la insuficiente sistematización propues­ta por él al analizar la trilogía significante Rocinante I Benen­geli I Cervantes:

. Al percibir un ciervo en Benengeli yen Cervantes dejaba de lado a Rocinante. En este último significante, sin embargo, y como resultado de un idéntico método de fraccionamiento, se puede observar un componente ante no sólo interpretable en clave de adverbio sino también como sustantivo. Así lo define Corominas citando a Pedro de Alcalá en su Vocabula-

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rio arábigo en lengua castellana (15 05): «'rumiante parecido al ciervo' y procedente del ár. ¡amt de idéntico significado» 21.

. Por consiguiente, el mismo nombre de Cerv-ante (s), si aceptamos la idea de que constituye una tentativa de encubrir la carga semítica presente en Cervatos, se vale de un medio formal cuanto menos extraño, pues no sólo protege la legibi­lidad del lexema de partida sino que consiste de hecho en la reduplicación lexemática de lo que se pretende denegar. Con lo cual el supuesto nombre de llegada puede leerse de dos maneras perfectamente contradictorias: nombre limpio o sucio, según se tome 26 •

. Al detectar un cambio antroponímico metalingüística­mente significado a nivel adverbial por el componente ante ( s) de Rocinante y Cervantes, también dejaba de lado a Benengeli, que en su tiempo fuera objeto de una muy perti­nente glosa complementaria como lbn-ingil, o sea 'hijo del Evangelio' o, en otros términos: cristiano 27. En este caso, pues, se trata de leer el patronímico, sin cambio alguno, como significante de lo 'no semita' por vía denotativa, ya que por vía connotativa la voz ostenta su identidad árabe.

Dicho de otro modo, a escala completa del sistema cons­tituido por los tres nombres, se confirma una semiología más regularmente distribuida aún que la sacada a luz por Maurice Molho: en cada caso, se delata un cambio de 'semítico' a 'no semítico'. Pero el cambio queda perceptible gracias a la hue­lla de una significación zoonÍmica remanente y disponible de lo semita.

25 Más improbable, pero también más conciliadora -a costa de una rotunda desernitización- resulta la etimología privilegiada por Covarrubias: "Cuera de ante es de la piel de búfalo aderec;ada, en forma que el hierro no la puede passar si no es con gran dificultad; y llamáronse [sic] de ante, porque se ponen delante del pecho, que es lo que principalmente se guarda» (Tesoro [I6II], s.v. «Ante»).

26 Cf. SAN ](JAN DE LA CRUZ, Glosa al Cántico EsPiritual (A lB 1):

«Donde es de notar que en los Cantares compara la Esposa al ciervo y a la cabra montañesa, diciendo: Similis es! d¡Jeelus meus eaprae hinnuloque eervorum; esto es: Semejante es mi Amado a la cabray al hijo de los ciervos (2,9); y esto, por la presteza del esconderse y mostrarse».

27 La propuesta es de Marcilly, si no ando equivocado. Desde luego, la interpretación de Conde (igge/) parece filológicamente más costosa en la medida en que supone hacer caso omiso de una nasal por remanente sin más, quizás favorecida por el corte silábico con palatal geminada. Valga en todo caso, aquí también, la nota referente al doble genitivo (véase Jupro n. 23)'

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ERrc BEAUMATIN

3.3. Adviértanse dos detalles: por una parte, el proce­der hermenéutico que aquí se aprecia se vale esencialmente de una lectura del significante a dos niveles, lectura fuerte­mente binarista que apoya la interpretación del 'cambio' como paso de un 'antes' a un 'después' (o 'ahora'); por otra parte, los principios en los que se funda esta exégesis han sido dictados por el narrador del Quijote, o sea, por uno de los cuestionables avatares del mismo sujeto al que ineluctable­mente acaban aplicándose.

Feo sería, en aras a la lealtad, no proseguir el razona­miento en beneficio de otro supuesto sujeto que yo sé -o deseo- y cuyo avatar mundano no desdeñaba en su vida terrestre regalar a sus oyentes alguna que otra clavecilla de lectura igualmente binarista y aplicable, por quien quisiera hacerse cargo de ello, a un significante bastante raro que le servía de apellido: Molho.

Ya se sabe que a nivel fónico, este nombre impronuciable solía realizarse de dos maneras distintas: una pala tal [moAo] y otra alveolar [molo). La primera, mayoritaria entre los fran­ceses, supone una lectura grafofónica de tipo languedociano o portugués, es decir, decididamente románica, mediante la integración de la hache en el digrama -lh-. La segunda tendía a obviar por completo la hache, esto es, la posible fricativa velar [molxo] que hubiese delatado el carácter altamente aló­geno de la forma. Y tan alógeno. El mismo Molho fantasea­ba acerca de la etimología de su apellido, que se le antojaba dos veces doble:

. De ser voz románica (tratándose de un descendiente de expulsados peninsulares), podía interpretarse en base a su analogía con la actual forma port. molho 'salsa'. Pero al mar­gen de tan gastronómica solución, también -y sobre todo­cabía compararla con uno de los resultados regulares dellat. MANIPULU > port. molho 'haz'. Y no sin algo de sorna comen­taba el interesado: «Fíjate si llega a nacer el fascismo en Portugal, que poco le faltó, hoy desfilarían todos al grito de ¡No al molhismo! Qué gracia» .

. De ser voz semítica, en cambio, con la debida aspiración encubierta por las dos realizaciones antes citadas, podía remi­tir, por ejemplo, al ár. MLH. 'sal' (nótese aquí otra impertinen­cia gastronómica, rigurosamente paralela), pero más que nada al hebr. /l41.X 'rey, príncipe, prócer, señor', y afines.

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DE NOMBRES Y SUPUESTOS 47

De modo que, con igual ambivalencia -muy próxima al gegensinn que tanto saboreó y paladeó Freud en sus apostillas a Karl Abel-, el nombre Molho se daba, a ojos del propio por­tador, como significante abierto y contradictorio de lo semi­ta por una de las caras de su identidad formal y de la aniqui­lación de los judíos por la otra 28.

3 ·4· Volvamos al rey MLX. El símbolo del reyes el león, el león justo, el león bueno 29. Pero también presenta este león dos caras: de hecho abundan los leones malos, como el de los jabliaux, que cruelmente se abalanza sobre otro ser indefenso -¿un ciervo, por ejemplo?- para devorarlo JO. Figura notable de mal león, con nombre debidamente motivado, es la del mal poeta y académico imitador Mauleón (Quij. n, 71) que aparece emparejado con e! mal pintor Orbanqa (ibid.), ostentando éste la clave metatética y metafórica de! nombre de aquél: Mauleón es 'el que se apropia injustamente la obra ajena devorándola': no es de extrañar, pues, que la raíz MLX, amén de significar lo admirable de la regia potencia, también haya producido -ya en tiempos de Canaan- e! nombre de! fantaseado dios Moloch a quien se supone que venía ofrecido e! sacrificio de niños echados al fuego, esto es, holocaustos.

Se da el caso de que el lexema león es explotado en el sis­tema del Quijote con un cometido muy concreto: de las tres mujeres que llevan un nombre construido a partir de leo (Leo-

28 Entre las numerosas anécdotas de su agitada vida, gustaba Molho de contar, con provocadora y enternecida sonrisa, cómo en su niñez recorría el metro parisino acompañado de la tata germanófona al grito de: Ieh hin ein deutsches Kind! (creo recordar que esta historia se hizo más frecuente y elabo­rada cuando hubo leído las memorias de Canetti, en las que felizmente topó con el sabroso episodio del Cod Save the Queen en letra alemana). La otra es más conocida, aunque no menos insistente en su ambivalencia vocacional: con la fórmula de «Franco me salvó la vida», resumía las complejas andan­zas de su familia judía a la que, en virtud del decreto regeneracionista de Primo de Rivera (1923), el cónsul español en París -a la sazón represen­tante de los aliados de los Nazis- expendió pasaportes españoles para permitirles que fueran a ponerse a salvo en Barcelona (véase también ABC cilado supra. n. ).

29 Por lo menos en Italia se distribuyen comercialmente hoy en día unas grapadoras -y otros accesorios de papeleria- de marca MOLHO que llevan como emblema nada menos que una cabeza de león.

30 Cf. SAN JUAN DE LA CRUr.. Glosa al Cántico espiritual CA 29/ B 20): «Por los leones entiende la acrimonia e ímpetus de la potencia irascible».

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FRIC BEAUMATIN

nela [1, 33], Leandra [1, 51] Y Leonora [n, 60] ,\ la tercera lleva el mismo de la propia madre de El Supuesto. Es decir, aque­lla cuyo apellido fue cambiado por su hijo al pedir certificado de limpieza de sangre: no por nada es El Caballero de los Leo­nes el victorioso nombre tomado -y transparentemente moti­vado- por el propio Quijote al cabo de su enfrentamiento contra una pareja de fieras procedentes de tierras moras, siguiendo así explícitamente «la antigua usanza de los andan­tes caballeros que mudaban los nombres, cuando querían o cuando les venía a cuento» (II, 17). El león, por consiguiente, no sólo simboliza la majestad o la crueldad fagocita sino que encima, a nivel metalingüístico ,2, es evocación indudable del cambio antroponímico.

Sin volver a la disimulación fónica que permitía pasar de una forma declaradamente semítica del apellido Molb.o a la no-semítica, el nombre de 'pila' (si se quiere) Maurice es característico de aquellos nombres cristianos adoptados por partida doble, aprovechando analogías paronomásticas translingüísticas, por los judíos que buscaban integrarse. Así es cómo, clásicamente en Francia, los Herzl se hacían llamar J lervé ante gentiles o en la escuela de la República, etc. En cuanto a los Maurice, solían proceder de un parecido aproxi­mativo con Moshe, esto es, Moisés (fr. MoiSe) 33. Pero el nom­bre de llegada no sólo encubre un parófono semítico, sino que a su vez conserva otra huella evidente de una anteriori­dad semítica latissimo sensu, como gentilicio que es, etimoló­gicamente derivado de Maurus 'moro'.

3 I Consúltese al respecto DOMINIQUE REY RE, Dictionnaire des noms de personnages du Don Quichotte de Cervantes (París, Editions Hispaniques, 1980) y complétese con la muy recomendable lectura de MAURICE MOLHO, «Instancias maternas cervantinas: madres terribles» (de próxima aparición in R. EL SAFFAR Y D. WILSON, Quixotic Desire: Psychoanalytic Perspectives on Cer­vantes, Cornell University Press).

32 Y metatextual, puesto que también se trata de un préstamo inter­textual del Amadís, entre otras posibles fuentes (véase D. REYRE, op. cit., S.v. «Leones»), sin hablar de la leyenda de Arturo.

33 Muchos recordarán que cuando imitaba el interesado las voces que daba su madre al llamarle, se oía algo como ¡Mo(r )iiiis!, sin entenderse claramente -a falta de vibrante perceptible- cuál de los dos nombres (Mau­rice o M oiJe) pretendía articular.

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No es de extrañar tanta coherencia. Victorioso por anto­nomasia o accidentalmente derrotado por un andante caba­llero, víctima y verdugo, el león de la ciencia evangélica (San Marcos) es el que esconde debajo del pellejo al tímido y hie­rático ciervo de Neftali, coronado con el árbol de la ciencia, otro ser bifronte no menos lleno de sabiduría erudita 34. El que por una parte es emblema del reino de Juda, pues de un semitismo propiamente judaico, reconociéndose como mayestático símbolo de la escisión del pueblo de Israel, por otra parte acaba representando, a ojos de toda teología pros­pectiva y retrospectiva, la primera prefiguración constituida de Cristo en cuanto liquidador de la religión antigua, inge­nuo e imprudente profeta de una modernidad libre de holo­caustos. Es este león-Jano, Cristo y Ante-Cristo al mismo tiempo 35, rey de Judíos y rey de Cristianos, gran Converso, convertidor y bautista 36•

3.5. Cuando un hijo de pañero, violentemente laico, sale en búsqueda de otro descendiente de pañero, lo hace encaminándose por los senderos escabrosos del texto hacia la única construcción legítima de un sujeto, y le sale una figura violentemente laica 37, erguida ante el único al tar al que acep­ta reconocer: el de la razón.

34 Cf. SAN JUAN DE LA CRUZ, Glosa al Cántico espiritual (A 29/ B 20): «Por los ciervos y los gamos saltadores entiende la otra potencia del ánima, que es concupiscible, que es la potencia de apetecer; la cual tiene dos efectos, el uno es de cobardía y el otro de osadía [ .. .]. De manera que en conjurar los leones pone rienda a los ímpetus y excesos de la ira; y en conjurar los ciervos fortalece la concupiscencia en las cobardías y pusilanimidades que antes la encogían».

3 j Observación atribuida a San Hipólito por JEAN CHEVALlER y ALAIN GHEERBRANT en su Dictionnaire des symboles (parís, Seghers, '974), S.v. «Lion».

36 Recuerda BERGOUNIOUX (Ioc. dt, p. 35), aludiendo a Flaubert, otra equivalencia del león y del ciervo, siendo éste también -y más declarada­mente aún en la tradición- símbolo de conversión al catolicismo.

37 Un año antes de morir, Molho publicó su último gran estudio cer­vantino, lamentablemente muy ignorado hoy día entre los especialistas: se trata del extenso prólogo a su propia traducción del Perúles, obra que Cer­vantes, con lúcida conciencia, terminó en la semana anterior a su muerte (MIGUEL DE CERVANTES, Les Travaux de Perúll. el Sigismonde. Histoire septen­triona/e. Traduit et présenté par Maurice Molho. París, José Corti, '994)' En este conmovedor y sorprendente tratado, se fundamenta y edifica una

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Esta razón, a su vez, sólo reconoce una categoría de argumentos válidos: la incontestable e ineludible comunidad de formas compartidas, las que son lo que son porque no son otras, o sea, las lingüísticas. Y cuando Maurice Molho, gran dictador de tabúes nominales para con El Supuesto y ante el Eterno, aseveraba que este mismo Supuesto venía denegan­do su propio nombre, es de sospechar, conforme con la más sana doctrina, que aquello era dialéctica de te miro y no te quiero ver. El gran denegador de nombre propio y devo­rador de obra ajena, bien pudo ser otro muy suyo, acaso algún extraño familiar de aquel que se suponía. Aunque -por supuesto- sólo es un suponer.

intrépida propuesta exegética del pensamiento cervantino en clave de «androginia original de la razón y la fe», admirable convivencia de dos ver­dades: en vez de cimentar la una en la otra a semejanza de la operación carte­siana, Cervantes observa in extremis cómo (<la razón natural pone en tela de juicio el milagro y la inmaterialidad del espíritU» (p. 68). Como era de espe­rar, el lugar de tan «armoniosa conciliacióm), tal y como remata in fine, «no es Roma, sino la lejana y ultima Thule» (ibíd.), o sea, la meta septentrional por excelencia, siendo el Septentrión la región privativamente asignada a uno de los cuatro sabios del Perú/es: el viejo Mauricio.

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PONENCIAS