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D D O O C C T T O O R R A A D D O O E E N N E E D D U U C C A A C C I I Ó Ó N N R R E E L L A A C C I I O O N N A A L L Y Y B B I I O O A A P P R R E E N N D D I I Z Z A A J J E E NÚCLEO DE APRENDIZAJE: PRINCIPIOS Y VALORES DEL PARADIGMA EMERGENTE Xalapa, Ver., Enero 6 de 2010 G1N2 HÉCTOR MARTINEZ GUERRERO SECRETARIA DE EDUCACIÓN INSTITUTO VERACRUZANO DE EDUCACIÓN SUPERIOR SUBDIRECCIÓN DE EDUCACIÓN SUPERIOR “LA INFORMACIÓN AUSENTE EN LA PRÁCTICA DOCENTE: LA EDUÉTICA” http://3.bp.blogspot.com

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NÚCLEO DE APRENDIZAJE:

PRINCIPIOS Y VALORES DEL PARADIGMA EMERGENTE

Xalapa, Ver., Enero 6 de 2010

G1N2 HÉCTOR MARTINEZ GUERRERO

SECRETARIA DE EDUCACIÓN

INSTITUTO VERACRUZANO DE EDUCACIÓN SUPERIOR

SUBDIRECCIÓN DE EDUCACIÓN SUPERIOR

“LA INFORMACIÓN AUSENTE EN LA

PRÁCTICA DOCENTE: LA EDUÉTICA”

http://3.bp.blogspot.com

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CONTENIDO

Introducción………………………………………………………………………………3

Crisis paradigmática y desafíos educativos…………………………………………..4

Caos y complejidad en educación: una mirada desde el paradigma emergente…5

Nuestra barbarie interior: expresiones antiéticas en educación…………………….7

La conversión de nuestros hábitos docentes: rescatar la esencia y cuidado humano…….9

La información ausente: La Eduética docente…………….…………………………10

Conclusión………………………………….……………………………………………12

Referencias bibliográficas……………………………………..….……………………13

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La información ausente en la práctica docente: La Eduética”

Introducción

En el desarrollo de este escrito pretendo compartir mis reflexiones y puntos de vista respecto de la crisis que está experimentado nuestra sociedad, a partir de la visión simplificadora del paradigma reduccionista y sus efectos en el ámbito educativo. Me propongo hacer evidente sus consecuencias e invitar a mis lectores a recorrer un nuevo escenario que revitalice el bucle trinitario individuo/sociedad/especie y tome en cuenta las diversas expresiones, incertidumbres, caos y complejidades que nos acompañan permanentemente en cada acto de nuestras vidas, para valorar sus efectos sutiles en nuestro modo de ser, desde una nueva visión paradigmática que recupere la esencia y cuidado del ser humano. El punto de referencia de este ensayo lo constituyen las lecturas del núcleo de aprendizaje “principios y valores del paradigma emergente” y sus nodos generadores; los cuales me permitieron reflexionar sobre las conductas, estereotipos, antagonismos, formulismos y egocentrismos que alimentan, consciente e inconscientemente, nuestro ejercicio docente y me permiten colocar en el tapete de la discusión los grandes desafíos educativos para renovar y transformar nuestro quehacer pedagógico. Para darle sentido a este trabajo describo la crisis paradigmática que vivimos en las sociedades actuales, la desvaloración ética a la que nos ha conducido y la necesidad de asumir los principios científicos del paradigma emergente, como vía para regenerar nuestra forma de ver la vida y al ser humano. Juzgo la barbarie interior que nos ha llevado a experimentar las más inhumanas expresiones antiéticas en educación, para hacer posible el tránsito hacia un nuevo orden de convivencia, de mayor solidaridad, fraternidad y espiritualidad con todos los seres del universo. Expreso la necesidad de re-convertir nuestros hábitos docentes para rescatar la esencia y cuidado humano y hago referencia a la importancia del diálogo y la comunicación como procesos pluridisciplinarios que exploran dimensiones inusitadas de nuestra experiencia humana y al mismo tiempo nos permiten comprender sus efectos sutiles y la sinergia que se deriva de ellos en el ámbito educativo. Finalmente, sostengo que en nosotros (los docentes) se encuentra la información ausente que no está deshumanizando y desvalorizando, y apuesto por una Eduética docente, que renueve la percepción de la vida, sociedad y especie.

“La ética debe movilizar la inteligencia para afrontar la complejidad de la vida, del mundo de la ética misma” (Pascal, citado en Morín, 2006: 68)

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“En todos los dominios, los desarrollos de las especializaciones y de los

tabicamientos burocráticos, tienden a encerrar a los individuos en un dominio de

competencia parcial y cerrado, y por ello mismo, tienden a parcelar y diluir la

responsabilidad y solidaridad…” Morín, 2006:28

“Necesitamos un nuevo paradigma de

convivencia que funde una relación más

caritativa con la tierra e inaugure un nuevo pacto social entre los pueblos en cuanto al respeto y a

la preservación de todo lo que existe y vive” Boff, 2002: 17-18

Crisis paradigmática y desafíos educativos. A partir de mi incursión en este Doctorado en Educación, la visión de la vida, del ser humano y la educación se ha venido transformando paulatinamente. Las lecturas realizadas y las experiencias compartidas, con mi grupo de aprendizaje, me han hecho entender y comprender que la crisis que nos atormenta, angustia y atemoriza, nos está haciendo perder la brújula de nuestro destino y nos aleja cada vez más del puerto de la convivencia, solidaridad y la fraternidad humana. Los efectos de esta crisis los vivimos cotidianamente, son el residuo del paradigma mecanicista; sus imperativos de la racionalidad, objetividad y simplicidad nos está desligado del entorno ecológico y de la sociedad; alienta conductas antiéticas, nos divide y aísla como sujetos inmersos en un mismo ethos. Nos impulsa a parcelar el conocimiento y a enseñarlo disciplinariamente; fomenta la dominación y el poder, de quienes se asumen como portadores de la verdad, mediante la manipulación y la coerción; la ciencia y la tecnociencia, en aras de proporcionarnos bienestar, están propiciando la degradación del medio ambiente; en política y economía, se ahoga la voz de los oprimidos, se cancelan sus oportunidades de desarrollo y bienestar social; en educación, se privilegia el conocimiento por el conocimiento, se juzgan los resultados educativos sin tomar en cuenta al ser que educa y a quién se educa; es decir, estamos perdiendo de vista la dimensión y esencia del cuidado humano. En esta jungla de asfalto –representada por la sociedad- se genera una lucha de todos contra todos, en donde sólo sobrevive el que mejor se adapta o mejor dicho, quién cuenta con la posibilidad de sobrevivir. Esta crisis nos indica que estamos degradando el tejido social de los diversos órdenes de la vida, al privilegiar el consumismo y lo material en detrimento de la esencia humana; que existe una enorme carencia en el ámbito de la comunicación y el diálogo, a pesar de los adelantos científicos como la Internet; que estamos perdiendo nuestra consciencia colectiva como miembros que cohabitamos en un mismo planeta y los valores de solidaridad, altruismo, perdón, magnanimidad, ternura, la caricia, tacto, amor, el cuidado esencial (Boff, 2002); es decir, nos encontramos desarticulados del vínculo: individuo, especie, sociedad y nos precipitamos a un abismo de degradación y desvaloración de lo humano; en fin, son los síntomas de una crisis que nos ahoga, invade y nos hace suponer que estamos condenados a esperar el final de una existencia incierta y caótica. No obstante, esta misma realidad también nos indica que la crisis es al mismo tiempo una oportunidad para transitar hacia nuevos estadios de armonía, misticismo, moralidad, espiritualidad y religación (Boff, 2001); mediante la colaboración y convivencia colectiva, a través de percibir al mundo de una forma distinta, de re-encontrarnos con nosotros mismos, de autorganizarnos, de comprender la incomprensión humana, de observar al universo escuchando la voz del arco iris (Boff, 2003) de ser creativos,

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“Lo que no se regenera degenera”

Morín, 2006:63

de aprender de las sutilezas de nuestros actos, emociones, pasiones; es decir, de construir un nuevo hábitat humano, que sirve de principio inspirador de un nuevo paradigma de civilidad. Por ello, considero que los grandes desafíos educativos que debemos afrontar como educadores, implican la necesidad de abrir nuestras mentes a lo incierto, complejo, caótico; exigen renovar nuestras prácticas docentes rutinarias y disciplinarias hacia horizontes de transdisciplinariedad; requieren re-encontrarnos como sujetos educadores, darle emoción, sentimiento, pasión y alegría a nuestras prácticas; educar en la libertad, en la tolerancia, creatividad, en lo diverso, pues en los docentes y alumnos se encuentran dimensiones por explorar y retroalimentar que eliminamos inconscientemente, a partir de nuestra necedad de ver la vida y nuestro accionar académico en forma reduccionista y fragmentaria. Entonces, hace falta que reconsideremos ámbitos de la práctica docente en donde se valore al profesor y al alumno como seres que sienten, sufren, emocionan; con necesidades de afecto, de cariño, de amor, comprensión; con deseos de jugar, llorar, gritar, reír; es decir, de entender que el acto de educar es un acto complejo, incierto, caótico, lleno de sensaciones, percepciones, interacciones, inter-retroacciones, desordenes, ordenes, de continuos religamientos con el todo; hace falta hacer sentir a profesores y alumnos que forman parte de un universo increíble, maravilloso, en sincronía, armonía, ya que serán estos sujetos que ahora educan y se educan los que tendrán la tarea ineludible de preservar la especie humana y el planeta. Nos encontramos ante un dilema histórico, en un punto crucial de nuestras vidas (Capra, 1998) en donde será imperativo empezar a construir un nuevo sendero distinto y contrapuesto al paradigma mecanicista, un nuevo paradigma donde se tome en cuenta que no somos seres humanos fragmentados, desconectados con el todo, sino sujetos en constante interacción con los diversos órdenes de la naturaleza, de la sociedad, de los individuos mismos; es decir, de un paradigma del caos, de la complejidad, de la convivencia, de la religación, que se hace presente en cada acto de nuestras vidas. Caos y complejidad en educación: una mirada desde el paradigma emergente.

Sometidos por nuestros pensamientos racionales y temores, tratamos a toda costa de evitar el caos y lo complejo, sin darnos cuenta que vivimos atrapados en ellos (Briggs, 1999). Nuestros desmedidos y exagerados deseos de dominarlo y controlarlo todo, como signo de poder sobre los diversos órdenes de la naturaleza y del ser humano, nos han orillado a co-existir con una crisis que nos deshumaniza, que nos hace cínicos, inmorales; nos impide ayudar al prójimo, al necesitado, al oprimido.

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Pero este caos es al mismo tiempo una oportunidad para regenerarnos, para encontrar puntos de encuentro y desencuentro, para identificar vórtices, bifurcaciones, grados de libertad, rizos retroalimentadores (Briggs, 1999); de donde deviene que es al mismo tiempo una expresión vital que nos invita a ver el mundo como un flujo de modelos interconectados, incita a entrar en el mundo de lo incierto, lo complejo; favorece diversas formas de pensar, ser creativo, sentir, convivir en plenitud, participar en la magia y el misterio de la vida. Sin embargo, enfrascados en el trabajo cotidiano alimentamos lo rutinario, la transmisión del conocimiento, producimos pasividad, alienamos, reproducimos un modelo de ciudadano que responde a intereses ajenos. Sigue presente el control y la manipulación que se expresa en nuestra práctica docente. Todo lo hacemos bajo un orden preestablecido: una planeación didáctica, el pase de lista, los materiales didácticos, el monólogo del maestro, la participación fingida; olvidamos que el caos se encuentra presente en cada acción de nuestro hacer pedagógico, en la relaciones con las autoridades educativas, con los padres de familia, con los alumnos; se expresa en los resultados educativos, en los proyectos o tareas asignadas; se aprecia en la influencia sutil –positiva o negativa- que se ejerce con los compañeros de trabajo y los alumnos, porque existe una persistente ilusión de mantener los sistemas jerarquizados y los planes de trabajo precisos, para mantener nuestro status laboral; en fin, perdemos de vista el efecto de nuestras acciones. Por eso, al acompañarnos el caos y la incertidumbre en prácticamente todos los ámbitos de nuestra existencia, debemos ser suficientemente asertivos para reflexionar en la sutileza de nuestras actitudes y acciones; es decir en la influencia que puede provocar una mirada, un saludo, una palabra, una acción, un gesto, una caricia que hacemos a nuestros compañeros de trabajo, padres de familia, alumnos; pues cada acción y actitud desencadena un mundo de consecuencias a veces inimaginables. El paradigma emergente nos alienta a cultivar los efectos de la sutileza de nuestras acciones, a transitar por ella para comprender la incomprensión (Briggs, 1999). Nos invita a observar el mundo despojándonos de prejuicios y raciocinios segmentados, alienta a maravillarnos con la naturaleza, con las formas extrañas, complejas y caprichosas presentes en cada rincón del contexto que habitamos; porque dichos modelos nos inspiran, satisfacen y a veces invitan a ver en la educación los fractales que discurren en nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestros proyectos de vida, nuestras percepciones, la escuela, la plaza cívica y deportiva, el aula, las libretas de los alumnos, en la creatividad para desarrollar una tarea, una investigación. Nos alerta también a despojarnos de las constricciones del tiempo y nos invita a mirar nuestro accionar educativo desde los múltiples relojes de la vida, a pensar en un tiempo creativo, a medir el tiempo en función de nuestras necesidades vitales. El paradigma emergente nos dice que el tiempo que realmente queremos es el tiempo fractal del que ya disponemos desde ahora, pero que no hemos querido utilizar (Brigss, 1999)

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“Toda mirada sobre la ética debe percibir que el acto moral es un

acto individual de religación: religación con el prójimo,

religación con una comunidad, religación con una sociedad y, en el límite, religación con la especie

humana”. Morín, 2006: 24

Por eso, los principios del paradigma emergente como la creatividad, autorganización, interdependencia, incertidumbre, caos, complejidad, complementariedad y la religación, entre otros, constituyen expresiones vitales que requieren ser tomados en cuenta en el acto educativo, pues le permiten a los docentes concebir una nueva realidad que lo inserta en lo subjetivo, asombrándose con cada creación del universo, admirar los giros extraños de la vida, de la naturaleza, los sentimientos de los seres humanos; comprender que todo en nuestro planeta es un flujo constante de orden, desorden y auto-eco-rganización; en una palabra, es crear con el material de nuestras propias vidas para disponer de mejores condiciones humanas. La nueva visión de este paradigma nos hace un llamado a comprender que el origen y la creación de todo cuanto nos rodea se encuentra en nosotros mismos, en un proceso interconectado y retroalimentado que nos autorganiza; es abrirnos a la creatividad, a la posibilidad de ver al mundo desde diversas perspectivas; es saber mirar y escuchar a nuestros alumnos, es atender sus reclamos, sus dudas, sus aspiraciones, sus amores, sus inquietudes, sus necesidades de aprendizaje y de comprensión. Desde esta nueva visión paradigmática, es imprescindible experimentar la solidaridad y la fraternidad con el todo inmerso en el universo, liberarnos de la idea anacrónica de considerarnos seres fragmentados, insulares, inconexos, para pasar a considerar que somos capaces de pensar de manera conjunta, de forma transdisciplinar. Significa oponer al individualismo la colaboración y el codesarrollo. Significa superar la desmedida tendencia del control y la alienación y sustituirla por la comprensión, compasión, ternura y pasión. Implica reconocer la influencia sutil que ejercemos en cada uno de nuestros actos y sus efectos con el universo; en síntesis, valorar la esencia humana. Nuestra barbarie interior: expresiones antiéticas en educación. En nuestra sociedad y la escuela, las actitudes de indiferencia, indolencia, exclusión, apatía, desinterés, dominación y control; jerarquización de las instituciones y del saber; la división en grupos y clases sociales; la degradación del entorno y la incomprensión hacia nuestros semejantes, son algunos síntomas de la barbarie interior que alentamos desde una visión egocéntrica e inhumana. En efecto, existe un grave descuido de lo humano, de lo ético, de lo moral, del deber ser (Boff, 2002); nuestro ethos se ha transformado en un recinto sagrado de la opulencia; existe descuido y despreocupación porque la lógica capitalista nos alimenta día a día como consumidores activos y voraces de cuanto se deriva de la ciencia y la tecnología. En ese afán materialista estamos perdido el camino de la fraternidad y la solidaridad, pero sobre todo, nuestra convivencia y conciencia humana. Vivimos al interior de una crisis que nos exige volver a las fuentes éticas, es decir, a una religación (Morin, 2006). Una religación que considere lo incierto, lo complejo, que asuma el bucle trinitario individuo/especie/sociedad, como un todo, porque estos elementos son los que alimentan y le dan sentido a nuestro transitar por la vida y hace posible una

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convivencia en armonía, en igualdad, libertad y fraternidad. Una religación que se muestre generosa en favor de los débiles, de los que menos tienen, que elimine nuestros sueños de poder, control y riqueza y que alimente las llamas del perdón, la ternura y la fraternidad humana. Sin embargo, nuestra persistencia o ceguera ética nos hace asumir el “complejo de Dios” (Boff, 2002:21) al suponer que todo lo podemos, que si dominamos la naturaleza, lo dominaremos todo, incluyendo al ser humano. Los avances de la ciencia y la tecnología y los experimentos de la biología molecular, la física, la genética, son ejemplos contundentes de esta forma objetiva y racional de pensar. Entonces, es urgente hacer nuestro el principio de la religación, unión, espiritualidad, de la reverencia por la vida en la comprensión de su fragilidad humana, para construir un nuevo ethos que abrigue la sensibilidad, el cuidado, la atención, el sentimiento, el amor, la bondad, caridad, pasión, dulzura y la esperanza. En educación, las expresiones antiéticas nos invaden, gobiernan y corrompen, lejos estamos de percibir nuestra actividad con sutileza, sentimiento, encanto, pasión, sentido de pertenencia, creatividad; son el resultado de planes y programas impuestos, de demandas y exigencias sociales, de tiempos que nos asfixian, de contextos aislados, de frustraciones personales, esta barbarie se alimenta día a día y nos hace olvidar los valores éticos que comporta la relación cotidiana con nuestros compañeros de trabajo y alumnos. Muchas de nuestras inseguridades en el magisterio proceden de las propias descalifaciones, escepticismos, estereotipos, del temor a equivocarnos, a mostrar debilidad, a hacer frente a lo impredecible, a la negativa de pedir o dar ayuda por temor a ser juzgado. Entonces, la docencia requiere de una ética que supere estas frustraciones y debilidades, que luche en contra de sus propios fantasmas, de sus obsesiones y miedos, que destierre la falsa moralina, la ceguera, la ilusión; que no sacrifique lo esencial por lo urgente, que evite el extravió ético, la simplificación de sus semejantes (Morín, 2006), que reconozca las incertidumbres y las contradicciones como oportunidades de autodesarrollo profesional. Por tanto, requerimos de una ética que alimente nuestro alma y espíritu, que nos haga mirarnos a nosotros mismos y a nuestros alumnos como seres complejos, indivisibles, con problemas sociales, económicos y culturales, para trabajar para el bien pensar; que aliente la transdisciplinariedad, reconozca las complejidades como oportunidades de crecimiento personal, supere los reduccionismos y reconozca los contextos en el que actúa; que mantenga una racionalidad abierta, que efectué diagnósticos y sea solidaria, humana. Es necesario re-valorarnos a través de un ejercicio de autoexamen y autocrítica para identificar nuestras fortalezas y debilidades que nos acompañan al educar, necesitamos sensibilizar nuestra actuar, depurar nuestras estrategias de enseñanza, necesitamos re-encantar la educación. Hace falta un nuevo proceso de autorganización, de re-conversión de nuestros hábitos, de fe en nosotros mismos y de los que nos acompañan, de saber escuchar

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“Más importante que saber es no perder nunca la capacidad de

aprender cada vez más. Más que poder necesitamos sabiduría,

pues solo ésta hará que el poder conserve su carácter

instrumental, convirtiéndolo en medio de potenciación de la vida y de la salvaguardia del planeta”

Boff, 2002: 22

y dialogar sin imponer nuestras verdades, de una autoética para sí y para con los demás que requiere de un pensamiento complejo, que nos conduzca a una ética esclarecedora; una ética que reconozca al sujeto en la dualidad egocentrismo/altruismo, de una ética de la comprensión, de la compasión, de la magnanimidad, del perdón (Morín, 2006). De una ética que no se vea aislada o separada de la sociedad, desligada de la ciencia o la política, sino que sepa integrar lo moral, al ser, para llegar a una sociedad de armonía, de más conciencia, más solidaridad, más responsabilidad. Necesitamos de una ética que se resista a la barbarie interior y alimente el altruismo, para que nos conduzca al puerto de la felicidad, armonía, espiritualidad y del amor. Para lograr lo anterior es preciso revitalizarnos y regenerarnos, reformar no solo el concepto clásico de individuo, sociedad y especie, sino también nuestros hábitos, formas de pensar y ver la vida, de encontrar en la ética la posibilidad de redescubrir la esencia y el sentido verdadero de la humana práctica de educar.

La conversión de nuestros hábitos docentes: rescatar la esencia y cuidado humano

Envueltos en nuestras falsas moralinas, en nuestra barbarie interior y en el materialismo voraz, perdemos la esperanza de transformación, renovación y espiritualidad para ver de forma diferente la vida, creer en nuestros sueños, alimentar nuestros proyectos personales y profesionales, sentir pasión, sensibilidad, amor, perdón. Estamos atrapados en una crisis que nos exige trazarnos un nuevo pacto de conversión de nuestros hábitos. Para ello, hace falta impregnar nuestros actos de caridad, ternura, com-pasión, bondad, amabilidad, justicia; a través de la religación con el todo, con la naturaleza, con los seres

humanos; religación que nos traslade a una plena convivencia de fraternidad, hermandad, de armonía, de unión con el universo. En educación, la insensibilidad, la ausencia de cuidado, de tacto, ternura, tolerancia y creatividad, nos hacen cínicos, inmorales y apuntan hacia nuestra desintegración humana. Por tanto, requerimos de una nueva “filosofía del ser… que sepa organizar la convivencia humana bajo la inspiración de la ley más fundamental del universo: la sinergia, la cooperación de todos y con los todos y la solidaridad cósmica” (Boff: 2002: 22). Hace falta re-convertir nuestros hábitos, dejar en suspenso nuestros escepticismos, creencias, romper con el modo de ser trabajo, con lo mecánico, con las formas de actuar rígidas; romper con lo cuadrado del salón de clases, abandonar la agenda de trabajo y darnos la oportunidad de maravillarnos con la incertidumbre, con lo complejo; sorprendernos con la magia interior de cada uno de nuestros alumnos, sus

http//www.4grandesverdades.files.wordpress.com/2009

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“Si lo a lo largo de la vida, no se hace con

cuidado todo lo que uno emprende, acaba

por perjudicarse a sí mismo y por destruir lo

que le rodea. Por eso el cuidado debe ser

entendido en la línea de la esencia humana”

Boff, 2002: 30

“El diálogo es un proceso que explora un rango inusitadamente amplio de la experiencia humana.

Bohm, 2003: 9

algarabías, sus chistes, su interés por la moda, la música, sus aspiraciones y deseos futuros; es decir, por re-descubrir la educación bajo una visión diferente a lo preestablecido. Para re-convertir nuestros hábitos docentes y re-encantar la educación es necesario transformar nuestra mente, renovar nuestra concepción de la esencia humana, atender con diligencia y cuidado a nuestros semejantes, reflexionar en lo que decimos, hacemos, pensamos, sentimos, vivimos, compartimos; desarrollar actos creativos llenos de efectos sutiles, interconectados, retroalimentados, con giros sorprendentes; abrirnos al diálogo y la comunicación; necesitamos de una “nueva filosofía…holística, ecológica y espiritual” (Boff:2002:24), con capacidad de devolver al ser humano el sentimiento de pertenencia a la familia humana, a la tierra, al universo y al propósito divino. Hace falta un nuevo ethos mas humano, más sutil, más afectivo, que adquiera forma en valores, actitudes y comportamientos legítimos, auténticos, con sentimiento (pathos), que surja del corazón de los seres humanos, que atienda las constantes inter-retroacciones, bifurcaciones y retro-alimentaciones con cada uno de sus integrantes. Para darle sentido a este nuevo ethos, los educadores debemos oponer a todo aquello que denigre, excluya, divida o limite, el cuidado esencial. Ya que es fundamental alimentar el deseo del cuidado porque en él reside nuestra esencia misma. “El cuidado comporta una actitud de celo, desvelo, diligencia, delicadeza, atención” (Boff, 2002:29); es un modo de ser esencial con el que expresamos el conjunto de valores, principios e inspiraciones que dan origen a actos y actitudes que conforman nuestra casa común y la nueva sociedad que queremos. El cuidado es un modo de ser que se puede expresar en nuestra vida diaria, familia, trabajo, con los alumnos, los maestros, nos permite existir y coexistir como un todo, nos alienta a dejar de ver las cosas como hechos aislados, nos permite tener una relación de sujeto-sujeto, respetarlas, darles su tiempo, nos llena de toda la existencia humana. Para hacer realidad este principio y transformar nuestros hábitos docentes el cuidado se revela como un elemento vital para regenerar y comprender a nuestros semejantes y nos alienta a llevar a cabo actos con amor, justicia, sentimiento, ternura, tacto y con-tacto, caricia vital, amabilidad, armonía, convivencia, compasión; elementos constituyentes de una ética que puede generarse en el dialogo y la comunicación humana.

La información ausente: la eduética docente Que difícil puede resultar transformar nuestros hábitos docentes, si no nos abrimos al diálogo y la comunicación. Estos deben entenderse como procesos plenamente humanos; en los que compartimos ideas, experiencias, emociones, sentimientos, sentido de pertenencia, solidaridad, tolerancia y trabajo en equipo. Sin embargo, como educadores lejos

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Dos monjes estaban discutiendo acerca de una bandera. Uno dijo, “La bandera se está moviendo”. El otro dijo, “El viento se está moviendo”. Sucedió que el sexto patriarca, Zenón, pasaba justamente por ahí. El les dijo, “Ni el viento, ni la bandera; la mente se está moviendo” http://swshami.multiply.com/reviews/item/

estamos de promoverlos en su verdadera dimensión, pues afligidos por la premura del tiempo, los compromisos familiares, laborales y personales, simulamos diálogos y procesos de comunicación estériles, sin sentido, deseando escuchar sólo aquello que endulza nuestros oídos o que no se opone a nuestras creencias y rechazamos cualquier intento que resuene a irreverencia o intolerancia. Por tanto, nuestra indiferencia, desdén y antipatía, mutilan e impiden su cabal desarrollo. No obstante, el diálogo es algo diferente, nos invita romper con el círculo vicioso de las discusiones sin sentido, a compartir ideas, aceptar distintos puntos de vista, a explorar la forma en que el pensamiento es generado y sostenido colectivamente (Bohm, 1997), a escuchar sin prejuicios, a hacer algo diferente, en común, cuando la situación lo requiera. El diálogo genera la comprensión, algo creativo, bello, inusitado; pide suspender nuestras experiencias pasadas, lo que otros han dicho y nos atemoriza. Invita a desarrollar la propiocepción; es decir, nuestra percepción personal acerca de como vemos, escuchamos, gesticulamos, nos movemos, articulamos, pues cada una de estas actitudes corporales pueden llevarnos al extremo de la incomunicación. El diálogo nos pide prestar atención no solo al estado de cosas externas sino también a la torpeza y falta de sensibilidad interna que nos oprime, que limita el pensamiento participativo, holístico, complejo; que aliente la fraternidad y la necesidad de ser escuchados por todos.

Pero para aprender a comunicarnos y dialogar resulta pertinente transitar por el caos, por la incertidumbre, por la complejidad, por los efectos sutiles que se derivan de nuestro forma de actuar, de nuestra ecología de la acción, de nuestras estrategias, de las constantes bifurcaciones y retroacciones que se generan a nuestro alrededor. Implica liberarnos de la necia idea del control y la manipulación; nos lleva al extremo de nuestro forma lógica de pensar y nos obliga a movernos en diversas direcciones para intentar dar con la respuesta, nos indica que hace falta algo, que la información no es completa, que “nosotros somos la información ausente que hemos estado buscando” (Briggs, 1999: 226).

En la tradición oriental ese vacío está representado por el koan, que se contrapone al “deseo de dividir al mundo en dualidades, de colocar los conceptos en sus categorías adecuadas y después levantar fronteras a su alrededor, llevándolos al extremo de tal modo de pensar, crea el caos necesario para la creatividad, en el cual la mente cambia y autorganiza su percepción de la realidad”. (Briggs, 1999:226). Entonces, se hace necesario desterrar la simulación, el cinismo, lo inmoral y en contrasentido hacer algo bello con nuestra existencia y con la existencia de quienes nos rodean y nos une y re-une con el todo; dejar las prácticas docentes estériles, carentes de sensibilidad, sentimiento, concebir algo distinto, creativo; comprender que nuestros alumnos requieren algo más que una simple rutina, que somos

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nosotros la información ausente, un koan, una limitación para superar la crisis que nos asfixia y los desafíos educativos inminentes; para percibir las incertidumbres, el caos y la complejidad de la vida; para superar nuestra barbarie interior y las expresiones antiéticas que nos dominan; para transformar nuestras actitudes y hábitos en la docencia; para comprender la comprensión, para desarrollar prácticas y crear estrategias educativas más humanas e innovadoras, para acercarnos al misterio, magia y espiritualidad de la esencia humana; en el extremo para religarnos con el todo. Este es el agujero, el vacío, la información ausente, lo que se encuentra ahí pero no alcanzamos o queremos observar por nuestra ceguera ética. Por tanto, necesitamos de una Eduética para sí y para con los demás, para transformarnos y regenerarnos, para religarnos, para renovar nuestros estilos de ser y hacer docencia, para abrirnos al diálogo y comunicación, para observar el fenómeno educativo desde otras miradas, la de padre de familia, autoridad educativa, sociedad, alumnos, hijos; para reflexionar que en la escuela no solo se enseña el conocimiento, el saber tabicado, sino que nuestros alumnos asisten por algo más hermoso, por algo que les llene, les haga sentir que viven, sienten, emocionan; por hacer de la escuela un espacio de comunicación y diálogo, de sinergia, de trabajo en equipos, de solidaridad; esta es la información ausente de la práctica docente que hace falta re-considerar. Este es el koan que puede ayudarnos a resignificar el bucle trinitario individuo/sociedad/especie y redescubrir y re-encantar la educación, desde la formidable experiencia del caos que hace posible una vida más plena, justa y humana por la que vale la pena luchar. En esta época de paz y fraternidad que reina en los corazones de todas los seres humanos, que mejor momento para regenerar nuestras actitudes, valores y asumir un nuevo pacto de religación, de espiritualidad, de fe y esperanza, con uno mismo y con todos los que habitamos el planeta para transformar la esencia del ser humano y la maravillosa tarea de educar.

Conclusión En el desarrollo de este ensayo se ha reflexionado sobre la crisis que ha roto el entramado o tejido social de los diversos órdenes de la vida y que apunta hacia la desintegración y desvaloración humana, producto de la visión antiética del paradigma mecanicista; asimismo, se expresaron los grandes desafíos que comportan educar en la libertad, tolerancia, creatividad para revalorar la educación, religarnos y construir un nuevo ethos más humano y fraterno a partir de la crisis que nos aprisiona. En contrasentido al paradigma mecanicista, se describieron los principios científicos del paradigma emergente como expresiones vitales que permiten ver el mundo y a los seres humanos en constante autorganizaciones, interetroacciones, bifurcaciones e interacciones que favorece distintas formas de pensar, sentir, convivir y participar en la magia y el misterio, creando a partir del material de nuestras propias vidas para disponer de mejores condiciones humanas; así como

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su estrecha relación con la educación y la influencia sutil que ejerce cada uno de nuestras acciones y actitudes. Se juzgó la barbarie interior, derivada del egocentrismo humano, así como el materialismo voraz que nos desliga del bucle trinitario individuo/sociedad/especie, y nos impide desarrollar una ética de la complejidad, de religación, que alimente la mente y el espíritu en nuestro quehacer pedagógico, rescate la dimensión humana y no sacrifique lo esencial por lo urgente. Se enfatizó la necesidad de transformar o convertir nuestras actitudes y hábitos docentes de indiferencia, antipatía y desinterés, por actitudes de respeto, empatía, solidaridad, esperanza, fe, solidaridad, ternura, cariño, pasión, amor, compasión, bondad, amabilidad, perdón, cuidado esencial; a través de una nueva filosofía del ser, holística, ecológica e integral, de un pacto de espiritualidad y de religación con la naturaleza y con los seres humanos como medio para reconvertir nuestro actuar docente y re-encantar la educación. Finalmente, se expresó la importancia del diálogo y la comunicación como procesos multifacéticos que favorecen la solidaridad, tolerancia, el trabajo en equipo y la creatividad; mediante el desarrollo de la propiocepción; así mismo se enfatizó que la información ausente, que nos acompaña como docentes en el desarrollo del acto educativo, se encuentra en nosotros mismos, y que es la Eduética la que puede hacer posible la reconversión humana para transformar nuestro deseo por revalorarnos y comprender al ser humano y su convivencia solidaria.

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