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ISSN: 2393-7955 AÑO II | N° 19 | DICIEMBRE 2019 El periodismo que no tiene prensa CONTRAARGUMENTO VIVA LA LITERATURA (II) "Alguma coisa acontece no meu coração ue só quando cruza a Ipiranga e a avenida São João É que quando eu cheguei por aqui eu nada entendi Da dura poesia concrea de tuas esquina Da deselegância discrea de tuas meninas" Sampa Caetano Veloso

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ISSN: 2393-7955 AÑO II | N° 19 | DICIEMBRE 2019

El periodismo que no tiene prensaCONTRAARGUMENTO

VIVA LA

LITERATURA (II)

"Alguma coisa acontece no meu coração�ue só quando cruza a Ipiranga e a avenida São João

É que quando eu cheguei por aqui eu nada entendiDa dura poesia concre�a de tuas esquina

Da deselegância discre�a de tuas meninas"Sampa

Caetano Veloso

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VIVA LA LITERATURA(NUEVAMENTE)

Nos damos un respiro. Luego de un año marcado por varias crisispolíticas en la región, el vértigo carrera electoral y una intensasucesión de acontecimientos signi�icativos (el plebiscito impulsadopor Larrañaga, el surgimiento de Cabildo Abierto, entre otros)optamos por volver al seguro puerto de la literatura, al igual �ue elaño pasado. Esta edición es un regalo, tanto para nosotros comopara nuestros lectores. Pasen y lean.

Ramiro CastroMatías Calero

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SUMARIO *El León Viera (Ramiro Castro).................................................................................p.5*El caso Larreta (Matías Calero)...............................................................................p.10*El último lancero (Martín Bentancor)...................................................................p.12*Renuncio (Regina Ramos)........................................................................................p.18

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EL LEÓN VIERA

n los años noventa, en la Frontera, un barrio �ue une los límitesdel Monegal Rampa, la Teranca y el Olimpiken, fue el escenario dela velada boxística �ue motiva esta historia.Las vacaciones de primavera no duraban una semana sino �ue eranlos jueves y viernes de la tercera semana de setiembre; generalmentecon los muchachos de los barrios nos juntábamos en el campito deatrás de casa para armar un picado, jugar carreras en bicicleta,trepar la rampa o tirarnos en cartones desde las montañitas sobrelas �ue se apoyaba el Complejo Deportivo Municipal. La opción �uepreferíamos era deslizarnos por la pendiente de pasto de los ladosdel Complejo, no tanto por el vértigo �ue nos producía la velocidadde la bajada o por�ue los cartones eran fáciles de conseguir, sino �uenos divertía muchísimo �ue el sereno, rengo y gruñón, saliera de sucasilla a gritarnos hasta el cansancio y, luego de diez minutos defuria alimentado por nuestra (supuesta) indiferencia, emprendierasu ajetreado camino hasta la base de las montañitas, dondecomenzaba la segunda parte del juego: ocultarnos en el angostopasillo �ue �uedaba entre la pared del Complejo y el pe�ueño tapialde la cima de la pendiente para gritar, una y otra vez, desdedistintos puntos: ¡Cotonga! ¡Cotonga! ¡Cotonga! El Cotonga, hoy jubilado, era de esos funcionarios de tal e�iciencia,dedicación y amor a los superiores �ue se jactaba de cumplir concada una de las tareas asignadas por el Director de Deportes y

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Ramiro Castro___________________________________

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sobrarle el tiempo para prepararle un cafecito antes �ue el relojdiera las 17:00hs. Dos por tres, como gesto de agradecimiento, eljerarca le anotaba al Cotonga unas horitas demás para �ue laspudiera compensar y hacerse de algún día libre extra en el año. Sinembargo, a�uella noche, la de la velada pugilística, las horas �ue leanotaron demás, �ue las hizo una por una, serían nada al lado delsuceso �ue presenció a tan solo la distancia de dos metros. ¡Cotonga! ¡Cotonga! ¡Cotonga! Gritaban ocultos en el pasillo de lacima mis amigos, mientras yo descendía por el lado ciego parapasarle corriendo al sereno a toda velocidad y gritar nuevamente:¡Cotonga! ¡Cotonga! ¡Cotonga! Pero mientras iba bajandosigilosamente vi a un hombre trotando a muy buen ritmo �ue solodisminuía su marcha para lanzar al aire una derecha, una iz�uierda,pendular su cuerpo en el sentido contrario al �ue lanzaba el golpe ycontinuar. ¡Gurises! ¡Gurises, dejen �uieto a ese viejo! Miren, miren,susurré. Cuando mis amigos llegaron el corredor estaba dándole lavuelta al Complejo y solo alcanzaron a ver �ue en el dorsal delcanguro rojo �ue llevaba puesto decía ― pintado con témpera ―: «ElLeón Viera». Inmediatamente uno de los gurises lo identi�icó, bajó atoda velocidad en uno de los cartones �ue habíamos guardado ysalió corriendo en el sentido opuesto al �ue se dirigía a�uél; todossalimos atrás de él sin importar �ue de ese lado estaba el Cotongahaciendo su trabajo. En el momento �ue logramos alcanzar a nuestro amigo todos�uedamos bo�uiabiertos, «El León Viera» estaba parado frente a la

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puerta del Complejo saltando la cuerda incesantemente y haciendolos saltos cruzados tal como los hacía Rocky Balboa en elayuntamiento de Filadel�ia. Después largó la cuerda y sobre elpavimento, a puño cerrado, se hizo unas cien lagartijas hasta �uellegó el momento del estiramiento, la hidratación y las preguntas delos curiosos:― ¿Desde dónde venís corriendo Raulito?― Desde el laburo, pero ahora tengo �ue seguir por�ue peleo en dossemanas. Fue entonces �ue supimos �ue Raulito, el hijo del Matungo y laMatunga, �ue tenía 28 o 29 años de edad, como tres hijos y untrabajo en negro en la construcción, era boxeador, y �ue iba a haberun espectáculo en el Complejo en el �ue vendrían a nuestra ciudadpeleadores de todo el país, Brasil y Argentina. No demoramos ni unsegundo en ponernos de acuerdo para hacerle el aguante alrepresentante de Canelondres; fue entonces �ue a las 17:00hs,mientras el Director de Deportes se tomaba el cafecito �ue le hacíael Cotonga, empezamos a irnos de la escuela a la obra �ue estabaRaulito para verlo salir y luego esperarlo en el Complejo para verloculminar su rutina de entrenamiento. En las dos semanas previas a la velada estuvimos sin falta a la salidade la obra haciéndole el aguante al «León Viera», pero a la mismavez, para escuchar los comentarios de sus compañeros o vecinos dela ciudad �ue se reían de él por�ue decía �ue iba a pelear en LasVegas si el �in de semana tenía una buena pelea. Pese a estosrumores pueblerinos, la gente alentaba a Raulito, y es verdad,

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por�ue el día de la pelea no entraba un al�iler en el ComplejoMunicipal, a tal punto �ue nos tuvimos �ue colar y evadir una vezmás al Cotonga �ue en la ocasión hacía de portero. Dos momentos se esperaban en esa noche: la llegada del boxeadorlocal y su pelea. Nosotros nos habíamos ubicado en las tribunas deforma tal �ue se viera la puerta de principal por donde ingresaría el«León Viera», pero además �ueríamos �ue nos tuviera a la vista elCotonga para hacerle todo tipo de moris�uetas, cosa �ue supiera �uenos habíamos colado y no se había dado cuenta. A lo lejos el Cotongarespondía a las provocaciones agitando el dedo índice de su manoderecha �ue apuntaba al cielo mas sin sacar la vista del público y lostickets de ingreso. En ese preciso momento, el gesto �ue nos hacía elsereno improvisado de portero se vio interrumpido por la presenciade un hombre muy erguido, con camisa de jean con costuras decolores �ue adornaban cuello y puños, un va�uero azul ajustado a laaltura del ombligo por un cinturón �ue ostentaba una hebilla con lacara de un león, mientras el pantalón se sumergía entre unasimpresionantes botas de cuero y un sombrero como los �ue usan losrancheros texanos. El Complejo estalló: ¡Raúl! ¡Raúl! ¡Raúl! ¡Raúl!¡Raúl! Mientras �ue el boxeador del pueblo, al lado del Contonga,�ue le sostuvo el sombrero para poder liberar la cabeza y loshombros en distintos movimientos �ue iban de iz�uierda a derecha,de derecha a iz�uierda hasta �ue volvió a pedir el sombrero. Llegó el momento de pelear, lo habían puesto contra un argentino�ue metía bien los guantes pero no fue su�iciente para llevarse lapelea al otro lado del charco, por�ue Raulito hizo lo suyo y el jurado

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dio empate. El lunes en la obra, en la calle, a la salida de la escuela ytodo lugar por el �ue pasara Raúl se lo felicitaba y si paraba aconversar, con segundas intenciones se le tiraba un poco de la lenguapara ver �ué pasaba por esa cabecita. No mucho tiempo después,aún con las secuelas visibles de la pelea, Raúl, siguió entrenandoluego de sus diez horas diarias en la construcción y nosotrosseguimos yendo a esperar a nuestro ídolo a la salida de la obra,estábamos esperando �ue nos contara si lo habían llamado de LasVegas como todo el mundo decía pero él tenía esperanzas por�uesabía �ue había hecho las cosas bien, daba la sensación de �ue estabaseguro �ue lo iban a contactar, fue entonces �ue un amigo tuvocoraje para preguntarle algo �ue a nuestro entender erafundamental para ir a Estados Unidos:― Che Raulito, dijo Nacho, ahora �ue estás peleando bien y �uetodo el mundo dice �ue te van a llamar para ir a Las Vegas, ¿sabésinglés?― Nou pero me revuelvou, encajó Raúl.

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EL CASO LA�RETA

tanasio Larreta yacía sin vida en la portera principal de laestancia de los Romero, los principales terratenientes de la región.Tenía una herida de bala en el pecho, la �ue le provocó una muerteinstantánea. Larreta era un malevo y reconocido timbero, y por esoera muy probable �ue un acreedor corto de paciencia hubieraejecutado su crédito. Esta fue la primera hipótesis �ue manejó laPolicía. ¿Pero por dónde empezar? Todo el pueblo sabía �ue Larretale debía a cada santo una vela y eran pocos los boliches �ue lodejaban entrar. Juan “el ronco” Guzmán, el agente �ue había sido elegido por lacapital para investigar este caso, comenzó por el bar de Nuñez, unavieja casona frecuentada por la misma media docena de �ielesparro�uianos. Entró a eso de las nueve de la mañana. El olor atabaco, orines y caña producía una atmósfera realmentedesagradable pero a la cual Guzmán estaba más �ue acostumbrado.En el local sólo se encontraba el viejo Nuñez, el dueño del bar. Elgrueso de los parro�uianos volvería a eso del mediodía cuandoparasen las obras de reparación de la plaza del pueblo. Guzmánaprovechó la ocasión para preguntarle sin demasiadas vueltas: - ¿Sabe lo �ue le pasó a Larreta? Lo encontraron muerto enfrente ala estancia de los Romero.

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Matías Calero___________________________________

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- Me enteré sí. Pero no tengo idea de �ué le pasó. Seguramenteandaba en algo turbio. Hace tiempo �ue lo notaba raro. - ¿Raro?- Sí. Como enamorado. No sé. Eso se rumorea en el pueblo. Efectivamente, Larreta estaba enamorado, perdidamenteenamorado de Laura Romero, la hija menor de Gustavo Romero, elhombre más rico de la zona. Tenía 30 años menos �ue él y estaba apunto de casarse con el hijo mayor del viejo Pérez, un ricocomerciante del pueblo. Larreta estaba decidido a con�uistar aLaura desde �ue la vio por primera vez en la �iesta de la primaveradel pueblo. Ella, menuda, de ojos claros, con una �lor en el pelo y unhermoso vestido amarrillo; él, con un el mismo traje de siempre,abundante gomina y un tabaco a medio terminar �ue sobresalía porla comisura iz�uierda. La vio y �uedó impactado: el malevo, el duroLarreta, se había enamorado. Después de ese episodio comenzó aseguirla por todos lados hasta �ue comenzó a incomodar: se habíatransformado en un peligro para la unión entre las familias máspoderosas del lugar. Guzmán, luego de enterarse de todo esto, se apresuró a redactar suinforme. Decidió ponerle punto �inal a su investigación sobre el“caso Larreta”. Sentado en su escritorio tomó su lapicera y escribió:“Atanasio Larreta, 58 años. Causa de muerte: ajuste de cuentas,posiblemente por deudas de juego. Se recomienda archivar el caso”.Guzmán no deseaba interponerse en la marcha de la Historia. Nodeseaba, en de�initiva, ser otro Larreta.

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EL ÚLTIMO LANCERO

or las noches sueña con ellos. Tienen barbas largas como lasuya; manos callosas como las suyas. Ponchos deshilachados �ue hansido blancos y �ue ahora son grises. Sombreros llenos de polvo.Barbijos �ue se hunden entre las barbas y se ciñen a las mandíbulas.Por momentos son tan viejos como él y, como él, doloridos en lasespaldas, en las piernas, en las axilas. Marchan en caravana por loscerros con las lanzas en las manos. Los ve escalar el último cerro siguiendo al general. Ese viejo �ue losguía se está muriendo. Por la mañana lo vio escupir sangre y tapar elgargajo con la bota cuando alguien se acercaba. El general los guíapor el cerro más alto de la región por�ue ha escuchado el zumbidode las naves al otro lado del Río Negro. Vuelan bajo, dijotaloneando al lobuno. Y hacia allí han subido. Comienza aanochecer. Han alcanzado la cima cuando aparecen los aviones. Veel terror ante la cercanía de las naves. Ve a los lanceros aprontarse.Ve a la primera columna apoyando las rodillas en tierra yapuntando. El viejo sonríe y levanta el sable y grita no sé �ué cosasdel partido y del gobierno. Los aviones abren fuego sobre losgauchos con lanzas y los matan a casi todos. El general se tira alsuelo y se esconde entre las ancas del lobuno muerto. De la primeracolumna no �ueda nadie. De los lanceros, dos o tres. Se despierta con el grito de muerte del general. Las brasas ya seapagaron entre las piedras. Las cenizas aún están calientes. Las botas

PMartín Ben�ancor___________________________________

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están cubiertas de rocío. El doradillo lo contempla desde debajo delos talas. Calcula una hora para �ue salga el sol. Desde el último enfrentamiento carga un fusil sin municiones. Elrevólver �ue lleva atravesado en la faja tampoco tiene carga. Sólopuede pelear con la lanza. Y con la astucia, como decía el general.De nada le valió la astucia, piensa, cuando lo encontró la muerteescondido entre las patas del lobuno. El viejo estaba arrollado, comorezando. Se inclinó sobre él, le cerró los ojos y le �uitó el pañuelopara enseñarlo en la pulpería cuando volviera al pago. Ensilla al doradillo y acomoda las alforjas. Después, apoyándose enla lanza y en las ancas del caballo, monta. Cantan los boyeros y lascalandrias cuando cruza el arroyo al otro lado del talar. Un tatúmulita atraviesa como saeta el sendero y se pierde entre los abrojos.Un hilo de saliva le corre entre la barba al imaginarlo dorándoseensartado en un palo. Las noches �ue ha pasado durmiendo en los cerros ya no cuentan.Pinchazos y rasguños de talas y espinillos le marcan la espalda comocicatrices de guerra. Él, el más viejo de los gauchos de avanzada �ueha seguido al general es, cosa extraña, el único �ue está vivo entretanto muerto. Murieron los mili�uitos desertores, los troperos sintropa, los lanceros llegados del Brasil, los ladrones reclutados. Elgeneral está muerto al igual �ue su lobuno. Nadie �ueda ya de latropa excepto él. Al pensar �ue es el último lancero de avanzada lecrece la risa en el estómago y le tiembla entre las costillas como uncascabel o como cuero de víbora enganchado en una rama,

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�lameando al viento. A�uellos gruñidos de alegría y de sorpresa sedesparraman por la costa reseca y se vuelven eco en las hondonadasarenosas al otro lado del Río Negro. El general decía �ue cuando en la capital se escribieran los nuevoslibros de historia usarían acuarelas para contar la lucha de lanceroscontra aviones. Blancas estelas de humo surgiendo de la tierrarevuelta, fracturada. Hombres y caballos cayendo bajo la metralla.Colas de aviones clavadas en el suelo como estandartes. El sol de lamedia tarde re�lejándose en los metales de las lanzas y en las alas y elfuselaje. Ha acechado los movimientos del piloto durante días y en silencio.Escondido entre los talas, con la única compañía del doradillo, le hadado vueltas al plan. Esa luna lechosa �ue devuelve su misterio enlas negras aguas del río lo ha inspirado. El salto de los peces en laorilla, �uebrando la calma del agua barrosa, le ha servido de idea. Ensu cabeza melenuda y añosa, la sangre del guerrero le ha dado formaa la estrategia. Escalar el cerro y ser paciente. Después, la destreza.La lanza llega a las costillas. La punta toca el hueso y le trasmite a lamano del lancero una vibración silenciosa, el punto �inal de laexistencia. Asciende, asciende. Desde la cima del cerro se ve el campo. Un río �la�uerón atraviesa lanada hacia otra nada �ue se presiente más grande, más acuosa.Talas, molles y espinillos. Cerros desperdigados por todo elhorizonte. Una columna de humo lejano revela a un cuartel de

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campaña. A media mañana, los milicos cocinan una olla podridamientras le tiran a los tatús �ue cruzan el monte silvestre. Una pausa para �ue el doradillo respire en mitad del camino. Suestrategia re�uiere, además de paciencia, un sitio donde guarecersehasta �ue aparezca el enemigo. Durante días ha seguido el chorro dehumo del avión hasta darse cuenta de �ue la ruta era siempre lamisma. Puede cruzar el río un poco más abajo, sobrevolando losislotes �ue se forman para el lado de la frontera, pero está cantado�ue va a pasar encima de este cerro. El cristiano es animal decostumbre, piensa y talonea. Cincuenta metros para la cima. Ya ve la piedra de mármol �ue sirvede mojón y de almena. Se ha �uitado el sombrero para enjugarse elsudor de la frente y acomodarse el trapo miserable �ue antaño erablanco. Soy el último lancero de avanzada con su general y suscompañeros muertos. Ya los caranchos se ensañaron hace días conlos cuerpos resecos cuando una sucesión de soles propició lapodredumbre. Un solo hombre en pie y un montón de muertos,piensa. Mucho más allá de la estela del Río Negro, siente un zumbidoapenas de motor, como un mangangá �ue atraviesa el aire en lassiestas de la frontera. La mano aferra la lanza con �irmeza. Un rictusde placer atraviesa la boca martirizada del último lancero. La nave se acerca. Un tono gris en las alas y una franja blanca comoun zorrillo. Ese �ilo negro �ue asoma por la cabina es la metralla; esehilo blanco �ue se sacude al viento es la bufanda del aviador.

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El avión está muy cerca. Tan cerca �ue el último lancero parecesentirlo adentro de la cabeza. El doradillo no se mueve. El avióncoletea y da un salto entre las masas de aire como es�uivando a unenjambre de mos�uitos. Se inclina apenas hacia la derecha y subeunos metros para volver a descender. Parece dispuesto a aterrizarsobre la piedra de mármol en la cima. Diez metros sobre la cima.Seis. Cuatro. El lancero talonea al doradillo y hombre y caballo se materializanjunto a la roca. El piloto no los ve aun�ue le parece divisar unaespecie de sombra junto a la piedra �ue está en la cima. Susre�lexiones no interesan por�ue va a morir en breve y todo es tanrápido y confuso �ue al pobre hombre apenas le da el tiempo paraapretar las manos sobre los mandos. El lancero, en cambio, no parpadea. La mano derecha se eleva con lalanza y el brazo traza un espiral sobre la cabeza del doradillo. Latacuara se desliza entre sus dedos arañando las rispideces propias dela palma, los nervios, los tendones, las pe�ueñas venasdesparramadas. Ve la lanza volar en un segundo y aun�ue no vecómo atraviesa al piloto siente el grito del otro. El avión se abrehacia la iz�uierda como si �uisiera dar vuelta y cuando parece apunto de ascender, cae. Alerones, metales, plásticos, alambres, remaches, clavos, tornillos,arandelas, municiones y un hombre muerto caen con estrépito enmitad de un revoltijo de explosiones y de humo. Santa Virgen de la Misericordia, dice el último lancero. Valió la

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pena la espera de tantos días entre talares y espinillos, entre nubesde jejenes zumbadores. Se �uita el sombrero y se acomoda la vincha.En la mano derecha siente aún el contacto caliente de la tacuaracomo siente los pies en los estribos o la curva del caballo debajo delrecado. Comienza a bajar del cerro.

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RENUNCIO

Es el hipnotismo del espejo cósmico.Las cápsulas verbales que someten al rugidorpara desgarrar con parsimonia al dios ascético, omnipresente yomnisapiente.Los hechos se revuelcan salvajementey ella sabe sofrenarlos ubicando en su sitio a cada sersegún su especiecada incertidumbre en su senda de sentidopara es�ar al servicio del pronóstico.En una deducción medi�abunda has�a divaganteRenuncio -dijo-y padeció súbi�amente el eco de la acción.

___________________________________Regina Ramos